El debate | ¿Cómo se puede mejorar la forma en que se enseña la Guerra Civil en la educación obligatoria?

La enseñanza de la guerra fratricida que marcó la historia de España en el siglo XX, aunque ha ganado peso en el currículo, sigue atrapada en recurrentes debates en torno al enfoque del conflicto y las acusaciones de adoctrinamiento. ¿Hay margen para hacerlo mejor?

Dos niños en Madrid junto a carteles que aconsejan evacuar la ciudad ante los bombardeos del ejército sublevado, en enero de 1937.EFE

Las leyes educativas aprobadas en los últimos años han intentado atajar las deficiencias que venía presentando en la enseñanza de la Guerra Civil española en el currículo escolar. Pese a ello, los expertos denuncian que todavía persisten limitaciones que hacen que su implementación efectiva en las aulas siga siendo un desafío, lo que contribuye a que muchos jóvenes tengan una visión superficial o distorsionada de un hecho histórico capital para entender su país.

Los profesores Sergio Riesgo Roche y Carlos Gil Andrés plantean qué mejoras pueden adoptarse para mejorar el ent...

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Las leyes educativas aprobadas en los últimos años han intentado atajar las deficiencias que venía presentando en la enseñanza de la Guerra Civil española en el currículo escolar. Pese a ello, los expertos denuncian que todavía persisten limitaciones que hacen que su implementación efectiva en las aulas siga siendo un desafío, lo que contribuye a que muchos jóvenes tengan una visión superficial o distorsionada de un hecho histórico capital para entender su país.

Los profesores Sergio Riesgo Roche y Carlos Gil Andrés plantean qué mejoras pueden adoptarse para mejorar el entendimiento de una guerra fratricida que ha marcado la historia de España en el siglo XX y que todavía sigue presente en muchos debates.


El reto es conectar la historia con el presente

Sergio Riesco Roche

Pesan sobre la enseñanza de la Guerra Civil en la educación secundaria tres lugares comunes: se imparte tarde —rara vez se llega a esa parte de los temarios—, mal —con poca profundidad—, o directamente nunca se estudia en clase. Sin embargo, los profesionales de la educación sabemos que esto no es así, ni en el aula, ni en el propio marco legal. Desde la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (1990) hasta la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación (2021) se ha hecho prescriptiva, con mayor o menor fortuna y carga ideológica, la enseñanza del acontecimiento central de nuestro siglo XX. Hasta el punto de que hoy, la ley en vigor —la Lomloe— nos señala que el temario de Historia en 4º de ESO, curso final de la Educación Secundaria Obligatoria, se debe centrar exclusivamente en la última centuria.

Eso no quiere decir que todas sean buenas noticias. La forma en la que se ha sustanciado en los currículos y en los libros de texto nos ha ofrecido una conexión entre lo torticero y lo teleológico: la Segunda República y la Guerra Civil aparecen indisolublemente unidas, induciendo con frecuencia a concluir que la primera derivara de forma inevitable en la segunda. Pero esto, en el día a día del aula, no es tan automático. El profesorado ha ido incorporando las principales interpretaciones de la historiografía más solvente realizadas en las últimas décadas. En primer lugar, que vino originada por un golpe de Estado contra el primer ensayo democrático de la historia de España. Le sigue una contextualización que aparca al fin la tan manida singularidad patria, enmarcando el problema español en la crisis mundial del periodo de entreguerras. En cuanto a las causas profundas del conflicto, existe cierto consenso en torno al “empate de incapacidades” entre un conservadurismo que no aceptaba las reglas del juego democrático y un sector del progresismo que aspiraba a llevar a cabo las reformas estructurales que el país requería demasiado rápido.

Ahora bien, a la hora de repartir responsabilidades el profesorado tiende a cierta autocensura. En pos de evitar cualquier sesgo, se cae a menudo en la equiviolencia; es decir, contar que existió represión por parte de los dos bandos sin enfatizar lo suficiente que mientras la republicana ya estaba bajo control en mayo de 1937, la golpista primero y la de la victoria franquista después fue sistémica y razón de ser de la propia dictadura hasta su final. A cambio, hay que valorar la incorporación y normalización del movimiento memorialista en las aulas bajo diferentes expresiones: testimonios, documentos audiovisuales, visita a lugares de memoria, etcétera. Porque un cambio fundamental que se ha producido en los últimos años no solo es lo que se enseña, sino cómo se enseña. Cada vez más proyectos interdisciplinares tratan estos temas, logrando la implicación del alumnado. La propia legislación estatal lo ha recogido al considerar un saber básico las “experiencias históricas dolorosas del pasado reciente y reconocimiento y reparación a las víctimas de la violencia”. Todo ello lleva a las aulas una visión bastante más plural, completa y compleja de la Guerra Civil respecto a la que teníamos en los comienzos de nuestra democracia actual.

