A vueltas con las políticas migratorias y la ayuda al desarrollo
Sobre los beneficios de la movilidad humana mucho se ha escrito. Sin embargo, estamos sometidos a un constante bombardeo de mensajes que insisten en señalar solo sus elementos problemáticos
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Escribir una vez más sobre la instrumentalización de la ayuda al desarrollo como palanca de la contención de flujos migratorios en Europa resulta cansino. Pero es, a todas luces, insuficiente para contrarrestar una serie de narrativas ―algunas macabras, otras buenistas―, sobre la relación entre la cooperación al desarrollo y la movilidad humana.
En 1998, Eduardo Galeano, en su libro Patas arriba: la escuela del mundo al revés, retrataba el sinsentido sobre el cual se construyen las estructuras de dominación del mundo actual que dan lugar a tantas situaciones de injusticia, pobreza y marginalidad. Estas estructuras necesitan instaurar un sentido común que, como decía Voltaire, resulta muchas veces ser el menos común de los sentidos.
Primera lección de la escuela del mundo al revés: la migración como problema
Hilo conductor de la historia de la humanidad, motor de desarrollo económico, estrategia para salir de la pobreza, vector del intercambio cultural, corrector de desequilibrios demográficos… Sobre los beneficios de la migración mucho se ha escrito. Sin embargo, estamos sometidos a un constante bombardeo de mensajes que insisten en señalar los elementos problemáticos de este subsistema de relaciones sociales ¿Por qué pretender que no los hay, como en cualquier otro tipo de relación social? Los pros superan con creces los contras, pero, admitámoslo, estos existen. ¿Cuenta Europa con la capacidad de gestionar este tipo de situaciones? Por supuesto que sí. ¿Es posible un modelo migratorio que garantice los derechos de personas migrantes y refugiadas, y que aproveche los beneficios de la migración? Con voluntad política y valentía, seguramente.
Nada de esto es sencillo. Pero de ahí a decir que la inmigración es el problema, es llevar el asunto muy lejos. En esas estamos. Y a tal punto que estamos redirigiendo la cooperación al desarrollo de sus objetivos de erradicación de la pobreza a ser la muleta de la política de control exterior de fronteras de la Europa Fortaleza.
Los intentos de instrumentalizar la política de cooperación no son nuevos. La hemeroteca ofrece muchísimos ejemplos
El problema migratorio cobra tal relevancia que la política de cooperación está llamada a abordarlo. En el mejor de los casos, bajo la lógica de matar dos pájaros de un tiro ―generamos desarrollo y la gente no emigra―; y en el peor, utilizándola como mecanismo de presión para que los países receptores cooperen con la contención de flujos y readmisión de expulsados. Todo ello bajo el supuesto de que la migración es el problema y que supone un asunto prioritario, por encima de aquello que sí representa un verdadero desafío. La Agenda 2030, además de ser una hoja de ruta que apunta en la dirección correcta, parte de un excelente diagnóstico que re-problematiza la cuestión del desarrollo. Nos pone frente al dilema de nuestra supervivencia como especie. La pandemia es solo un anticipo de lo que vendrá. Razones suficientes para tomarse en serio la cuestión, incluso desde el egoísmo más utilitario.
El nuevo mantra de la cooperación
Los intentos de instrumentalizar la política de cooperación no son nuevos. La hemeroteca ofrece muchísimos ejemplos: la Cumbre Europea de Sevilla de junio de 2002; la propuesta (fallida) del grupo popular europeo de destinar el 25% del Fondo Europeo de Desarrollo a medidas para prevenir la migración y paliar los efectos de la crisis migratoria; o la Cumbre de Valetta sobre migraciones para discutir y buscar soluciones a la “crisis migratoria”.
Esta última conferencia dio lugar al Fondo Fiduciario de Emergencia para África de la UE (EUTF), creado para “abordar las causas profundas de la inestabilidad, los desplazamientos forzados y la migración irregular, y para contribuir a una mejor gestión de la migración”. Se trataba de una especie de hucha compuesta de fondos FED, presupuesto UE y contribuciones de los estados europeos (90% deberían cumplir los criterios de la OCDE para ser computables como Ayuda Oficial al Desarrollo). Dentro de estos criterios se incluye la capacitación a las fuerzas policiales o el apoyo a reformas legislativas, ámbitos fundamentales para el fortalecimiento del estado de derecho de cualquier país en desarrollo. El problema se da cuando el objetivo de estas iniciativas surge de la discusión sobre la “crisis migratoria” y deja de estar guiado por las prioridades del país socio, situándose en la zona gris del llamado interés mutuo.
La plataforma CONCORD alertó de esta cuestión en un magnífico informe. Pese a ello, muchas ONGD valoraron positivamente la oportunidad que ha supuesto el EUTF para implementar programas que atendían necesidades urgentes en muchas comunidades de África subsahariana. Ello no obsta para que muchos señalemos con preocupación las implicaciones de lo que parece ser el nuevo mantra de la cooperación al desarrollo: “Abordar las causas raíz de la migración”, y su corolario, “para frenarla”.
Una vez más, la política de cooperación cede terreno ante objetivos que nada tienen que ver con su razón de ser
En los últimos meses se discute el Nuevo Pacto de Migración y Asilo, que no parece ofrecer una solución a la altura. En materia de cooperación al desarrollo, busca converger con la disposición del nuevo Instrumento de Vecindad, Desarrollo y Cooperación Internacional que la UE ha diseñado para canalizar la ayuda al desarrollo desde 2021, que asegura al menos un 10% de su presupuesto para acciones relacionadas con la migración. Esto ha generado la oposición frontal entre las ONGD europeas, que defienden que la política de cooperación debe responder a objetivos de erradicación de la pobreza y lucha contra las desigualdades. Esta disposición abre, además, la puerta a la condicionalidad de la ayuda al alineamiento con la política de fronteras contradiciendo los resultados de numerosos estudios sobre la relación entre pobreza y migración: las mejoras en las condiciones de vida de las personas más pobres, lejos de reducir la propensión a migrar, la incrementan.
Una vez más, la política de cooperación cede terreno ante objetivos que nada tienen que ver con su razón de ser. La adecuada gestión de los flujos migratorios, el cumplimiento de los compromisos internacionales en materia de asilo y la construcción un sistema migratorio que responda a los retos actuales y futuros del continente, difícilmente llegarán a buen puerto si Europa insiste en buscar soluciones que pasan por la instrumentalización de la ayuda al desarrollo.
Pablo Uribe Villa es responsable de financiación institucional de Ayuda en Acción.
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