Coacción mafiosa para obtener la rendición

La diplomacia de Trump es puro humo, apenas un elegante eufemismo para vestir su extorsión a Ucrania

Los atriles que estaban preparados para la conferencia de prensa conjunta entre Trump y Zelenski que no se llegó a celebrar.Nathan Howard (REUTERS)

¡Pobre Ucrania! Una detrás de otra se van sucediendo las escenas trágicas. La victoria de Trump. Su Gobierno trufado de putinistas y arrepentidos halcones republicanos, ahora apaciguadores y equidistantes. La fluida comunicación telefónica entre la Casa Blanca y el Kremlin. Las provocaciones trumpistas en Bruselas y en la cumbre de seguridad de Múnich, plagadas de insultos a Zelenski, a las democracias europeas y ...

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¡Pobre Ucrania! Una detrás de otra se van sucediendo las escenas trágicas. La victoria de Trump. Su Gobierno trufado de putinistas y arrepentidos halcones republicanos, ahora apaciguadores y equidistantes. La fluida comunicación telefónica entre la Casa Blanca y el Kremlin. Las provocaciones trumpistas en Bruselas y en la cumbre de seguridad de Múnich, plagadas de insultos a Zelenski, a las democracias europeas y a los valores compartidos con Estados Unidos hasta ahora. Luego, el primer e inquietante encuentro de Riad entre ambas cúpulas diplomáticas, con Washington apresurado para alcanzar una paz en la que Rusia gana todo, Ucrania queda desprotegida y Europa es ninguneada. Y al final, la vergonzosa encerrona a Zelenski en el Despacho Oval para obtener su rendición y, en caso contrario, su derrota.

Es insólita la fórmula urdida entre el Kremlin y la Casa Blanca. El invadido paga las indemnizaciones, como si hubiera sido vencido de antemano. La superpotencia que apoyó a Ucrania y la animó a defenderse saca los beneficios. Nada paga el invasor por sus fechorías y crímenes de guerra; al contrario, tiene premio: sigue bajo su control el territorio ocupado y mantiene todas sus exigencias respecto a la neutralidad de Ucrania, su exclusión de la OTAN, la celebración de nuevas elecciones para prescindir de Zelenski... Es la rendición de Ucrania y la victoria de Rusia, envueltas en un gran negocio para Estados Unidos y la gloria pacificadora de su presidente. Conociendo los antecedentes, se trata del programa expansivo de Putin para los próximos años, en dirección a Moldavia, las repúblicas bálticas y Polonia.

Ninguna de las obligaciones contraídas internacionalmente por Rusia respecto a Ucrania ha quedado por vulnerar desde que Putin está en el Kremlin: la Carta de Naciones Unidas y el Acta Final de la Conferencia de Helsinki sobre la renuncia a la guerra de agresión, al cambio de fronteras por la fuerza y a la vulneración de la soberanía de los otros países; el Pacto de Amistad entre Moscú y Kiev y el Memorándum de Budapest para la desnuclearización de Ucrania a cambio del respeto a su independencia y a la integridad territorial, que lleva, por cierto, las firmas de Washington, Londres, París y Pekín. Todo era falso: garantías y garantes. Solo la amenaza permanente es auténtica, de donde se deduce la necesidad de garantías también auténticas.

Para Kiev, es el ingreso inmediato en la OTAN. Hubiera sido sustancial en 2022, pero no es seguro que siga significando lo mismo ahora, con Trump en la Casa Blanca. ¿De qué le serviría la OTAN a Ucrania si Trump desatiende el artículo 5 sobre la defensa solidaria ante un ataque exterior? Pero una Ucrania excluida para siempre, en cambio, le sirve a Putin para declararse vencedor e incluso seguir la expansión, mientras que si Zelenski entra en la Alianza aparecerá como derrotado, aunque consiga retener territorio ucranio. De ahí la oposición tajante de Trump, siempre presto a complacer a Putin.

La diplomacia transaccional trumpista es humo, palabrería, apenas un elegante eufemismo para vestir la extorsión mafiosa, que brilla en todo su siniestro esplendor con el acuerdo sobre los minerales ucranios. No se fundamenta en ningún valor compartido, tampoco en un objetivo político común, ni siquiera en intereses consorciados. Y encima es nula la disuasión que pueda surgir de la explotación conjunta de recursos naturales. La riqueza de Ucrania, al igual que las playas de Gaza, son el botín que el depredador demanda por sus peculiares habilidades de presunto pacificador y auténtico chantajista, que explota al desvalido y comparte el botín con los poderosos, sus iguales.

De tan perversa fórmula solo se aleja Europa, que es para Trump lo que Ucrania para Putin. Ambas desafían la diplomacia coercitiva de las grandes potencias, combaten los intereses depredadores imperiales y constituyen un ejemplo democrático a combatir. Para vestir el santo, Trump necesita a Zelenski en la mesa de la paz, pero a los europeos lejos, castigados. Ahí hay una pequeña diferencia con Putin, que preferiría resolverlo todo mano a mano con Trump, sin nadie más. Así, Putin tendrá a su alcance una Ucrania rusa y Trump, una Europa dócil y dividida.

Solo en un punto Trump lleva razón. Corresponde a los europeos ofrecer a Ucrania las garantías de seguridad. Y acierta Zelenski en la fórmula sencilla aunque improbable: un ejército europeo. El exministro de Exteriores alemán Joschka Fischer la definió premonitoriamente antes de la vergonzosa encerrona del Despacho Oval: “La traición inminente a Ucrania por parte de Trump muestra hasta qué punto la impotencia europea es peligrosa para todos nosotros. La paz y la libertad en el continente europeo deberán fundamentarse en nuestras propias fuerzas y nuestra capacidad de disuasión”. Una fuerza europea con capacidad disuasiva es condición necesaria, aunque quizás no suficiente, de una Ucrania soberana, independiente y democrática. Y de una Europa que siga siendo Europa.

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