Estados Unidos y la deriva autoritaria

Trump personaliza las amenazas en todo el mundo a la democracia y las sociedades liberales

Un miembro de la policía de Nueva York, ante una imagen de Trump en el exterior del Madison Square Garden, donde el candidato republicano dio un mitin el pasado domingo.David Dee Delgado (REUTERS)

La decisión de los propietarios de The Washington Post y de Los Angeles Times de impedir que ambos diarios se pronuncien a favor de Kamala Harris es algo más que un éxito de Donald Trump: es un indicio de que ...

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La decisión de los propietarios de The Washington Post y de Los Angeles Times de impedir que ambos diarios se pronuncien a favor de Kamala Harris es algo más que un éxito de Donald Trump: es un indicio de que en ciertos sectores económicos ya se anticipa su regreso a la presidencia, y es, sobre todo, la naturalización por parte de las élites americanas de la extrema derecha, del neofascismo de los que dicen que la democracia es un obstáculo para la libertad (de los ricos, por supuesto).

Elon Musk y Peter Thiel ya no están solos. Jeff Bezos, el propietario del Post, se apunta también a la fiesta de Trump, es decir a la banalización de la democracia. Parece que la decisión no ha salido gratis: ha habido bajas masivas de abonados y han dimitido cargos directivos y asesores del periódico, como David Hoffman, uno de los ganadores de los premios Pulitzer de este año: “Nos enfrentamos a una declaración terrible, una autocracia inminente. No quiero que el Post se quede callado”. Pero las apisonadoras no se detienen: Jeff Bezos no cede y legitima el abandono de las convicciones editoriales que definían el perfil de su diario.

Las democracias se apagan. Así lo están decidiendo las nuevas élites globales. Ya eran escasas: sólo el 30% de la población del mundo vive en regímenes de libertad. Pero quienes marcan el paso de unas economías que cavan unas desigualdades sociales cada vez más grandes y un deterioro significativo del Estado de bienestar buscan ahora la creación de mayorías que les garanticen el control de la situación. Y la paradoja es que cuentan para ello con la complicidad de las gentes más perjudicadas por sus políticas, esas antiguas clases medias que se desmoronan y tienen dificultades incluso para pagarse la casa, su lugar, su puesto en la comunidad, y en la desesperación se apuntan al que jura por la patria y les deja a su suerte. Se puede tener democracia o se puede tener el poder concentrado en muy pocas manos, pero las dos cosas a la vez son incompatibles. Y, en la desesperación, la demagogia de la extrema derecha, que señala enemigos por todas partes y hace de la amenaza el modo de estar en el mundo, tiene premio. La gente asustada se pliega a sus mentiras.

Donald Trump personaliza este disparate, con el recurso permanente a señalar a enemigos de la patria que le sirven para desplazar la atención hacia ellos y justificar su desfachatez, su apuesta por el autoritarismo. Que una persona cargada de condenas e imputaciones penales, extravagante figura de la cultura del odio y la insolencia, pueda volver a recuperar la presidencia de Estados Unidos es una señal de crisis de civilización. Y confirma la deriva autoritaria del mundo entero.

En 1989, la caída del muro de Berlín se anunciaba como el triunfo de la democracia liberal, y ahora son precisamente los países que la representaban históricamente los que han emprendido al rumbo hacia el autoritarismo en el paso del capitalismo industrial al financiero y digital. La demagogia campa a sus anchas en las redes sociales. En América Latina los populismos arrasan, de Argentina a Venezuela, aquí sin que ni siquiera se respeten los resultados electorales. Y Europa vive en giro autoritario sin freno. La italiana Giorgia Meloni es ya la estrella de la derecha, con la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, validando sus desatinos en la política de inmigración con inútiles dispendios millonarios para crear centros de retención en Albania. Emmanuel Macron, en otro tiempo referente intelectual del liberalismo, ha puesto la suerte del Gobierno en manos de Marine Le Pen y su Reagrupamiento Nacional, ignorando la reacción de la ciudadanía, que con una participación masiva dio la victoria a la izquierda en las elecciones de junio. Los electores avisan; Macron se enroca. Y así sucesivamente, en España con Vox acechando al PP, que ya le blanqueó como socio en las comunidades autónomas.

La democracia se defiende manteniendo a la extrema derecha —los que quieren cargársela— a distancia del poder, pero las derechas europeas están dejando de poner freno al autoritarismo y apuestan por normalizarla sin reparar en los efectos de unos partidos que operan como disolventes del sistema. Y lo más grave es que estas derechas alimentan por todos los medios la politización del poder judicial, un problema que crece en toda Europa.

En la descomposición de las clases medias, en unas sociedades estancadas en que el crecimiento no forzosamente equilibra la renta per capita, la promesa autoritaria siempre resulta tentadora. Y la democracia se desdibuja cuando la libertad se confunde con el descaro del líder autoritario que busca capitalizar la confusión por la vía del miedo. Ahora mismo es innegable que la sociedad liberal está siendo amenazada desde la penetración autoritaria de las redes hasta las bravatas del Trump de turno. Gentes que hacen de la transgresión de la ley y de la demonización del otro su manera de estar en el mundo. Y la impostura cunde en tiempos de descohesión creciente. Sólo una gran movilización por Kamala Harris podría, por lo menos, aplazar el envite.


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