La vacuna del ébola reduce a la mitad la probabilidad de morir por la enfermedad, según un nuevo estudio
La inyección no solo interrumpe la transmisión del virus, que mata de media al 50% de quienes se infectan, sino que aumenta la tasa de supervivencia entre quienes ya se habían contagiado antes de recibir la dosis, según una investigación de Médicos sin Fronteras publicada en ‘The Lancet’
Cuando Miriam Alía, responsable de vacunas y respuesta a brotes epidémicos de Médicos sin Fronteras, acudía a la comunidad de un enfermo de ébola, apenas llevaba una libreta para anotar los nombres de las personas que habían estado en contacto con él y muy pocas esperanzas. “Sabía que muchos iban a morir. En ocasiones, hasta el 90% de los que se contagiaran”. Eso fue hasta 2015, cuando en plena epidemia en Guinea, Sierra Leona y Liberia —la peor de la historia, con 11.300 muertos y 28.000 infectados— se desarrolló una vacuna eficaz contra varias de las seis especies del virus. “Ahora llegas al lugar donde se ha producido un brote y tienes algo para protegerles, que evita la transmisión. Les das esperanza a las familias”. Un estudio realizado por Epicentre, el centro de investigación médica y epidemiología de la ONG, cuyos resultados publica The Lancet, muestra que la inyección rVSVΔG-ZEBOV-GP, la recomendada por la OMS en caso de epidemia al necesitar una única dosis, no solo reduce el riesgo de infección, sino que también disminuye a la mitad la mortalidad entre los enfermos.
Los investigadores analizaron los casos de 2.279 pacientes de ébola confirmados entre julio de 2018 y abril de 2020 en República Democrática del Congo (RDC). Según sus hallazgos, un 56% entre los no vacunados falleció, frente a un 25% de los que habían recibido la inyección de Ervebo, el nombre comercial de la vacuna estudiada. “Es importante porque ahora sabemos que si una persona ya está incubando el virus cuando recibe la vacuna, aún tiene más probabilidades de sobrevivir”, subraya por teléfono Etienne Gignoux, director del Departamento de Epidemiología y Formación de Epicentre. “Esto son vidas salvadas. El ébola deja a muchos niños huérfanos, familias destrozadas y sistemas sanitarios destruidos”, agrega Alía, que ha intervenido en la mayoría de los brotes declarados en ese país, “antes de que existiera una vacuna y después”, apunta.
Bien lo sabe Jean-Pierre Kaposo, médico en el hospital de Goma, capital de la provincia de Kivu del Norte (al este de RDC), uno de los epicentros de esta infección y la misma en la que se produjo esa gran epidemia de 2018-2020 en la que se efectuó la investigación. “Nos enfrentábamos a desafíos insuperables, el miedo era omnipresente. Al principio, los vecinos de Beni no querían aceptar que el ébola era real”, recuerda aquellos días sombríos. “Creían que era una farsa del Gobierno, necesitado de financiación internacional”. A pesar de estas dificultades, el doctor y su equipo trabajaron sin descanso para salvar vidas y contener la propagación del virus. “Cada día era una lucha, pero encontrábamos la fuerza en nuestro compromiso con nuestros pacientes y nuestra comunidad”, añade.
Ahora llegas al lugar donde se ha producido un brote y tienes algo para protegerles, que evita la transmisión; les das esperanza a las familiasMiriam Alía, MSF
Según los datos del Centro de Prevención y Control de Enfermedades, hasta el 25 de junio de 2020, cuando la OMS declaró el fin de la peor epidemia de ébola que ha padecido este país, se habían reportado 3.470 casos, de los que 2.287 eran fallecidos, un 66%. Marie, una madre de Goma que no quiere que su nombre completo sea publicado, fue una de las supervivientes. “Cuando me di cuenta de que tenía ébola, temí por mi vida y la de mis hijos. Pero gracias a los cuidados de los médicos y a mi propia determinación, vencí a la enfermedad”, relata.