Quizá el problema no radique tanto en la calidad de los contenidos que se imparten, sino en las dificultades del profesorado para establecer conexiones entre pasado y las generaciones actuales. El gran reto para los profesionales de la enseñanza —con el apoyo de toda la comunidad educativa— es el de transmitir cuáles son las raíces de nuestros valores democráticos. En el lenguaje pedagógico y legal actual, adquirir una competencia ciudadana que permita asumir “los deberes y derechos propios de nuestro marco de convivencia” y que además sirva para “promover la participación y la cohesión social”. Se trata de insistir en que la construcción de nuestro sistema democrático no procede de un momento de lucidez de unos pocos próceres, sino del deseo de la sociedad española de superar una dictadura represiva nacida de la victoria en un conflicto bélico. Dentro de las aulas se sigue trabajando para superar tópicos y lugares comunes, rechazando cualquier mensaje de odio. La Guerra Civil no constituye una excepción.


La oportunidad de contar un conflicto muy lejano

Carlos Gil Andrés

Ocurrió hace un tiempo. Dos personas conversaban en una cafetería. Una decía enojada: “¿Por qué no dejan en paz a los muertos de una vez? ¡Todavía con la guerra!”. Pensé que me iba a quedar sin empleo. Un profesor de Historia no hace otra cosa que hablar de muertos. Me pregunté después por el sentido de mi trabajo. El cómo y el porqué de la enseñanza de la Guerra Civil. El primer problema es llegar a ella. Los programas de Historia, dominados por la cronología, son inabarcables. En 4º de ESO hay que hacer un esfuerzo titánico para dedicar dos o tres sesiones. Nombres, mapas, fechas y cifras que deshumanizan a los muertos reales. Lo que contamos pasa por los alumnos como la luz por el cristal, sin dejar huella. La Historia de España de 2º de Bachillerato, cautiva de la selectividad (PAU), obliga a estudiarlo todo. El profesor es un preparador de un examen externo. La contienda española se queda en unas cuestiones que los alumnos memorizan con resignación, el castigo de algún pecado que cometieron sus padres. Además, la Segunda República aparece casi siempre unida a la Guerra Civil, como si el conflicto bélico fuera una consecuencia inevitable. Y en muchos libros sigue vigente el relato de la “locura trágica” que predominó al final de la dictadura y en la Transición. Una guerra fratricida, un fracaso colectivo, sin causas ni responsables. Mejor olvidar y pasar página. ¿Para qué estudiarla, entonces?

La actual ley de educación (Lomloe) ha llegado con la ambición de cambiar las cosas. Los contenidos quedan relegados en favor de las competencias. Analizar, comprender, comunicar, tomar conciencia. En la ESO la Guerra Civil estaría en uno de los saberes básicos, “los conflictos políticos y sociales de la España del siglo XX”. La Historia de España de 2º de Bachillerato, centrada en la edad contemporánea, sigue vinculada a una PAU que está en veremos. La Guerra Civil se asocia a su causa inmediata, el golpe de Estado de 1936, y a su principal consecuencia, el franquismo. Y aparece la memoria democrática (la conciencia del pasado traumático, el reconocimiento de las víctimas y las políticas de memoria). Los alumnos —dice el legislador— deben manejar de manera crítica las fuentes, conocer los métodos y marcos teóricos historiográficos, establecer conexiones causales, elaborar síntesis interpretativas y comprender su relación con el presente. El profesor de Historia frunce el ceño. ¡Todo eso! ¿Cuándo? Sabe que una cosa son las programaciones y otra la práctica docente. Observa que los libros apenas han cambiado. Y que en las “situaciones de aprendizaje” el conocimiento es una breve introducción, a veces un esquema en una diapositiva. Como una pastilla de toma única. Por el cedazo por el que se criban los contenidos memorísticos se cuela también el saber histórico.

La Historia se enseña y se aprende con trabajo y dedicación. El conocimiento se adquiere con esfuerzo y compromiso, no hay otra. La reflexión intelectual y el pensamiento crítico nacen de la lectura y precisan mucho tiempo. Sobre todo con alumnos que cada año sufren más para leer, comprender y escribir textos complejos.

Estamos ante un tiempo nuevo. La memoria viva de la Guerra Civil se extingue. La guerra de los abuelos es ahora la de unos bisabuelos desconocidos. La mayoría de los alumnos no sabe nada de aquello. Y su visión del pasado, en medio de la hipertrofia de información de internet y las redes sociales, tiene poco que ver con libros y pupitres. Esa ignorancia es un terreno abonado para los tópicos, los mitos, las proclamas populistas y la exaltación nacionalista, el aire peligroso que respiramos en Europa. Pero también es una oportunidad.

Cada clase es una ocasión única. Para explicar, con rigor y honestidad, sin trincheras ideológicas, sin hacer del pasado un campo de batalla, que la contienda española fue la primera guerra civil total en la barbarie del siglo XX. Que España no quedó al margen de la brutalidad extrema y la violencia masiva impulsadas por los totalitarismos. Y que ese conocimiento tiene aspiraciones éticas y políticas. Nos hace responsables del presente. Está vinculado a nuestra democracia, a los valores de la Unión Europea y a los derechos humanos surgidos de aquella barbarie. ¿Hay alguna causa que merezca más la pena?


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