Asia, a la espera de Trump 2.0
El presidente electo apuesta por intensificar la rivalidad con Pekín, pero republicanos y demócratas comparten una misma visión del continente
Una vez superado el asombro por el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se abre una etapa de transición y especulación sobre lo que cabe esperar de Trump 2.0. Por el momento, sabemos que el presidente electo ha prometido aranceles generales, por países y a la carta: un 10%...
Una vez superado el asombro por el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se abre una etapa de transición y especulación sobre lo que cabe esperar de Trump 2.0. Por el momento, sabemos que el presidente electo ha prometido aranceles generales, por países y a la carta: un 10% sobre todas las importaciones, un 60% a los productos procedentes de China, y más de un 200% para la industria de coches eléctricos que intenten colarse por la puerta de atrás, es decir, producidos por compañías chinas en terceros países. También contamos con un temperamento calculadamente impredecible y en apariencia errático. Trump cultiva la imprevisibilidad como método. Sus rarezas desconciertan, rompen con la lógica tradicional y generan una incertidumbre nebulosa que dificulta adivinar sus pasos. Una maniobra tan clásica como el milenario El arte de la guerra, de Sun Tzu, que aconseja al estratega ser “¡inescrutable! Inescrutable hasta el punto de ser inaudible. De este modo logra elegirse en amo del destino del enemigo”. En nuestro caso, inescrutable en la tempestad y el ruido.
De sus decisiones pasadas también podemos extraer algunas conclusiones. Trump persigue la reciprocidad económica y reniega de los países “aprovechados” que se benefician del gasto militar norteamericano. En Asia, durante su primer mandato, presionó a sus socios tradicionales (Japón, Corea del Sur y Taiwán) al exigirles que aumentasen la partida presupuestaria en defensa. Pero al mismo tiempo, reforzó su compromiso con las democracias asiáticas al priorizar la estrategia de un Indo-Pacífico Libre y Abierto, como contrapeso a la Ruta de la Seda de Pekín. Convencido de que China ha construido su poder a costa del de Estados Unidos, llevó las relaciones bilaterales a un terreno de competencia y rivalidad. Al “giro hacia Asia” propiciado por Barack Obama, Trump añadió una hostilidad y contundencia verbal inexistente hasta entonces.
La Administración de Joe Biden, con otras formas y estilo, apuntaló estas líneas de acción. Si Trump en 2017 relanzó el Diálogo Cuadrilátero QUAD —la fórmula de regionalismo más avanzada con India, Japón y Australia—, Biden lo elevó de categoría ministerial a presidencial. Si Trump impuso aranceles a China para proteger las industrias estratégicas norteamericanas, Biden los aumentó y complementó con otras medidas como la ley CHIPS. Aunque hay diferencias: mientras que las amenazas de Trump distanciaron a sus amigos, Biden propició un eficaz giro en sentido inverso, la cercanía del America is back. Lo vimos con el acuerdo global de inversiones UE-China, negociado en el periodo de Trump, y suspendido de inmediato con la llegada de Biden a la Casa Blanca. Pero a pesar de estas particularidades, demócratas y republicanos comparten una misma visión de Asia y un enfoque bipartidista. Unos y otros ven en China el principal peligro para los intereses de Estados Unidos en el mundo y buscan el desacople en sectores críticos.
La designación de los próximos altos cargos de la política exterior estadounidense apunta a una consolidación de estas posiciones. El consejero de seguridad nacional, Mike Waltz; el secretario de Estado, Marco Rubio, y el secretario de Defensa, Pete Hegseth, se encuentran entre las voces más críticas con el régimen del Partido Comunista Chino, al que acusan de librar una guerra soterrada contra Estados Unidos en, por lo menos, tres frentes: comercio, inversión y tecnología. Han condenado de forma retirada la persecución de los uigures en Xinjiang y el barrido de la democracia en Hong Kong, y piden una política firme y sostenida hacia China. Además, hay que destacar que Mike Waltz y Marco Rubio valoran a la otra gran potencia regional, India, en términos muy positivos. Waltz es el jefe del caucus de India, país al que considera el socio más importante de Estados Unidos, y crucial para la estabilidad global. Por su parte, Rubio introdujo en julio de este año la Ley de cooperación en materia de defensa Estados Unidos-India, que le otorga un trato equiparable al de Japón, Israel, Corea del Sur o los países de la OTAN en términos de transferencia de tecnología.
La elección de Waltz, Rubio y Hegseth señala la apuesta de Trump: rivalidad con Pekín y profundización en el Indo-Pacífico como estrategia de integración regional con ramificaciones globales. En estas circunstancias, el aislacionismo de antaño sería perjudicial. Lo subrayó Marco Rubio en un artículo publicado en Nikkei Asia: Washington no puede contrarrestar las ambiciones de Pekín en solitario, debe “fortalecer las relaciones internacionales existentes y cultivar otras nuevas… especialmente en el Indo-Pacífico”. Estados Unidos necesita aliados; de lo contrario, se arriesga a que Pekín ocupe los huecos libres.
Falta por ver cómo logrará la próxima Administración estadounidense compaginar el proteccionismo del America First con el cuidado de las coaliciones. Si aplica una subida general de tarifas, se arriesga a que las economías afectadas refuercen sus vínculos comerciales con China. Sin embargo, no debe subestimarse el instinto transaccional de Trump, que incluso podría encontrar receptividad en Xi Jinping, y que emplee la intimidación como herramienta de negociación. En cualquier caso, deberá encontrar un equilibrio entre las demandas que plantee a sus aliados y la dependencia estratégica de ellos.