Música y petróleo: El Sistema del maestro Abreu

El impulsor de la orquesta experimental venezolana fue un joven músico y economista, José Antonio Abreu, cuya idea de masificar la enseñanza como herramienta en el combate contra la pobreza lo animaba desde los años 60

José Antonio Abreu y Gustavo Dudamel, en un acto en San Francisco en 2012.L. R.

Entre los papeles póstumos de aquel petroestado suramericano— nación pionera de la Opep, hoy es escándalo de tiranía, pobreza y violencia—, los Mommsen del futuro hallarán las crónicas de un programa público de enseñanza masiva y no vocacional de música académica. Lo que sigue es parte de la mía.

El Sistema—así es conocido hoy el programa y así, en español, ...

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Entre los papeles póstumos de aquel petroestado suramericano— nación pionera de la Opep, hoy es escándalo de tiranía, pobreza y violencia—, los Mommsen del futuro hallarán las crónicas de un programa público de enseñanza masiva y no vocacional de música académica. Lo que sigue es parte de la mía.

El Sistema—así es conocido hoy el programa y así, en español, se lo designa en muchos países que, como Escocia o Japón, lo han replicado con entusiasmo y éxito—fue originalmente concebido, hace ya medio siglo, a partir de una orquesta de cámara integrada por jóvenes ejecutantes y compositores que buscaban hacerse sitio en un país de 11 millones de habitantes donde escasamente había dos o tres agrupaciones sinfónicas profesionales.

La llamaron “experimental”, sin referirse con ello a corriente compositiva alguna, sino tan solo queriendo decir “alternativa”.

En aquel tiempo, acceder a una plaza como instrumentista en cualquier orquesta nacional era cosa regida por el mezquino azar. Dependía de la muerte del fagot titular, por ejemplo, y de que fueses tú el otro único fagot de la comarca. Se chocaba no solo con la cerrazón de un gremio proverbialmente inmovilista, forzado a ser insolidario a pesar suyo porque no abundaban las fundaciones privadas que auspiciasen la suscripción pública de sociedades filarmónicas.

El impulsor de la orquesta experimental fue un joven músico y economista, José Antonio Abreu, cuya idea de masificar la enseñanza de la música como herramienta en el combate contra la pobreza lo animaba desde fines de los años 60. Encontró al fin su hora en 1973, en mitad del boom de precios que siguió al embargo petrolero contra Occidente, acordado por la naciones árabes de la Organización de Países Productores de Petróleo, Opep.

El embargo fue una represalia por el apoyo brindado a Israel durante la guerra del Yom Kippur, en 1972. El boom trajo consigo una transferencia global de riqueza sin precedente: el precio de cada barril de nuestra cesta de crudos saltó de 2.70 a 9.76 dólares de la época. Para 1979 rondaba ya los 17 dólares. Solo en el primer año —de 1973 a 1974—, entraron al Tesoro venezolano 10.000 millones de dólares, suma entonces inconcebible para nadie que viviese en estos platanales. La bonanza tocó en suerte a Carlos Andrés Pérez en su primera presidencia (1973-78).

La vulcanología de los petroestados se desarrolló como disciplina justamente por aquellos años, cuando en la London School of Economics se teorizaba sobre los motores de arranque del desarrollo económico en Tercer Mundo. Un laureado alumno del posgrado de la LSE fue nombrado por Pérez ministro de planificación económica y Abreu, proveniente de la democracia cristiana, se halló entre sus colaboradores más destacados.

No es un hecho suficientemente conocido ni mucho menos atendido por los estudiosos, pero fue a Abreu a quien se encomendó dirigir al equipo redactor de la Ley de nacionalización petrolera que en 1976 creó la estatal Petróleos de Venezuela.

Ya en 1973, los planificadores habían resuelto aprovechar la bonanza y echar adelante un vasto, intensivo plan de becas de posgrado que desde 1974 fue el programa insignia del Gobierno Pérez. En cosa de meses, el programa llevó a miles de jóvenes bachilleres a Europa y Estados Unidos.

Estudiaban disciplinas tan dispares como exploración petrolera, medicina tropical, urbanismo o finanzas públicas. También hidrología, fitogenética, lingüística transformacional, derecho administrativo comparado, refinación catalítica de petróleos…

Prevaleció un estricto criterio que atendía solo al mérito escolar plasmado en el registro de credenciales. Suena a propaganda oficial, pero en verdad así fue.

Tampoco se dio prioridad especial a las carreras que planificadores del desarrollo económico más rígidos que los de Pérez habrían podido considerar en aquella época como “estratégicas”. Siendo así, y desde el mandarinato planificador, Abreu logró que el plan de becas aportara el motor de arranque financiero para un experimento de ingeniería social que acabó por llenar de orquestas juveniles el país: El Sistema.

