Mauritania, donde la obesidad es el ideal de belleza
La gordura femenina, sinónimo de riqueza y requisito para el matrimonio, ha sido siempre un criterio de hermosura para la población árabe del país africano. Aunque la tradicional alimentación forzosa está desapareciendo, algunas jóvenes adoptan nuevas prácticas extremas a fin de perpetuar este ideal
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“Mi peso nunca fue un problema cuando vivía en Senegal, pero cada vez que iba de vacaciones a Mauritania, mi tía me obligaba a comer, incluso lo que habían dejado los chicos. Allí me consideraban flaca. A las visitas les decían que estaba enferma para justificar mi peso. Para ser guapa, tenía que engordar”, recuerda Asma, de 25 años, de origen mauritano y senegalés. Como ella, muchas jóvenes árabes están sometidas a una presión constante para que engorden no solo de sus amigos y familiares, sino también de extraños por la calle. A juicio de este grupo de población (70% en la República Islámica de Mauritania), y especialmente entre los blancos que forman la élite en el poder, la obesidad femenina es un criterio de belleza. Las formas imponentes, ensalzadas en la poesía mauritana, han sido siempre sinónimo de hermosura femenina y demostración de riqueza y buena salud.
FOTOGALERÍA | Forzadas a engordar
El sobrepeso también está íntimamente unido a la cuestión del matrimonio. En el pasado se enviaba a las chicas, a veces desde los cinco años, a campamentos de la zona para que las alimentasen a la fuerza durante meses con cantidades astronómicas de leche de camella y gachas de mijo. Con la transformación, las jóvenes perdían rápidamente su aspecto infantil y, por lo tanto, podían casarse.
Una peligrosa carrera por los kilos
Si bien esta alimentación forzosa tradicional está desapareciendo poco a poco, sigue practicándose, sobre todo en las zonas rurales. Afecta todavía al 40% de las jóvenes, según Aminetou Mint El-Moctar, presidenta de la Asociación Mauritana de Mujeres Cabeza de Familia (AFCF, por sus siglas en francés). Hoy en día perdura la obligación de desarrollar unas caderas redondeadas, unas nalgas rollizas y unos brazos regordetes. El proverbio “la mujer ocupa en el corazón del hombre el mismo espacio que ocupa en su cama” sigue firmemente arraigado en las mentalidades. Muchas jóvenes se atiborran para cumplir con los cánones de belleza. “Cuando tenía 15 años, todo el mundo me decía que tenía que engordar, que los hombres no se interesarían por mí porque estaba demasiado delgada”, cuenta Zohra, una veinteañera de etnia morisca.
Para asegurarse de lograr su objetivo, acuden a las tiendas marroquíes de Nuakchott, capital mauritana, para comprar infusiones y supositorios que les abran el apetito, o incluso aceites de masaje para desarrollar sus curvas. Sin embargo, a falta de los resultados prometidos, las mujeres urbanas se dirigen ahora a las farmacias, donde consiguen jarabes multivitamínicos, pastillas de corticosteroides o antihistamínicos, los cuales, cuando se les da un uso distinto del original, provocan un rápido aumento de peso.
Zohra tomaba en secreto esas pastillas por consejo de una amiga cuando tenía 18 años y su familia y su futuro marido la presionaban. En dos semanas, la joven engordó 20 kilos. “Cuando mi figura cambió, todo el mundo me felicitó”, recuerda. Peor aún: desde la década de 2000 hay una nueva moda entre las jóvenes árabes de la capital mauritana: la dreug dreug. Esta pastilla producida en India y pensada para el ganado es fácil de encontrar en el mercado negro a pesar de la ley de 2010 que prohíbe la venta ilegal de medicamentos, y se puede adquirir a un precio de entre 150 y 200 uguiyas (entre 3,43 y 4,75 euros).
Graves efectos para la salud física y mental
Los efectos de esta frenética carrera por los kilos son negativos para la salud de las jóvenes. “Con estos medicamentos, en tres semanas no se reconoce a la chica. Se vuelve deforme porque solo se desarrolla la parte superior del cuerpo”, explica Asma. Hinchazón del torso y los brazos, diabetes, enfermedades cardiovasculares, riesgo de infertilidad... Las consecuencias para la salud son numerosas, y en algunos casos pueden incluir la muerte.
En 2008, la AFCF registró 148 casos de niñas y mujeres que habían sido sometidas a alimentación forzosa tanto moderna como tradicional. Doce de ellas murieron por haber tomado dreug dreug. “Mi amiga me advirtió que con las pastillas podía tener dolor de cabeza o notar que mi corazón se aceleraba. Es una manera fácil y rápida de engordar, pero tiene muchos efectos secundarios peligrosos”, explica Zohra. Si bien una minoría ignora las consecuencias, la mayoría conoce los riesgos, pero está dispuesta a todo.
El proverbio “la mujer ocupa en el corazón del hombre el mismo espacio que ocupa en su cama” sigue firmemente arraigado en las mentalidades
Para estas jóvenes, atrapadas entre el afán de satisfacer las expectativas de la sociedad y sus profundos deseos, el maltrato también es psicológico. “Veo que algunas chicas engordan solo por el qué dirán y para complacer a los hombres. Se causan daño a su cuerpo y acaban por no sentirse a gusto en él”, lamenta Asma. Muchas se esfuerzan por aceptar ese cuerpo que ya no reconocen y que les trae inseguridad. “Empecé a tener un montón de estrías y mucha barriga. Me sentía muy insegura. Si tuviese que volver a hacerlo, no tomaría las pastillas. Hoy no me encuentro muy bien”, reconoce la joven.
Desafiar los códigos
La práctica, prohibida por el Gobierno mauritano a principios de la década de 2000, ha sido objeto de campañas de sensibilización, sobre todo en televisión. Pero cuesta que las mentalidades cambien en una sociedad tan tradicional. A pesar de la dificultad para liberarse de estas ideas profundamente arraigadas, las jóvenes están intentando que las cosas se muevan. “No quiero entrar en esa espiral en la que nos perdemos en las imposiciones que tenemos que cumplir. Eso destruye nuestra confianza. No quiero satisfacer todas las exigencias”, afirma Asma, cuya familia ha dejado de hacer comentarios sobre su silueta.
Nawa, otra veinteañera, opina que en todo el mundo, la percepción de su propio cuerpo que tienen las mujeres viene dictada por la sociedad en la que viven. “La mujer tiene que adaptarse a lo que se espera de ella. Pero tenemos que poder ser nosotras mismas y tomar nuestras propias decisiones”. Una señal de esta evolución es que desde principios de siglo, con la apertura de gimnasios y clubes deportivos en Nuakchot, cada vez más mujeres que antes llevaban una vida sedentaria ahora hacen ejercicio, conscientes de sus beneficios para la salud y deseosas de reivindicar sus preciadas curvas.
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