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Coahuila
Columna
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La pelea de Morena en Coahuila es más que un pleito local

La disputa en este Estado tiene un enorme valor simbólico, pues es el único que nunca ha sido gobernado por un partido distinto al PRI y es uno de los últimos bastiones opositores que la Cuarta Transformación quiere arrebatar

Américo Villarreal y Claudia Sheinbaum en Nuevo Laredo, Tamaulipas
Américo Villarreal y Claudia Sheinbaum en Nuevo Laredo, Tamaulipas, el 8 de diciembre de 2024.Presidencia
Javier Garza Ramos

Un viejo aforismo político decía que un partido de izquierda en México nunca podría tener más de un integrante, porque en el momento en que tuviera dos sufriría fisuras en la base.

Hace un cuarto de siglo, tres grandes partidos protagonizaron la transición en el Congreso y la Presidencia de la República (PRI, PAN y PRD) pero sólo del partido de izquierda (el PRD) se decía que era compuesto por tribus. Esas tribus fueron las que provocaron su fractura, su desplazamiento como el partido dominante de izquierda en favor de Morena, y su eventual desaparición.

En pocas palabras, un partido de izquierda en México no puede evitar ser consumido por pleitos internos. Y, lógicamente, esos conflictos se vuelven más violentos cuando ya tienen poder y se trata de repartirlo. Se convierten en su peor enemigo.

Por eso, a pesar de la virulencia verbal con la que se han tundido, no sorprende la pelea que protagonizan los principales cuadros de Morena en el Estado de Coahuila por el control de los programas gubernamentales. Y aunque en la superficie se trata de un pleito local, en un Estado sin mucho peso electoral, en el fondo la disputa tiene un enorme valor simbólico. Coahuila es el único Estado que nunca ha sido gobernado por un partido distinto al PRI y es uno de los últimos bastiones opositores que la llamada Cuarta Transformación quiere arrebatar.

Para hacerlo hay tres aduanas: la elección del Congreso local en 2026, la de alcaldes en 2027 y la de gobernador en 2029. Como en todos los Estados, la pieza clave en la estrategia es la Delegación del Bienestar, el principal cargo federal en cada entidad, que maneja los programas sociales y, por lo tanto, traduce esos programas en clientelismo electoral.

La disputa por esa posición en Coahuila se ha desbordado en una avalancha de ataques contra el delegado Américo Villarreal Santiago, quien es acusado de favorecer solamente a uno de los grupos de Morena en el Estado, el de la senadora Cecilia Guadiana, desplazando a todos los demás. Pero en el pleito se mezcla el ingrediente político con uno personal: Villarreal es pareja de la senadora Guadiana y su nombramiento como delegado, hecho directamente por la presidenta Claudia Sheinbaum, fue una señal de que en Palacio Nacional le entregaban el control de la operación política de Morena a un grupo en particular.

Si Morena está en su momento de máxima acumulación de poder, la disputa en Coahuila es una ventana a la forma en que se ejerce y se reparte este poder.

Cecilia Guadiana representa la continuidad del grupo que formó su padre, Armando Guadiana, dos veces candidato de Morena a la gubernatura, fallecido en 2024. Las acusaciones contra Américo Villarreal se enfocan en señalar que el delegado utiliza los programas sociales para avanzar los intereses de Cecilia rumbo a la gubernatura, y del diputado local Alberto Hurtado a la alcaldía de la capital Saltillo.

Los ataques vienen de todos los demás grupos morenistas del Estado, pero algo dice que la razón por la que rechazan a Villarreal en la delegación no es por ser foráneo (es de Tamaulipas) o que su cargo es producto del nepotismo (su padre es gobernador de Tamaulipas), o que tiene una relación sentimental con una de las principales figuras de Morena en Coahuila. Algo dice que el fondo del pleito siempre es el que anima las disputas políticas: cuando uno tiene poder, hay otro que no lo tiene. Y aunque esto es común en cualquier corriente o ideología, en la izquierda es más pronunciado porque nadie suele hacerle caso al árbitro.

