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Don Quijote y el rey Lear frente a Donald Trump

La Europa que defiende la complejidad del ser humano es la que debe combatir el proyecto nacionalista del líder de Estados Unidos

Dice la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos que Europa está al borde de “la desaparición de su civilización”. El documento, ...

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Dice la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos que Europa está al borde de “la desaparición de su civilización”. El documento, impulsado por Donald Trump, cita algunas cuestiones que considera preocupantes, como la inmigración que está “transformando el continente”, al llenarlo de extraños, o “la censura de la libertad de expresión y la supresión de la oposición política”, que debilitan a la ultraderecha; apunta también a “la caída en picado de las tasas de natalidad y la pérdida de identidades nacionales y de confianza en sí mismas”, e insiste en denunciar las “regulaciones nacionales y transnacionales que socavan la creatividad y la laboriosidad”. El desprecio de la Administración de Trump por lo que representa Bruselas se ha trasladado a los papeles.

Trump considera, aun así, que no todo está perdido. Confía en unos cuantos partidos que mantienen intacta su fibra patriótica en Europa y que están en el lado correcto de la Historia, el que quiere ocupar esa nueva América que será grande de nuevo y que se sostiene en valores nacionalistas, conservadores, cristianos, y que quiere acabar con la inmigración al mismo tiempo que refuerza una identidad férrea, de acero.

Europa está cada vez más extraviada en ese nuevo mundo hacia el que apunta el actual presidente de Estados Unidos. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de Europa? El Viejo Continente ha tenido identidades distintas, también ha sido ferozmente nacionalista, xenófoba, fanática en su defensa de la Iglesia católica, abanderada del imperio y de la destrucción del otro y de la apropiación de sus recursos, militarista, anclada en los valores tradicionales más cerrados y reaccionarios.

En La invención de todas las cosas (Alfaguara), esa imponente aventura en la que Jorge Volpi reconstruye las distintas maneras con que la imaginación ha construido la realidad a lo largo de la historia, hay un momento en que se ocupa de un nuevo invento, “la insólita ficción que llamamos ser humano”, que atribuye a don Quijote y al rey Lear. He ahí otras Europas posibles, la de un disparatado aventurero y la de un hombre roto que quiere retirarse y dejar de gobernar su reino. Uno sale a lomos de su caballo Rocinante a arreglar el mundo, el otro se abandona a sí mismo precipitándose en la soledad y, a ratos, en la cólera y el desasosiego. Las criaturas de Cervantes y Shakespeare inventan al ser humano desde el instante en el que le dan las riendas de su vida, y uno cabalga para deshacer todos los entuertos y el otro se abraza a la melancolía.

Eran otros tiempos. Dice Volpi: “Don Quijote y Lear son anacrónicos y vanguardistas, viejos y niños, idiotas y sabios: su locura es reflejo de la que padecen sus contemporáneos, estimulada por las nuevas energías desatadas por el humanismo, los viajes a América y Asia, el combate contra los turcos, la Reforma, la Contrarreforma, la nueva filosofía natural, las guerras de religión”. El mundo estaba cambiando entonces y las personas se encontraban, como hoy, también fracturadas y desconcertadas. Don Quijote y Lear, ya mayores, siguen sin rendirse y sus proyectos y roturas interiores están marcados por el despropósito. Europa puso al ser humano en el centro, sus contradictorios ademanes, su complejidad. Esa Europa tan rica en matices, y obligada a reinventarse a cada rato, es la Europa que los líderes de la Unión deberían defender frente a Trump. Aunque sea difícil que el actual líder de Estados Unidos llegue a entender a don Quijote y al rey Lear.

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