Edulecto, el dialecto de la educación
Los profesores navegan a menudo por el mar incierto de una terminología mudable, cuya única consecuencia real es más burocracia
“Debe desterrarse su empleo”. En 1967, un escrito publicado por el Centro de Documentación y Orientación Didáctica de Enseñanza Primaria sentenciaba así el futuro del pizarrín en las aulas españolas. Se llamaba pizarrín (y también pizarra) a la pizarrita de uso individual que manejaban los alumnos en clase antes de que los cuadernos se generalizaran. El pizarrín estaba rodeado por un marco de madera debidamente agujereado para que colgara de él un trapo con el que se podía borrar lo escrito. La normativa de 1967 censuraba el uso del pizarrín “por razones higiénicas y pedagógicas”. Y, sí...
“Debe desterrarse su empleo”. En 1967, un escrito publicado por el Centro de Documentación y Orientación Didáctica de Enseñanza Primaria sentenciaba así el futuro del pizarrín en las aulas españolas. Se llamaba pizarrín (y también pizarra) a la pizarrita de uso individual que manejaban los alumnos en clase antes de que los cuadernos se generalizaran. El pizarrín estaba rodeado por un marco de madera debidamente agujereado para que colgara de él un trapo con el que se podía borrar lo escrito. La normativa de 1967 censuraba el uso del pizarrín “por razones higiénicas y pedagógicas”. Y, sí, razones había, porque muchos alumnos escupían sobre el pizarrín antes de frotar con el trapo. La palabra pizarrín denominaba también el objeto con que se escribía, una barrita cilíndrica de mineral. Ambos se han quedado en el mismo ángulo oscuro del patrimonio histórico educativo donde yacen la cartera escolar que se hacía llamar cabás o los dechados que bordaban las niñas. El desuso de las cosas lleva al olvido de las palabras con que son nombradas; el vocabulario sobre la enseñanza en las aulas no es ajeno al cambio general en la sociedad.
Junto con este vocabulario de los recursos materiales que rodean al proceso de impartir una clase, la lengua de la educación ha variado de manera acusada desde finales del siglo XX. El resultado es que, en general, no hay padres que hayan sido certificados en su recorrido educativo con el mismo léxico con el que lo han sido sus hijos. Han cambiado los nombres y la distribución de los grados educativos (la etapa de preescolar es ahora infantil), los descriptores de notas obtenidas (fui de la época de los necesita mejorar y progresa adecuadamente) o las designaciones de las pruebas de acceso a la universidad. Internamente, esa renovación se basaba en la modificación de nomenclatura administrativa y de concepción pedagógica que latía bajo las distintas (demasiadas) leyes educativas que se han sucedido en España.
Pero esas regulaciones han incluido otros cambios que, en general, no han trascendido más allá del profesorado que se ha tenido que hacer a ellos y que han afectado sobre todo a los niveles preuniversitarios. Un mismo profesor puede haber asistido al nacimiento y la consolidación de voces como competencias y saberes, puede haber observado la relegación de examen en favor de prueba de evaluación, habrá aprendido que el aula de expulsión pasó a llamarse aula de convivencia (allí siguen yendo los expulsados), se estará haciendo ahora al término diseño universal de aprendizaje y habrá sido testigo de la proscripción de los contenidos, la palabra estrella de otro tiempo que ahora merece para muchos un “debe desterrarse su empleo” como se hizo con el pizarrín y su salivilla.
El resultado ha sido la conformación gradual de lo que podemos llamar edulecto. El lenguaje jurídico o el médico son, por la especialización de su vocabulario, tecnolectos, dialectos profesionales; el lenguaje de la educación se ha ido configurando en las últimas décadas como tecnolecto. Uso edulecto para denominarlo, buscando el equivalente hispánico de lo llamado en inglés edspeak, el término que, con la inspiración del new speak de Orwell, hoy convive con eduspeak, educationese o pedagogese. El libro de Diane Ravitch Edspeak. A Glossary of Education Terms, Phases, Buzzwords, Jargon (2007) reunió bajo ese nombre un glosario de términos usados en el sistema escolar estadounidense, explicados de forma enciclopédica y no satírica. La acuñación de edspeak a finales de los años ochenta en inglés revela que la construcción de un tecnolecto para la educación no es un proceso exclusivo de España ni del español.
No voy a ensalzar de manera acrítica que los años de experiencia docente sean por sí mismos suficiente aval para ser un buen profesor. Soy consciente, porque tengo mucha tiza encima, de que no se imparte dos veces la misma clase y de que la docencia implica renovarse, acompasarse constantemente con la sociedad que está dentro y fuera del aula. Pero me llama la atención que el edulecto sea tan cambiante y creo que ello en absoluto ayuda a legitimar la teoría basada en la investigación educativa que alienta los cambios normativos. Aunque cada regulación se presenta como un faro nuevo, se corre el riesgo de que este sea un foco de escaso aguante. Los profesores que estos días abren las aulas para un nuevo curso navegan a menudo por el mar incierto de una terminología mudable, cuya única consecuencia real es el incremento del volumen de burocracia que deben echarse encima.
En el edulecto se integra además (y aquí sí con especial fruición en el ámbito universitario) otra corriente nutricia de terminología que surge de poner a la educación bajo la órbita del rédito económico: el lenguaje empresarial. Este hace que el discurso se llene de términos propios de ligas de negocios, que se hable de capital humano antes que de alumnado, o que sean pródigas las menciones a la generación de beneficios, los socios estratégicos y las alianzas por la empleabilidad. Es el edulecto en su variante pseudoempresarial, propio de una universidad en la que no creo, la que busca la fabricación de triunfadores en el sentido más capitalista y agresivo del término. Pienso en todo esto mientras mi nuevo grupo de estudiantes entra en clase y me escruta con la mirada curiosa del recién llegado. Es, en fin, lo que nunca cambia.