El fuego lo abrió Alejandra Salazar, excandidata de Morena a la alcaldía de Saltillo, cuando la semana pasada acusó a Villarreal de usar recursos públicos “a favor de su novia”. En la polémica se montó el diputado local Antonio Attolini, quien escaló el tema en un programa de radio de cadena nacional. En un momento, la madre de la senadora Guadiana, Guadalupe Mandujano, se metió a la polémica sugiriendo que su familia había apoyado económicamente la candidatura de Salazar y todo derivó en un intercambio de golpes en la sección de comentarios de Instagram.

Pero al ring se subieron las principales figuras de Morena en Coahuila, cada uno con sus intereses particulares, aunque pretendiendo que ellos no harían lo mismo si hubieran sido beneficiados con el cargo de delegado del Bienestar.

A la pelea entró el senador Luis Fernando Salazar, quien hace seis años se llevó a una corriente del PAN de Coahuila a Morena, le peleó a Armando Guadiana la candidatura a gobernador en 2023 y buscó para su grupo la Delegación del Bienestar. Luego, el diputado Javier Borrego Adame, vinculado con el grupo de Pedro Haces, el polémico líder sindical cuyos lujos han sido exhibidos en reportajes recientes y que busca extender sus redes de control político al tiempo que acumula enemigos.

También se subió Cintia Cuevas, quien trabajó en la Delegación del Bienestar el sexenio pasado, como su encargada en la región lagunera, donde se distinguió por colocar sus redes sociales personales en todo el material informativo de los programas sociales, para que apareciera su nombre, en lugar de usar los contactos institucionales. Hoy es diputada federal gracias a que así elevó su reconocimiento.

Todos los protagonistas de este pleito han sido favorecidos con la acumulación de poder que ha hecho Morena y todos forman parte de un entramado político que no se ha visto en México desde finales de los 80: un partido que tiene los votos para hacer cualquier cambio constitucional que le venga en gana y despojado de contrapesos. Pero Morena como partido dominante carece de un ingrediente que tuvo el anterior partido dominante en México, el PRI. Está ausente la disciplina que caracterizaba al sistema priista, en el que presidentes de la República resolvían las disputas y aplacaban a los perdedores. No es que sea una cualidad, pues la disciplina también ahoga la autocrítica, sin esta característica es imposible gobernar.

Históricamente los partidos de izquierda en México han carecido de esa disciplina, lo cual es irónico porque se forjaron en el estalinismo, el trotskismo o el maoísmo, las corrientes comunistas del siglo XX cuyo común denominador era ser autoritarias. La lucha de estas corrientes es lo que ha hecho a la izquierda mexicana genéticamente incapaz de seguir una línea. Ni siquiera los trasplantes de partidos con más sentido de disciplina, como el PRI o el PAN, se han llevado ese atributo a su militancia morenista.

En cierta forma, esto puede ser positivo, porque mientras las disputas internas en tiempos del PRI se daban adentro, fuera de la vista del público, ahora los golpes están a la vista de todos. Eso también hace preguntarnos si Morena está capacitado para ejercer el poder sin pelearse. Hasta ahora, Sheinbaum no ha intervenido en el pleito en Coahuila, no sabemos si porque no quiere o porque considera que no merece su atención.

Tampoco sabemos si la presidenta le debe algo a Villarreal como para mantenerlo en el puesto. Ella misma fue quien lo designó en la delegación, por lo que los ataques contra su colaborador pueden interpretarse como un desafío a su autoridad presidencial.

Pero una consecuencia posible es que Morena termine siendo su peor enemigo, no sólo presa del sectarismo, sino con el afán de favorecer a un grupo sobre otros para su beneficio particular. Es decir, que sí son como los de antes.

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