Sin hielo
La palabra ICE intimada ya cualesquier tranquilidades de honestos trabajadores y honradas mujeres latinas, legalmente empleadas en toda la unión americana


Por sus siglas en inglés, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos es abreviado como ICE que se traduce como hielo y que paulatina y abruptamente se ha convertido en heredero de la siniestra Gestapo Nazi. De hecho, a Kristi Noem —secretaria de Seguridad Nacional y comandanta del Hielo— se le adjudica el apodo de Gestapo Barbie no solo por las aberrantes acciones de sus subordinados, sino por su irracional propensión a disfrazarse según la ocasión: con vestimenta de camuflaje militar y un rifle de largo alcance (no incluye baterías) si ha de posar al pie de un operativo paramilitar con vehículo blindado (se vende por separado) o bien de ultramaquillada vampiresa de blanco hasta la gorra (sin Ken a su lado) en medio de las crujías de un alargado campo de concentración alquilado en El Salvador (donde no se necesita lupa para confirmar que una de las fotografías hay por lo menos un sicario preso de la Mara Salvatrucha que se emociona visiblemente con la cercanía del esperpento, traspasando las rejas de su celda con al menos una parte de su anatomía).
La Kristi porta los reglamentarios labios enbotoxados à la Mar-a-Lago (pleonasmo en sí mismo) que inflaman su boca en puchero innecesario; pestañas postizas ya más bien acostumbradas en Drag Queens o Transvestis de Tlalpan; uñas postizas que no estorban gatillos de armas o arillos de granadas y una incontenible retórica irracional que no opaca su supina ignorancia. Cuestionada por congresistas, la Barbie Noem declaró bajo juramento que el término jurídico “Habeas Corpus” es la “norma constitucional que le concede al Presidente Trump la facultad de hacer lo que le venga en gana”. No olvidemos ese alarde táctico cuando mandó pintar de negro el lado gringo del muro de la infame frontera argumentando que absorbía mejor los rayos del Sol y abrazaría a cualquiera que intentara escalarlo, lo cual provocó un silencio aplastante cuando se le preguntó qué efecto tendría el artilugio si los migrantes intentaran saltar el muro de noche y así por el estilo no pocas estupideces que mueven a risa, si no fuera que han desatado una ola de intimidación, represión y criminalidad que paulatinamente parece irrefrenable.
Se ha desatado el tigre de la ira que suponíamos extinta en filas crecientes de resentidos, desadaptados, trasnochados y confundidas cofradías de golpeadores ahora profesionales, uniformados con paramilitares, rostros cubiertos o semicubiertos y gafas oscuras con armamento de alto poder y una absoluta licencia autorizada para intimidar, secuestrar o herir a cualesquier sospechoso de migración ilegal. Incluso, ya se vale cuestionar, interrogar, detener y maltratar a cualesquier ciudadano por el color de su piel, por el idioma que no sea inglés o por su aspecto o vestuario (hay que recordar que Barbie y Ken no se venden con gorras volteadas de beisbol o guangos pantalones que expongan la rabadilla).
La palabra ICE intimada ya cualesquier tranquilidades de honestos trabajadores y honradas mujeres latinas, legalmente empleadas en toda la unión americana (ya por recién mudanza o tres generaciones enraizadas). Me consta que el Hielo intimidó la asistencia y tranquilidad de la más reciente feria internacional del libro en español en Los Ángeles (LéaLa) y a diario se suman testimonios (filmados) de intimidación irracional que parecen películas antiguas de pogromos y razzias de un fascismo que creíamos erradicado. Desatada la saliva del odio parece estallar la peor savia ignorante de ese inmenso experimento enrevesado que llamamos Estados Unidos de Norteamérica: la plácida acidez de la estulticia, la silente propensión a la sangre, la amnesia absoluta, la total orfandad geográfica y existencial. Millones de norteamericanos no tienen ni zorra idea dónde se ubica Vietnam en un mapa ni cuándo fue la Guerra Civil que partió a la mitad a su nación ni mucho menos quién fue Benedict Arnold… y eso los une mental y epidérmicamente a Donal J. Trump, pero esa inmensa masa no tiene nada que ver con lo mejor de las diversas culturas y variadas artes de eso que mal-llaman América. Hablo del dificultoso camino en gerundio de lo que se conoce como Democracia, de las verdaderas sinfonías del Nuevo Mundo, las raíces indelebles de las praderas interminables, la pintura de Pollack o una breve pausa entre Simon & Garfunkel. Todo ese pastiche de un mural extenso que hasta hoy parecía la lógica contraposición al fascismo, toda la parafernalia cinematográfica con la que se batalló a la suástica y se enfrentó a la hoz y el Martini, y toda la jerigonza feliz de convivencia, la serena decantación del melting pot y la pluralidad ecuménica… todo eso eclipsándose en la baba cervecera de un ignaro al volante de un tráiler sin frenos, en la furia desatada de tantísimos xenófobos y racistas, en la hipócrita confusión teológica de la peor interpretación del cristianismo y en el levísimo maquillaje de J.D.Vance o la descarada máscara de Kristi Noem.
El algoritmo del horror está muy próximo a instituir que todo migrante use un distintivo (en brazo o pecho) que lo distinga de la raza dominante y el frustrado monarca que lidera este nuevo holocausto sueña descaradamente con bombardear con su estiércol a la población, al paisaje… y al planeta. Hubo un tiempo en que se acostumbraba anestesiar a burócratas incautos o borrachos ocasionales con el uso de hielos teñidos con éter. Prostis, mujerujos y cabareteras ocasionales se aprovechaban de la inconsciencia para robar a los clientes de quincena en quincena. En esta terrorífica fiesta de Halloween con tanto duende siniestro y bruja plastificada, tanto fantasma reencarnado y jineteras sin cabeza… sería mínimo placebo pedir las aguas sin hielo.
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