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TMEC
Columna
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El otro cuarto de junto

El Gobierno confunde la defensa de los intereses empresariales con el diseño de política comercial

negociaciones T-MEC
Camiones de carga hacen fila en la garita comercial de Otay, el tercer acceso comercial más importante entre México y Estados Unidos, el 16 de enero. de 2020.Omar Martínez (CUARTOSCURO)
Viri Ríos

De los noventa a la fecha, en cada negociación del Tratado de Libre Comercio entre México y Estados Unidos, el Gobierno mexicano ha contado con la asesoría de un grupo de interés privado conocido como “El cuarto de junto”. El cuarto es un grupo de representantes y personas de confianza del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), un organismo de representación del sector privado que, si bien aglutina un gran número de empresas, también es conocido por ser democráticamente limitado y bastante influenciable por los deseos de un puñado de empresarios acaudalados.

La asesoría que el cuarto de junto le provee al Gobierno mexicano es bastante peculiar. Más que recomendaciones o consejos técnicos, el cuarto de junto de facto suele ser el verdadero negociador del tratado, el espacio donde se generan las directrices de lo que el Gobierno debe demandar a sus socios comerciales y los objetivos para cada industria.

La sumisión del Gobierno mexicano al cuarto de junto es casi total. Tan es así que hace unos años, cuando el Gobierno insinuó que “validaría” las peticiones del cuarto con el presidente, los empresarios acusaron airados de que tal postura era “inaudita”.

El cuarto de junto sabe y asume que las regulaciones negociadas en el tratado son de y para ellos. Por eso, cuando en 2019 se marginó al cuarto de junto para aprobar ciertas prerrogativas laborales como parte del tratado, un miembro del cuarto equiparó el evento a la firma del Tratados de Guadalupe-Hidalgo, aquel en el que México perdiera la mitad de su territorio.

En público los grupos empresariales dicen que el cuarto es un ejercicio inocuo de inclusión y engranaje similar al que existe en otros países del mundo. No es así. En Estados Unidos y Canadá el sector privado participa de las negociaciones, pero no con el nivel de mando de los mexicanos.

Como lo ha estudiado la profesora Karla María Nava-Aguirre de la Universidad de Monterrey, Estados Unidos y Canadá tienen asesores empresariales y cámaras de comercio, pero no tienen a un sector privado que tome decisiones con la intensidad y fuerza con la que sucede en México. En Estados Unidos, la asesoría empresarial es específica, técnica y focalizada.

En México, el cuarto de junto ha adquirido tal poder porque el Gobierno mexicano opera bajo la vieja premisa de Jaime Serra, secretario de comercio de Salinas de Gortari, el cual sostenía que “quien produce sillas sabe mejor cómo se integra una silla” y, por ende, también cómo negociar el tratado.

El problema es que Sarre se equivoca. Ser empresario no te hace experto en desarrollo industrial de la misma manera en la que saber hacer sillas no te hace experto en el desarrollo de otros silleros. De hecho, bien puede ser que los silleros no quieran desarrollar otros silleros que puedan hacerles competencia.

El tratado no es un simple entramado logístico-comercial, es la herramienta de desarrollo económico más relevante del país, un espacio inigualable para diseñar políticas públicas que impulsen el crecimiento y desarrollen la industria mexicana en su sentido más amplio.

Los incentivos y preferencias de los empresarios son distintos de los de la industria. A la industria le conviene innovar, crear y avanzar en el desarrollo de nuevas empresas, incluso si ello supone eliminar a empresarios improductivos o monopolizadores. A los empresarios les conviene proteger su terruño y sobrevivir a toda costa.

Un buen ejemplo de las diferentes preferencias entre empresarios e industrias son las leyes de propiedad intelectual. A los empresarios les conviene que las leyes sean muy estrictas para proteger sus patentes y también, todas las innovaciones marginales que provengan de sus patentes. A la industria, le conviene mayor flexibilidad de forma que se puedan crear negocios nuevos a través de innovaciones marginales sobre patentes preexistentes.

Las reglas de propiedad intelectual del tratado deberían ser negociadas para la industria, pero han sido negociadas para los empresarios. Por eso, el tratado tiene algunas de las leyes de propiedad intelectual más draconianas del mundo.

Es tiempo de desterrar la idea de que el cuarto de junto es portavoz de la industria porque más bien, de quien es portavoz es de los intereses que hoy existen al amparo de la industria.

Lo extraño es que el Gobierno mexicano parece no verlo. Atribuyo esta ceguera real o pretendida a dos aspectos clave:

El primero, bastante pírrico, es político: el Gobierno quiere quedar bien con el CCE. El Gobierno lo deja negociar el tratado porque así genera todo tipo de buenas voluntades y prerrogativas.

El segundo, mucho más consecuencial y grave, es que el Gobierno no tiene los recursos humanos, ni ha tenido la creatividad para atreverse a pensar fuera de la caja y crear otro cuarto de junto, un espacio fértil de desarrollo empresarial para el futuro.

El Gobierno debe crear otro cuarto de junto. Un verdadero war room en donde se diseñe una estrategia de negociación comercial que tenga por objetivo el bien común, el desarrollo amplio de la industria y la promoción de nuevos actores.

Ese “otro cuarto de junto” debe contar con la asesoría, no solo de representante de pequeños empresarios y voces no incluidas por el CCE, sino de expertos en políticas públicas y miembros del gobierno con la visión y la ambición de crear algo diferente.

El cuarto de junto tradicional dirá que este tipo de perfiles ya están incluidos, pero no es así. Al cuarto de junto solo se invita a personas que mayormente comparten la visión del CCE, no a quien se atreve a retarlo de cuerpo entero.

Por supuesto, el “otro cuarto de junto” no sería un espacio que sustituya al CEE, el CEE puede continuar con su cuarto sin cambio. El otro cuarto de junto sería un espacio de creatividad desbordada donde se repiense el tratado más allá del tabú.

Esto requiere cuestionar los tribunales de inversión que nos impiden ejecutar cambios legislativos o subsidios discriminatorios, retar los derechos de propiedad draconianos que nos han impedido hacer transferencias tecnológicas, impulsar a las PYMEs de verdad, no como se ha hecho hasta ahora, e impedir que la agroindustria y los grandes monopolios tecnológicos continúen aprovechándose del tratado para sembrar beneficios privados.

Lamentablemente, cuando alguien trae estos temas bilaterales a la mesa, la primera reacción del cuarto de junto actual es argumentar que eso no se puede. Parece broma pero el CCE de verdad considera que la mejor manera de negociar el tratado en 2024 es con el señor que lo negoció en 1994.

Y esa es, precisamente, la razón por la cual se necesita otro cuarto de junto. Porque el actual se ha convertido en una versión elegante de la ventanilla burocrática donde una señorita te mira a los ojos, se lima las uñas y contesta “uy no joven, eso no se puede, así no se ha hecho nunca”.

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