El Sistema ponía acento en la ejecución, en poner los instrumentos en manos de los niños y adolescentes becarios y, con el mínimo de nociones, apenas sabiendo dónde cae el la en un pentagrama, comenzar a tocar, a sonar.

Desde luego, el proceso es bastante más complejo y arduo que tan solo prescindir del conservatorio y extender el horario de ensayos, pero tras escuchar una orquesta de niños hasta entonces marginados interpretar con solvencia el Allegro spiritoso de la sinfonía N° 92 de Haydn, los congresistas de la Comisión de Finanzas lo tenían difícil para regatearle subvenciones a Abreu. La propensión del maestro al repertorio sinfónico-coral tuvo allí su origen. Hasta el político más sordo puede tararear la Oda a la alegría de la Novena de Beethoven.

La doctrina de las “diez mil horas de práctica”, famosamente formulada por el sociólogo Malcolm Gladwell, nunca tuvo mejor testigo que las cohortes de músicos de alto desempeño, salidos del sistema de orquestas juveniles venezolano.

“Músicos ejecutantes; no musicólogos”, se oyó decir a Abreu en más de una ocasión. Abreu se convirtió en una cruza de Arturo Toscanini con Baden Powell, al frente de legiones de prepúberes que ensayaban a veces durante 11 horas seguidas antes de participar en algún evento multitudinario en obsequio de dignatarios extranjeros reunidos en Caracas para alguna conferencia cumbre.

Como institución, El Sistema es más antiguo aún que la mismísima Petróleos de Venezuela y ya a fines del siglo pasado era un modelo ¿educativo?, ¿redistributivo? ¿clientelar? estudiado en muchos foros mundiales.

El Sistema se fundamenta en una beca familiar que beneficia a miles de familias, y aunque con los años llegó a tener un abultado presupuesto, se sustrajo siempre a la competencia del Ministerio de Educación.

Un talento descomunal para las finanzas públicas y una titánica disposición para el cabildeo parlamentario capacitó a Abreu, quien murió en 2018, como superministro de Cultura que obraba además como gerente general de una agencia autónoma que gozaba del beneplácito presidencial. Y esto, en el curso de todas las administraciones que precedieron el ascenso al poder de Hugo Chávez.

Recurrir a la música para ampliar la inclusión social fue el leitmotiv inspirador de poderosas figuraciones filantrópicas, muy difícilmente refutables por el funcionariado. “Si un niño pobre aprende a tocar un instrumento musical dejará de ser pobre”. Sobre locuciones como ésta, repetidas por Abreu y sus colaboradores con espíritu verdaderamente misional, se fundó el misticismo moral de El Sistema que sobrios organismos como el BID no podían sino hallar irresistible. Y, a la verdad, casi tres millones de niños han llegado a beneficiarse de sus provisiones.

La gestión de El Sistema tuvo, en vida de Abreu, también un cariz que llamaré vaticano: un papa “infalible”, varias veces ministro de la Cultura, una corte pontificia, un autoritario y a menudo despiadado sectarismo que aseguraron para El Sistema un estatuto de gran autonomía dentro del aparato del Estado.

Al ser genuina emanación del petroestado que fuimos y de la democracia bipartidista venezolanos de último tercio del siglo pasado, se llegó a pensar que el ascenso de Chávez al poder acabaría con El Sistema y sus oficiantes. Nadie contó entonces con la proteica capacidad de Abreu para sobrevivir a los cambios políticos.

En 2006, el comandante Chávez adoptó El Sistema como núcleo de su “Misión Música”, lo dotó espléndidamente de recursos y lo convirtió en un eficiente dispositivo clientelar electoral. Para Gustavo Dudamel, el brillante director de la Orquesta Simón Bolívar, insignia de El Sistema, realmente comenzaron entonces sus años de apoteosis.

Simon Rattle, por entonces director de la Filarmónica de Berlín, luego de oír a Dudamel y la Simón Bolívar interpretar la Sinfonía N° 10 de Shostakovich en el Albert Hall de Londres, afirmó en 2007 que El Sistema era lo más importante que estaba ocurriendo en el mundo de la música.

Abreu fue un hombre solitario, obcecado y rigorista, un duro reformador cuya obra mayor ganó en 2008 el Premio Princesa de Asturias de las Artes por sus méritos educativos. Hoy, irónicamente, El Sistema forma parte del aparato propagandístico del régimen de Maduro.

Sostengo, sin embargo, que un estudio profundo de la figura de Abreu y de sus relaciones con el Estado, algo aún por hacerse, brindaría insospechadas visiones de lo que un siglo de petróleo hizo de nosotros.

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