La promesa de vivir el aquí y el ahora

El peso de la culpa por los errores cometidos y el desvalimiento de quien no encuentra un empleo son notas de esta época que Saul Bellow ya recogió en su novela breve ‘Carpe diem’

Saul Bellow, premio Nobel de Literatura en 1976, en una imagen de los años ochenta.KEVIN HORAN / CORBIS

Malos tiempos. Hay una guerra que lo trastoca todo, la inflación está alta, el precio de la cesta de la compra ha subido de manera alarmante. Hay mucha gente que no tiene trabajo, jóvenes sin grandes expectativas, a ratos no hay manera de encontrar la salida del agujero. Esas complicaciones quedan habitualmente reducidas a unas cuantas cifras en los periódicos, las que dan cuenta de la marcha de la economía, ...

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Malos tiempos. Hay una guerra que lo trastoca todo, la inflación está alta, el precio de la cesta de la compra ha subido de manera alarmante. Hay mucha gente que no tiene trabajo, jóvenes sin grandes expectativas, a ratos no hay manera de encontrar la salida del agujero. Esas complicaciones quedan habitualmente reducidas a unas cuantas cifras en los periódicos, las que dan cuenta de la marcha de la economía, la cantidad de nuevos contratos o de parados, porcentajes de todo tipo. Sea como sea, ese baile de números no mira hacia adentro, poco se sabe de la experiencia de cada uno de los que están sufriendo las bofetadas de la vida. Pongamos un tipo de poco más de 40 años, ha perdido su empleo, y cada mañana ya está afeitado a las ocho de la mañana. Piensa que lo de levantarse temprano puede ayudarlo en la ardua tarea de buscar una salida.

Un día cualquiera, desde el momento de bajar a desayunar hasta el final de la tarde, cuando ese hombre estalla en el funeral de un desconocido en una inagotable catarata de lágrimas: es lo que cuenta Saul Bellow en una historia corta, Carpe diem. La literatura sigue siendo un buen instrumento para asomarse a lo que está ocurriendo de verdad en el interior de las personas y, como dice Martin Amis en su último libro, “los novelistas son anfitriones, gentes que te abren la puerta y te invitan a pasar”. Así que entremos de una vez y veamos qué ocurrió con ese Tommy Wilhelm, que siendo joven se peleó con su familia y se fue a Hollywood a probar suerte. Parece que “resultaba impresionantemente guapo”, así que alguien lo persuadió de que su futuro estaba en la meca del cine.

No le fue bien. El agente que lo arrastró lo dejó enseguida abandonado (después sería acusado de proxenetismo, tenía una red de fulanas que daban citas por teléfono). Y es que ocurren este tipo de lindezas. Engaños, sueños disparatados, manipulaciones, trampas, malas decisiones. Al final son muchos los que terminan metidos en un berenjenal, las puertas se cierran, y se impone la certeza de que la culpa es de uno mismo. Y es eso, precisamente, lo que no recogen las cifras: el infierno de los ajustes de cuentas con el propio pasado y los buenos propósitos. Tommy Wilhelm, por ejemplo, “pensaba que debía, que podía recobrar y recobraría las cosas buenas, las cosas felices, las cosas simples y fáciles de la vida”. Un psicólogo que conoció en el hotel en el que vivía —un charlatán, según su padre— lo animó a jugar su dinero en la Bolsa. Lo hizo. Le entregó lo que le quedaba y le firmó un poder para que lo invirtiera en acciones y le arreglara el futuro.

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Carpe diem es una novela corta de hace mucho tiempo y se desarrolla en unas circunstancias que nada tienen que ver con las del presente. Saul Bellow simplemente abre la puerta y deja ver lo que le ocurre por dentro a su protagonista: la desolación de sentirse perdido, la certeza de que a lo largo del tiempo solo ha cometido errores y, sobre todo, el descubrimiento de que incluso los más cercanos —su padre— reniegan de él como de un apestado. De pronto, alguien le habla de vivir el aquí y el ahora, de aprovechar las oportunidades —”con todo ese dinero alrededor, uno no quiere hacer el indio mientras los demás se aprovechan”— y decide lanzarse. Es una historia más, una de tantas que muestra el desvalimiento de no encontrar un empleo.

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