La brecha

La ruptura generacional es solo una manera de llamar al fracaso de los sistemas que antes funcionaban mejor para evitar la avaricia en los precios y la precarización salarial

Una pancarta que reza "Mejor estar muerto que ser esclavo" colgaba el día 8 de un tractor en Berlín durante la huelga nacional de agricultores.Filip Singer (EFE)

Algunas palabras se cuelan de improviso en el debate público y, de pronto, se hacen populares como las películas o las series de televisión. Todo el mundo habla de Saltburn y de The Bear y, en la política, todo el mundo habla del relato, que trae a malvivir a los partidos que quieren dar sentido a sus contradicciones. Eso es el relato: una e...

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Algunas palabras se cuelan de improviso en el debate público y, de pronto, se hacen populares como las películas o las series de televisión. Todo el mundo habla de Saltburn y de The Bear y, en la política, todo el mundo habla del relato, que trae a malvivir a los partidos que quieren dar sentido a sus contradicciones. Eso es el relato: una escapatoria, y eso debió de ser lo que había tras la frase que dejó Pedro Sánchez en su entrevista del domingo en EL PAÍS: “La única verdad es la realidad”. En realidad, comodines en la lengua hay muchos más, sin necesidad de que ninguna Academia los distinga como palabras del año. Ocurre con brecha, por ejemplo.

Con la brecha se intenta describir lo que está sucediendo en el campo alemán y, antes que allí, en otros países de Europa, cuyos agricultores han protestado por razones diversas en los últimos meses. El lunes, un reguero de tractores se plantó en la Puerta de Brandeburgo de Berlín en la marcha contra la retirada de las subvenciones al diésel. Escribió aquí Fernando Vallespín sobre el Rubicón que eso supone, porque en Alemania no suelen darse fenómenos que se parezcan a los chalecos amarillos franceses, y ese malestar, que prende en más sitios, pretende capitalizarlo la extrema derecha en puertas de las elecciones europeas de junio. Vallespín habló de democracias insatisfechas, concepto que explica el mundo: el primer riesgo de una democracia es su malestar.

Hablar del problema del campo está bien, pero lo reduce, porque no es un problema que afecte solo a un sector, sino al conjunto. Así que el concepto de la brecha, tan útil para explicar las diferencias (campo-ciudad, ricos-pobres, jóvenes-mayores), se queda corto para entender las causas; porque el foco es mayor. La brecha tiene que ver con la desigualdad, que concierne a todos. Es una cuestión de justicia: de cómo una generación reparte sus beneficios y sus costes. En la misma semana, Oxfam ha dado a conocer que el 1% más rico de España concentra el 22% de la riqueza y el Consejo de la Juventud ha hecho saber que los jóvenes necesitan el 93% de su salario si quieren vivir en solitario y de alquiler. Pero ese no es un problema de los jóvenes y punto, sino de la sociedad: es que algo que siempre ha sido ahora lo es más aún.

¿Qué es la brecha generacional? Una manera de llamar al fallo, o al fracaso, de los sistemas que antes funcionaban mejor para evitar la avaricia en los precios y la precarización de los salarios. Pero ese nombre despista, porque no se trata de poner a una generación contra la otra; ni siquiera atañe solo a una generación por más que, desde luego, sufran sus efectos sobre todo los jóvenes. Renunciar a verlo como un problema global implica buscar responsabilidades solo en un lado, además de renunciar a una visión del mundo y entregarse a otra muy concreta, más individualista y que seguramente esté entre las causas del punto al que hemos llegado. El malestar que resulta de las llamadas brechas no es de parte: de hecho, puede que sea lo más social y compartido que exista en este momento en que se han roto, o se arriesgan, casi todos los consensos. Transversal, según se dice ahora.

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