Necesitamos un Gobierno ya
Repetir las elecciones no es de recibo si existe la posibilidad de llegar a un consenso. Jugar a los dados no es una respuesta política, y la mezcla de incertidumbre más demora se halla en las antípodas de lo que el país precisa
El acuerdo para la investidura de Pedro Sánchez avanza de manera fatigosa entre la discreción de los socialistas, la teatralización de los independentistas y el fuego de artillería de las derechas. Un viaje donde unos tienen que convencer de la oportunidad que brinda pasar página, otros bajar a lo terreno desde lo ...
El acuerdo para la investidura de Pedro Sánchez avanza de manera fatigosa entre la discreción de los socialistas, la teatralización de los independentistas y el fuego de artillería de las derechas. Un viaje donde unos tienen que convencer de la oportunidad que brinda pasar página, otros bajar a lo terreno desde lo místico y los de más allá seguir dando miedo con el gastado “se rompe España”. Al final, una negociación sale adelante si la diferencia entre lo declarado en público y lo que se sabe posible en privado no se vuelve insalvable.
En tal situación, se especula a cada rato con la repetición electoral, a veces como farol de quien necesita fingir que le da igual romper la baraja, otras como la hipótesis de quien piensa que los costes de tratar con Waterloo serán un lastre, a menudo como predicción agorera de los que se les congeló la victoria en el balcón de Génova. Entre estos supuestos olvidamos lo fundamental: una repetición electoral no es de recibo si existe la posibilidad de llegar a un consenso. Jugar a los dados no es una respuesta política.
Volver a acudir a las urnas no dio un resultado netamente diferente ni en 2016 ni en 2019, como tampoco lo volvería a dar en 2024, por la sencilla razón de que, salvo cataclismos, el pulso ideológico de una sociedad no cambia en seis meses. Conociendo esto, no es aceptable pedir a los ciudadanos que resuelvan lo que es trabajo de los partidos. Tampoco resulta cabal apostar en la ruleta sabiendo que la bola puede caer en la casilla de la extrema derecha. Por último, poner las urnas en enero implica que, con suerte, no contaremos con un Ejecutivo hasta abril.
La mezcla de incertidumbre más demora está en las antípodas de lo que el país necesita, especialmente si contamos con un escenario internacional volátil influido por Ucrania y Oriente Próximo. Además, el fin de la presidencia española del Consejo de la UE debería terminar con la reforma de la gobernanza económica ya que si no, una vez acabado el paréntesis de la covid, el techo de gasto volvería a cernirse sobre nosotros. Si Nadia Calviño cuenta con un mandato renovado en casa, su posición de fortaleza para tratar con Christian Lindner, el ministro de Finanzas alemán partidario de la vuelta de la austeridad, crece.
Lograr, más que un pacto de investidura, un acuerdo de legislatura significaría, entre otras cosas, una continuidad en la gestión del Plan de Recuperación. De los 160.000 millones de euros disponibles para España entre transferencias no reembolsables y préstamos, hemos recibido 37.000 millones. Un cambio de rumbo en La Moncloa podría alterar el destino de lo que aún nos queda por recibir, hasta ahora dedicado a la transformación del tejido productivo en clave digital y medioambiental, así como el refuerzo de las políticas de igualdad.
Hay que tener en cuenta que, además de lo que respecta a las relaciones con Europa, un nuevo Gobierno progresista sería indispensable para contrapesar el resultado de las autonómicas y municipales de mayo, que permitió al PP acceder al poder en 11 comunidades más 30 de las 52 capitales de provincia, lugares que han necesitado en algunos casos de pactos con Vox. No se trata tan solo del riesgo de lo que está por venir, sino de lo que ya ha sucedido. La ola reaccionaria no ha finalizado; tan solo se ha detenido en su primer embate.
La anterior legislatura supuso un cambio de tendencia en cómo enfrentar los efectos de una crisis, pasando del modelo de empobrecimiento y precarización a uno donde el gasto público contribuyó a crear un escudo social. Esta variación se notó especialmente en la política laboral, algo que no puede detenerse debido al momento de transformación brusca del sistema productivo que ya estamos experimentando. Es necesario un salto adelante en materia de empleo que consolide y amplíe esta línea.
Es necesario situar el salario mínimo en el 60% de la media salarial, reducir la jornada de trabajo a 35 horas semanales, impulsar el desarrollo normativo del trabajo en plataformas digitales afectadas por la opacidad de los algoritmos y sentar las bases para la regulación de la inteligencia artificial, sin olvidar entrar en la modificación del régimen de despido, insuficiente en cuanto a la protección de los empleados. Aunque los equilibrios parlamentarios serán más difíciles al entrar en la ecuación de investidura partidos de derecha liberal como Junts, el impulso laborista no puede detenerse.
La narrativa que las derechas plantean ante la negociación de investidura consiste en calificarla de pacto entre élites contra la igualdad entre los españoles, un relato destinado a las capas populares. Sin embargo, por todo lo expuesto, la demora en nombrar un nuevo Gobierno, la inestabilidad asociada a no poner en marcha la legislatura es lo que más perjudica a las clases medias y trabajadoras de España. La gente no vive de banderas en los balcones; la economía no avanza entre tensiones nacionales.
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