Las muchas victorias de París 2024
Los Juegos Olímpicos han sido un éxito incontestable de espectáculo deportivo, además de servir de espejo del mundo actual
París cerró este domingo los Juegos de la XXXIII Olimpiada y puede presumir de un éxito rotundo que casi nadie hubiese adivinado antes de su inicio el 26 de julio. Un éxito, además, que trasciende lo meramente deportivo y lo organizativo y deja un legado simbólico y emocional para muchos años.
Francia llegaba a los Juegos después de meses de conflictos políticos y sociales y apenas tres semanas después de unas legislativas en las que la ultraderecha, que venía de ganar las europeas, estuvo más cerca que nunca del poder. Y lo que ha ofrecido en esta tregua olímpica es la mejor imagen de la Francia universal y mestiza, la tradición que cobra valor cuando se renueva, el reflejo de un país como es realmente y no como la imagina el nacionalismo populista. París ha cambiado y sus ciudadanos se han reconciliado con ella, muestra de lo que unos Juegos pueden suponer para la transformación urbana, en pleno debate sobre la sostenibilidad de montar una cita olímpica. El éxito organizativo, el entusiasmo en los estadios, la inyección de optimismo traen inevitablemente a la memoria lo que supuso para Barcelona los Juegos de 1992.
Han sido los Juegos de Mondo Duplantis, récord mundial de pértiga en un estadio volcado ante su magnetismo. De Katie Ledecky, coronada como la mejor nadadora y una de las mejores deportistas de la historia (nueve oros sumados en cuatro Juegos consecutivos). De Novak Djokovic, que a los 37 años logró frente a Carlos Alcaraz el único título que no tenía, un oro olímpico en tenis. De Léon Marchand, consagrado en la piscina ante miles de sus compatriotas. Entre las muchas imágenes emocionantes que deja París para la historia olímpica destaca el simbolismo de las estadounidenses Simone Biles, la gimnasta más completa de todos los tiempos, y Jordan Chiles inclinadas ante la brasileña Rebeca Andrade en el centro del podio.
Batallas propias de nuestro tiempo, como el odio amplificado por las redes, se hicieron inevitablemente presentes. La boxeadora argelina Imane Khelif, medalla de oro en su categoría, fue humillada por el discurso transfóbico y sirvió de ejemplo del camino que queda por recorrer frente a la incomprensión y los prejuicios. Más signos de los tiempos: una ceremonia de apertura rupturista cuya apuesta creativa fue tomada gratuitamente como una ofensa religiosa. O la medalla de oro en maratón de una refugiada nacida en Etiopía, Sifan Hassan, para Países Bajos, cuyo Gobierno ultraderechista promete aplicar el “régimen de asilo más estricto de la historia”. París ha sido el centro del mundo en todos los sentidos.
España se va con 18 medallas (cinco oros, cuatro platas y nueve bronces), una más que en Tokio y en Río 2016. Queda lejos el récord de 22 de Barcelona, pero un dato refleja la progresión del deporte nacional y su gen competitivo: España ha firmado 17 cuartos puestos. Los triunfos y decepciones de los españoles han sido tanto individuales como de equipo, tanto de hombres como de mujeres, nacidos en España de padres españoles e inmigrantes o hijos de inmigrantes. La imagen de España en tiempos de polarización es la de Jordan Díaz, María Pérez y Álvaro Marín o el conjunto femenino de waterpolo. Y la de Carolina Marín, Ana Peleteiro o la selección femenina de fútbol. París ha coronado a Saúl Craviotto como el español más laureado en unos Juegos. Y ha vivido el adiós olímpico del mito Rafa Nadal.
París deja muy alto el listón para Los Ángeles en 2028 por haber logrado un espectáculo deportivo fabuloso, por cómo ha renovado el espíritu de una ciudad única y por tantas historias emocionantes.
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