Demasiado ruido en el Gobierno de coalición

Cada enfrentamiento en el Ejecutivo resta fiabilidad al trabajo por hacer en un contexto económico de alta complejidad

Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz, en el Congreso de los Diputados el 11 de mayo.Claudio Alvarez

Las elecciones en Andalucía son la primera meta volante de una carrera electoral que tendrá su continuidad en las autonómicas y municipales, como paso previo a las elecciones generales. Todo ello sin considerar, claro está, la hipótesis de que el presidente del Gobierno decidiera alterar el orden natural de los factores descritos mediante una decisión que solo a él le compete. La descripción de lo que está por venir en términos electorales...

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Las elecciones en Andalucía son la primera meta volante de una carrera electoral que tendrá su continuidad en las autonómicas y municipales, como paso previo a las elecciones generales. Todo ello sin considerar, claro está, la hipótesis de que el presidente del Gobierno decidiera alterar el orden natural de los factores descritos mediante una decisión que solo a él le compete. La descripción de lo que está por venir en términos electorales da una idea clara de que la legislatura, entendida como un conjunto de iniciativas parlamentarias, está pronta a su fin y las lógicas políticas de los socios de investidura adoptarán la forma propia de la competición. Nada de ello impide defender la conveniencia de agotar esfuerzos para llevar hasta el límite de lo posible el mandato del actual Ejecutivo. Algo que, entiendo, exige incorporar algunos ajustes en la forma de proceder.

Uno de los elementos que proyecta más erosión en la solvencia del actual Gobierno está conectado con sus discrepancias internas. No es un problema de gestión lo que daña la reputación de quienes han gobernado con seriedad durante dos años de dificultades extremas. El principal desgaste del Ejecutivo de coalición emparenta, a mi entender, con otras razones. Entre ellas, destaca la distracción que genera un obcecado empeño de algunos de sus miembros por oponerse frontalmente a decisiones adoptadas en el Consejo de Ministros. Esta dinámica de desencuentros entre socios se ha incrementado de manera singular en el último tiempo, y todo invita a pensar que se acelerará por incentivos propios del contexto electoral. Pero siendo esto un problema, hay que considerar ahora el ruido añadido que resulta de las discrepancias crecientes dentro del socio minoritario.

Todo esto pone de relieve una disfuncionalidad con consecuencias muy costosas para el Ejecutivo, pues además de opacar éxitos de gestión indiscutibles, cada enfrentamiento resta fiabilidad al trabajo por hacer en un contexto económico de alta complejidad. Y, lo que es peor, esta manera tan gratuita de cultivar el desencuentro podría tener también un impacto negativo en términos de expectativas electorales para unos y otros. No es fácil cuantificar la magnitud del potencial daño, pero la intención de voto que reflejan las encuestas ofrece alguna pista. El PP parece haber entendido bien dónde reside la fragilidad de este Gobierno y se afana en recordar a la ciudadanía que no conviene centrar la atención en los magníficos datos de empleo, ni en el avance logrado en términos de libertades, ni en la red de seguridad que ahora ofrecen unas políticas públicas más robustas en cuanto a protección social, ni mucho menos aún en la importante modernización que provocará en nuestro país el buen aprovechamiento de los fondos europeos. El principal partido de la oposición está aprovechando la oportunidad que se le brinda y trabaja para que sea ese ruido procedente de las desavenencias del Gobierno el que determine en último extremo el voto de los ciudadanos. De darse esta hipótesis como cierta, solo resta por saber qué está dispuesto a hacer el Gobierno para evitar que así sea.

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