El virus de Ébola recibe su nombre del río en República Democrática del Congo junto al que se produjo un brote en el que microbiólogo belga Pier Pior descubrió al agente infeccioso que había matado a 400 personas. Era 1976. Desde aquel año, se han registrado 15 brotes en ese país africano; el último, a finales de agosto de 2022, cuando se detectó un caso en Beni, en la convulsa provincia de Kivu Norte. Aquel único paciente falleció, pero no se produjo ningún contagio más y el Gobierno congoleño declaró el fin de la crisis apenas un mes después.
Hoy se sabe que el periodo de incubación de aquel desconocido virus en forma de gusano que serpenteaba bajo el microscopio de Pior es de entre dos y 21 días, que es de origen animal, pero se propaga también entre seres humanos por contacto directo a través de la sangre o líquidos corporales de personas infectadas; y que es muy mortífero, pues mata, de media, a la mitad de los enfermos, aunque en ocasiones arrasa con hasta el 90% de los infectados. Lo más habitual es que los primeros síntomas ―cansancio y dolores de cabeza, músculos y articulaciones― se manifiesten habitualmente una semana después de haberse contagiado, aunque son extremadamente similares a los de la malaria y otras dolencias comunes, lo que dificulta un diagnóstico temprano cuando se da un primer caso en una comunidad, casi siempre en una zona rural. Esto propicia que personal sanitario de primera línea y los allegados también se contagien.
“El dolor retroorbital y el hipo son síntomas muy característicos de ébola y, además, vaticinan que será especialmente agresivo”, precisa Alía. Pero las alertas de que puede tratarse de esta enfermedad no suelen encenderse hasta que pocos días después sube la fiebre, aparecen los vómitos, la diarrea y las hemorragias internas y externas. Con tratamiento antiviral, terapia de rehidratación y transfusiones de sangre, entre otras intervenciones, se ha logrado aumentar la supervivencia de los pacientes. Ahora se sabe que, si además se les vacuna, aunque ya estén expuestos al virus, se contribuye aún más a reducir la probabilidad de fallecer.
El virus del ébola es muy letal: mata, de media, a la mitad de las personas infectadas
La investigación demuestra además que, cuanto antes se vacune a quienes han estado expuestos al virus, más se reduce la mortalidad. De los pacientes que fueron inmunizados al menos 10 días antes de la aparición de los primeros síntomas, fallecieron un 17%. De los que fueron vacunados entre tres y nueve días antes de manifestar la enfermedad, murieron un 20,1%. Finalmente, se contabilizó un 27,3% de decesos entre los que recibieron la inyección solo dos días antes de presentar fiebre y dolores. “Cuando se declara un brote recomendamos la vacunación de los profesionales de la salud de primera línea y en anillo de los contactos de los casos positivos. Ahora añadimos que hay hacerlo tan pronto como sea posible”, anota Gignoux.
“Como hay muy poca producción de la vacuna y es cara ―cada dosis cuesta unos 100 euros―, la vacuna se usa únicamente cuando hay un brote. Aunque en 2023 se empleó por primera vez de forma preventiva para profesionales de la salud. Ahora también sabemos que tiene valor terapéutico”, explica Alía. “Esto significa que tenemos la certeza de que podemos vacunar a los contactos y que, aunque ya estén incubando el virus, la inyección no les va a empeorar. De hecho, contribuirá a reducir la mortalidad”.
Los investigadores han comprobado además que la administración de Ervebo es compatible con la medicación que se prescribe a los enfermos de ébola. “Esto abre la puerta a la vacunación posexposición a personas con síntomas, que hasta ahora no se hacía”, celebra la especialista de MSF. “Ahora, a una persona no vacunada que ingrese por ébola se le puede administrar la vacuna al mismo tiempo que el tratamiento”, aclara.
