Europa, en la encrucijada
La UE necesita recobrar grandes consensos políticos, con mayor cohesión territorial y una participación ciudadana activa
Europa atraviesa uno de los momentos más decisivos de su historia reciente. Sí. La UE, que nació como un proyecto de paz y prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial, se enfrenta hoy a un contexto geoestratégico marcado por tensiones globales, crisis sucesivas y un caótico orden internacional cada vez más multipolar. Hay analistas que van más allá y plantean que el orden será ...
Europa atraviesa uno de los momentos más decisivos de su historia reciente. Sí. La UE, que nació como un proyecto de paz y prosperidad tras la Segunda Guerra Mundial, se enfrenta hoy a un contexto geoestratégico marcado por tensiones globales, crisis sucesivas y un caótico orden internacional cada vez más multipolar. Hay analistas que van más allá y plantean que el orden será multiplex. La guerra en Ucrania, la inestabilidad en Oriente Próximo, la competencia tecnológica con Estados Unidos y China y los desafíos internos, tales como el auge de los populismos o la transición ecológica y digital, configuran un escenario complejo que exige respuestas audaces y coordinadas.
¿Es Europa una potencia en decadencia o emergente? ¿Representa Europa como construcción política un modelo de sociedad, que, pese a sus defectos e imperfecciones, merezca la pena ser defendida? ¿Ha olvidado esta Europa política que su verdadera razón de ser somos las personas que convivimos en este espacio? Europa suscita más interrogantes que respuestas porque vivimos en una época de transformación radical de nuestros marcos de referencia. La UE ha de representar la respuesta de estabilidad política, prosperidad económica, solidaridad y seguridad.
En este complejo contexto, quienes reafirmamos nuestra convicción europeísta hemos de erigirnos en actores que, desde la sociedad civil, propongamos e impulsemos la prosperidad, el fortalecimiento de la cohesión territorial y la articulación de una gobernanza participativa y colaborativa en Europa, impulsando la voz de distintas realidades como la fachada atlántica en la agenda comunitaria, y promoviendo una visión compartida en red que combine desarrollo sostenible, competitividad y participación ciudadana.
La UE encara desafíos internos y externos que ponen a prueba su capacidad de acción conjunta. En primer lugar, en materia de seguridad y defensa, donde la guerra en Ucrania ha evidenciado la necesidad de reforzar la autonomía estratégica europea. En segundo lugar, en migración y cohesión social, tratando de equilibrar la gestión humanitaria de las llegadas de personas migrantes con la capacidad de acogida e inclusión por parte de las sociedades de acogida, en un contexto de presión migratoria creciente y envejecimiento demográfico. En tercer lugar, la competitividad económica, porque frente a la fragmentación comercial global y los subsidios masivos de EE UU y China, Europa debe avanzar en la integración de sus mercados de capitales, impulsar la innovación y garantizar las transiciones verde y digital. Y, por último, las reformas institucionales, que devienen obligadas ya que la ampliación hacia Ucrania y los Balcanes exige revisar los mecanismos de toma de decisiones y reforzar el Estado de derecho, evitando bloqueos internos.
Cobra enorme valor estratégico toda la dimensión de las relaciones exteriores, porque si la UE desea aportar auctoritas e influencia global en un mundo multipolar, ha de consolidar alianzas estratégicas con América Latina, África y Asia, defendiendo sus valores democráticos frente a los regímenes autocráticos y autoritarios.
Es así que la sociedad civil emerge como imprescindible motor del proyecto europeo. En efecto, el éxito de Europa no depende únicamente de las instituciones, sino también de la implicación activa de la ciudadanía. La concienciación social es esencial para reforzar la legitimidad democrática de la UE y para contrarrestar discursos euroescépticos que amenazan con fragmentar nuestro espacio común europeo.
