El ‘enigma’ de Junqueras y ERC
Los republicanos han jugado a nadar y guardar la ropa hasta que las urnas les han puesto ante el espejo de sus contradicciones
A ERC le ha estallado de frente el relato que lleva años alimentando en Madrid. Ese partido que se vendía como “el independentismo sensato”, que se desmarcaba de las piruetas de Carles Puigdemont, se ve ahora ante la posibilidad de apoyar un tripartito, pero arrastra los pies. Esquerra lleva años jugando a la ambigüedad, y, tarde o temprano, esas simpatías que venía cosechando fuera de Cataluña como...
A ERC le ha estallado de frente el relato que lleva años alimentando en Madrid. Ese partido que se vendía como “el independentismo sensato”, que se desmarcaba de las piruetas de Carles Puigdemont, se ve ahora ante la posibilidad de apoyar un tripartito, pero arrastra los pies. Esquerra lleva años jugando a la ambigüedad, y, tarde o temprano, esas simpatías que venía cosechando fuera de Cataluña como “los buenos del procés” iban a pedirle que sea consecuente y apoye al PSC.
Basta observar cómo Oriol Junqueras se ha valido del favor de la opinión pública española para limpiar su imagen. Desde las tribunas de Madrid pronto se le encumbró a la categoría de “líder moral” del independentismo, alegando su “coherencia” por haber ido a la cárcel. Pero ese nunca fue el pensamiento único en el seno del movimiento: muchos afines a la ruptura han tendido a ver con mayor regocijo la huida de Carles Puigdemont que el martirologio de Junqueras. Incluso se filtró que Esquerra fue algo oportunista en 2017, al esperar que Puigdemont cargase con la responsabilidad de convocar elecciones y no hacer la declaración unilateral de independencia. En definitiva, si tan a disgusto han ido vendiendo los republicanos que estaban con Junts, es normal que muchos se pregunten ahora por qué no permiten a los socialistas catalanes gobernar la Generalitat.
Así que Junqueras siempre fue un enigma, al tiempo que ERC está partida en dos. De un lado, se encuentran los que no tendrían problema en dejar que Salvador Illa superara la investidura y luego hacer oposición. Del otro lado, están los que prefieren elecciones por temor a desmarcarse de Puigdemont. El tripartito parece hoy la opción menos probable por lo lesivo que se cree que resultaría para los republicanos, pero todos los caminos conducen a una misma conclusión: la necesidad de tiempo para decidir qué quieren ser en un futuro y recomponerse orgánicamente —en el partido y en el grupo parlamentario— una vez abierta la era del posprocés.
Algunas voces reman ya por dejar que Illa sea president. Joan Tardà, exdiputado en el Congreso, habla de hacer una oposición constructiva y no bloquear un govern del PSC. Ahora bien, el alma de ERC en Madrid siempre ha sido más de izquierdas que independentista. El propio Tardà salió a gritos de “viva la Tercera República española” de un acto en 2017. Gabriel Rufián ha recogido ese testigo: parece haberse entendido mejor con Podemos y Bildu que con Junts.
Sin embargo, otras voces temen que el regreso de Junqueras pueda tener como objetivo forzar una repetición electoral. La carta que envió esta semana parecía endosarle al dimitido Pere Aragonès el desastre de haber dejado el partido en 20 escaños (13 menos que en 2021). Pero no sería cierto: ni los indultos ni la senda pactista frente al PSOE parecen estrategia del expresident, que solo es culpable de la pésima gestión al frente de la Generalitat. Quizás el líder de Esquerra esté buscando no responsabilizarse por los sucesivos hundimientos del partido —28 de mayo y 23 de julio de 2023, o este 12 de mayo— con tal presentarse como una especie de “salvador” cuando pueda ser amnistiado.
Aunque sería un error que Junqueras crea que el hundimiento de ERC va de caras y que él lo puede remontar: la crisis que atraviesan los partidos del procés es estructural. Una buena parte de los votantes independentistas se marchó a la abstención, en medio de una enorme frustración por ver cómo sus líderes ya solo se dedican a mercadear con indultos y amnistías en Madrid, metiendo el referéndum en una mesa de diálogo porque les estorbaba para salvarse judicialmente ellos. Es decir, que el sentimiento de traición entre las bases del independentismo es lo que las ha llevado a abandonar a sus partidos. El procés ha muerto, pero sus votantes siguen ahí latentes, huérfanos de representación. Y en ese contexto, repetir elecciones probablemente polarizaría más los votos entre PSC y Junts, desplomando aún más a ERC.
Precisamente, la estrategia de los republicanos es el principal motivo de su caída. Si hoy Puigdemont adelanta a ERC se debe en parte a que —metidos ya de lleno en la pantalla del autonomismo— quizás la base social del independentismo aún prefiera un Junts capaz de plantarse ante el PSOE para negociar. “Catalunya necesita ser respetada” rezaba en alguno de los carteles electorales del expresident. Ello no implica que ERC vaya de ahora en adelante a dar un bandazo en el Congreso, mostrándose sistemáticamente a la contra del PSOE. Tal vez module su entreguismo a Sánchez, pero el presidente no tiene mucho que temer: Esquerra no parece insatisfecha con haber trabajado por ser un socio fiable para lograr acuerdos. El problema es que Puigdemont ha sabido venderse mejor en su premeditada estrategia de llevar a Sánchez al límite en cada votación.
La opinión pública en el independentismo rara vez funciona con las lógicas de Madrid. Los republicanos han jugado estos años a nadar y guardar la ropa hasta que las urnas les han puesto ante el espejo de sus contradicciones. Qué hacer en adelante, con el partido abierto en canal, es el enigma a resolver por Junqueras y ERC.
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