Frenar la transmisión, evitar el estigma
Un solo caso confirmado de ébola es un brote. Normalmente, suele ser un fallecido. A veces, un enfermero observa muertes inexplicables en su comunidad o que familias enteras enferman después de un entierro. Otras, es el propio profesional el que se contagia tras atender a pacientes con síntomas compatibles. En estos casos, el sanitario comunica como puede, por mensaje de teléfono o enviando una nota por bicicleta, sus sospechas, lo que activa a un equipo de investigación que se desplaza a la zona afectada. “En uno de los brotes de Congo, en 2014, el enfermero se puso a tratar a los enfermos con bolsas de basura en las manos como única protección mientras enviaba a alguien a pedir ayuda. ¡Y no se contagió!”, recuerda con sorpresa Alía, como si se tratase de un milagro, pues el virus del ébola es extremadamente contagioso.
Cuando se corrobora el diagnóstico del paciente cero se establece un único centro de tratamiento al que se derivan todos los casos sospechosos y confirmados. Primero suele ser el dispensario local, que paraliza cualquier otra actividad y, solo cuando se ha levantado un complejo sanitario específico, la anterior se desinfecta y recupera su función. A los casos positivos, se los aísla y trata. Dentro de esa clínica, los especialistas atienden a los pacientes en equipos de dos: uno trabaja y otro le ayuda a ponerse y quitarse el traje de protección (EPI), y vigila que no cometa errores que pongan en riesgo su propia seguridad.
Fuera, el equipo de investigación elabora una lista de contactos (incluidos los sanitarios de primera línea), aísla rápido a los sospechosos, testea con pruebas rápidas ―cuyos resultados se obtienen en dos horas―, y ahora también vacuna a quienes lo desean. La contención y tratamiento de las fiebres hemorrágicas es un proceso pautado que los países afectados y los profesionales de las organizaciones que les apoyan conocen muy bien. Casi siempre, el ébola se manifiesta en pequeños brotes de zonas rurales de población muy dispersa que se acaban extinguiendo rápido con esta pronta estrategia de aislamiento, favorecida por la falta de contacto entre vecinos, y ahora también la vacunación para cortar la transmisión.
La gente me tenía miedo, incluso después de curarme. Pero me niego a que mi enfermedad me definaPierre, superviviente del ébola en DRC
¿Qué ocurrió entonces en la epidemia de 2014, que se prolongó dos años y afectó a miles en tres países? “El brote se inició en marzo de 2014 en un área rural que era un punto de intersección de fronteras en el que hay mucho movimiento de población”, explica Alía. Una vez que el virus llegó a las capitales y los grandes hospitales, se propagó como la pólvora. “La respuesta de la OMS se retrasó mucho, hasta agosto. Nos llamaban exagerados cuando decíamos que no dábamos abasto”, rememora. Para entonces había ya 500 nuevas infecciones por semana entre Guinea, Sierra Leona y Liberia. “Y hubo una falta de coordinación entre los países que dificultó el seguimiento de los contactos”, opina la especialista de MSF.
El estigma asociado al ébola es fortísimo, por eso es tan importante cortar la transmisión y evitar la propagación de contagios gracias a la vacuna. Para Pierre, un joven de Beni, el estigma social que siguió a su recuperación del ébola supuso un reto adicional. “La gente me tenía miedo, incluso después de curarme”, dice en una conversación por teléfono. “Pero me niego a que mi enfermedad me defina. Soy un superviviente y estoy orgulloso de ello”. Alía recuerda que Salomé, una enfermera liberiana que sobrevivió a la epidemia de 2014 y que protagonizó la portada de la revista Time. Con solo 29 años, falleció en 2017, tras sufrir una complicación tras dar a luz a su cuarto hijo, pues no fue atendida en el hospital al saberse que había sido enferma de ébola. “Cualquier avance científico en la prevención de enfermedades no solo consigue que la gente deje morir, sino que no enferme en primer lugar”, concluye la experta.
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