Es preciso el acompañamiento a toda labor institucional particularmente desde foros de reflexión, investigación, debate y acción orientados a fortalecer la cooperación territorial. Su misión ha de ser clara: propiciar dinámicas que favorezcan el entendimiento entre agentes públicos y privados, impulsar proyectos transformadores y garantizar que las especificidades de las distintas macrorregiones, incluidas aquellas en fase de definición como la atlántica, se integren plenamente en la agenda de la UE.
En estos momentos deviene clave potenciar tres vectores estratégicos:
1. La defensa de la cohesión territorial europea, apostando de manera efectiva por un desarrollo armonioso tanto de su fachada atlántica como de ejes más dinámicos como el Mediterráneo o el Este.
2. El fomento de una gobernanza más colaborativa, más participativa y que sea también multinivel, promoviendo la participación de los niveles institucionales más cercanos a la ciudadanía en el diseño e implementación de políticas europeas, en línea con el principio de subsidiariedad.
3. El impulso de la competitividad y la sostenibilidad, alineando sus iniciativas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y con las transiciones verde y digital.
Es necesario crear espacios de diálogo y cooperación, donde representantes de gobiernos subestatales, la sociedad civil y otros actores como las empresas puedan articular estrategias comunes para afrontar retos como la conectividad, la innovación tecnológica, la economía azul o la transición energética. El proyecto de Macrorregión Atlántica, que desde hace años impulsamos los territorios de la fachada atlántica bajo el liderazgo del Gobierno vasco, incluido en el orden del día del Consejo de Asuntos Generales de diciembre de 2023, y que esta misma semana ha recibido luz verde del Consejo Europeo, es una herramienta estratégica ajustada a estas premisas.
El año pasado, conocimos las atinadas propuestas de Enrico Letta y Mario Draghi para avanzar hacia un nuevo mercado único y relanzar la competitividad europea. Siguiendo las pautas propuestas por ambos informes, sería posible activar una verdadera interdependencia colaborativa y territorializar las grandes propuestas europeas para propiciar su aplicación flexible, de modo que permitan que cada territorio desarrolle sus propias estrategias, en diálogo y coordinación con los objetivos globales comunes.
Localizar las políticas europeas a escala adecuada implica apostar por la participación ciudadana, mejorar la eficacia y legitimidad democrática de nuestras instituciones y fortalecer la resiliencia institucional ante los retos complejos que afrontamos.
Estos retos no son abstractos: afectan a la vida cotidiana, a la estabilidad política y al bienestar de millones de europeos. El proyecto europeo no sobrevivirá sin el apoyo activo de la ciudadanía. La desafección y el euroescepticismo son riesgos reales que debemos contrarrestar con participación, transparencia y pedagogía.
Europa está en la encrucijada. Sí. Puede optar o bien por el repliegue ad intra, por la vuelta al Estado nación (sería un enorme error), o bien por una integración más profunda que refuerce su papel global. Y para ello, necesitamos recuperar grandes consensos políticos sin veto, con solidaridad y cohesión territorial, con inversión en innovación y sostenibilidad y con una participación ciudadana activa y real.
Debemos encontrar, como europeos, nuestro lugar en el mundo desde una visión, una estrategia y unos valores que refuercen el multilateralismo inclusivo. Europa simboliza la construcción de una democracia transnacional tan compleja como intrépida, que resulta, sin duda, difícil de materializar, pero, a su vez, es un reducto de libertad, de valores sociales y de propuesta de vida y convivencia en sociedad entre diferentes que no podemos dejar que se disuelva o desnaturalice ante el sumidero de los populismos emergentes.
¿Qué nos falta? Impulso y liderazgo político para materializar una Europa que ilusione a su ciudadanía. Ante la crisis y el desconcierto institucional cabe reclamar, sin duda, más Europa, pero con una mayor profundización en los valores del modelo europeo de sociedad. Basado en los valores democráticos y en los principios de subsidiaridad, con la colaboración de la sociedad con las representaciones institucionales y la cooperación entre estas. O nos integramos más o nos desintegramos como proyecto político europeo. El reto merece la pena.