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ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR
Columna
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Los tres ‘López Obradores’

A lo largo de su presidencia, el mandatario fue tres personajes distintos con éxitos y fracasos

Andrés Manuel López Obrador, camina en Palacio Nacional el 11 de junio de 2024.
Andrés Manuel López Obrador, camina en Palacio Nacional el 11 de junio de 2024.Hector Vivas (Getty Images)
Viri Ríos

Muchos se preguntan por qué López Obrador comenzó las transformaciones más profundas de su Gobierno en sus últimos meses, en vez de al inicio del sexenio. Se especulan todo tipo de disparates desde que perdió la razón hasta que motivado por el sexismo busca opacar el inicio de la presidencia de Sheinbaum.

Lo que en realidad sucedió es que el López Obrador que hoy nos gobierna se parece poco al que comenzó gobernando en 2018. A lo largo de su sexenio, el presidente colectó éxitos y fracasos que lo convirtieron en tres personajes distintos.

Obrador I: el ingenuo

El primer López Obrador fue el del triunfo. Un personaje optimista, políticamente astuto, pero todavía ingenuo en el arte de gobernar a nivel federal. En sus inicios el presidente pensaba que gobernar era pan comido. Lo difícil era llegar a la silla presidencial, pensaba Obrador, pero una vez en ella el aparato gubernamental comenzaría a moverse en direcciones virtuosas gracias a su voluntad y trabajo.

La receta, según él, era sencilla: reducir los gastos superfluos del gobierno, eliminar la corrupción y aumentar el salario mínimo. Con ello, se lograría obtener recursos para distribuir programas sociales que potenciarían el mercado doméstico.

El presidente hablaba de que la economía crecería al 6% y vaticinaba todo tipo de maravillas. Al final de su sexenio, decía, la emigración de mexicanos a Estados Unidos habría cesado y la delincuencia organizada se encontraría en franca retirada.

Pronto se topó con la realidad. Su primera ley, un tope salarial a la alta burocracia, fue rechazada por ministros, magistrados, consejeros y muchos otros miembros del poder judicial y de organismos autónomos que se ampararon porque no estaban dispuestos a reducir sus salarios por ninguna aspiración de poner a los pobres primero. Fue entonces que López Obrador vio con asombro que la principal oposición a su receta no vendría de la oposición partidista, la cual yacía derrotada, sino de las filas del propio gobierno, por medio de los organismos autónomos y los poderes independientes.

Durante el sexenio, el poder judicial se convirtió en la principal herramienta para todo el que quisiera oponerse al gobierno y tuviera dinero para hacerlo. Por medio de juicios de amparo y otras tretas legales, se trató de impedir todo tipo de acciones públicas: la construcción del tren maya, la cancelación del aeropuerto, el pago de impuestos, el cese de jueces corruptos, en fin.

A Obrador le rechazaron de manera parcial o total cambios que propuso en materia eléctrica, de remuneraciones, de austeridad, del sistema nacional de seguridad pública, de extinción de dominio, de prisión preventiva oficiosa, de ‘vapeadores’, de las extensiones de mandato al gobernador de Baja California y el ministro presidente, y del desafuero de Cabeza de Vaca, entre otras. Al ver a un Poder Judicial tan anormalmente activo, los cercanos al presidente comenzaron a convencerse de que era cuestión de tiempo para que este orquestara un golpe legal como el cometido contra Dilma Rousseff en Brasil.

No solo eso, Obrador también comenzó a darse cuenta de algo de que algunos organismos autónomos tenían pactos demasiado favorecedores con privados. Por ejemplo, la Comisión Reguladora de Energía (CRE) permitía el cobro de millones de dólares por gasoductos que no se usaban y argumentaba férreamente que era imposible cambiarlos sin que México enfrentara amparos y arbitrajes. También estaba el caso de la Comisión Federal de Competencia (COFECE) que, por la composición ideológica de sus integrantes, había llegado a la insólita conclusión de que un monopolio público (que otorga precios subsidiados al público) es tan perverso como un monopolio privado (que cobra sobreprecios para enriquecer a un magnate).

Para colmo, el pleno del Instituto Nacional Electoral (INE), liderado por Lorenzo Córdova, un aguerrido opositor del presidente, cambió las reglas de coalición en formas que afectaron la capacidad de Morena para fabricar una mayoría en el congreso en 2021.

Obrador II: el terco

Fue entonces que nació el segundo López Obrador: un personaje combativo y convencido de que era necesario reformar la constitución para avanzar en su agenda. Obrador planteó la urgencia de reformar la constitución en materia electoral y energética, pero no contaba con los votos para hacerlo.

El presidente, obstinado, intentó todo tipo de tretas. En el segundo semestre del 2021, Morena intentó negociar la aprobación de reformas constitucionales con el apoyo del PRI. En 2022, al ver que el PRI no cedía por la buena, la gobernadora de Campeche comenzó a difundir audios que incriminaban al líder del partido, Alito Moreno, en supuestos actos de corrupción e influyentismo. Tampoco funcionó.

A finales de 2022, el presidente anunció un ‘Plan B’ que consistía en que Morena dejaría de buscar reformar la Constitución, para lo que requería mayoría calificada, y comenzaría a utilizaría su mayoría simple para aprobar reformas legales simples. El Plan B también fracasó. La corte invalidó una de las más importantes reformas legales, la electoral, por considerar que Morena había violado el proceso legislativo.

Así, en 2023 el presidente por primera vez llamó al Plan C. El objetivo era que Morena ganara la mayoría calificada en la elección del 2024. Para febrero del 2024, el Plan C ya no solo era una estrategia electoral sino una serie de 18 reformas variopintas respaldadas por el propio presidente de las que se hablaba constantemente en los mítines de Morena.

Obrador III: el poderoso

López Obrador nunca creyó que el Plan C sería viable. A decir de los videos que se filtraron con caras de asombro, estimo que, hasta el mismísimo día de la elección, ni Sheinbaum, ni Mario Delgado, ni nadie dentro de Morena esperaba que el Plan C fuera a ser viable tampoco. La abrumadora victoria del 2024 tomó a todos por sorpresa.

Fue la noche del 2 de junio que nació el tercer López Obrador. Anonadado, el presidente y sus cercanos tuvieron que volver al escritorio para trazar el camino a seguir. López Obrador y la presidenta electa negociaron que, de la totalidad de reformas propuestas como parte del Plan C, solo dos bombas nucleares pasarían: la reforma judicial y la de la guardia nacional.

Así fue como en su último mes, el presidente avanzó como tractor en su periodo legislativo más productivo. Su intención al aprobar ambas reformas, pero sobre todo la judicial, no es debilitar a Sheinbaum, sino abrirle camino para que ella no sufra lo mismo que le toco sufrir a Obrador I. Por supuesto, la implementación de la reforma será un costo para Sheinbaum en sus primeros meses de gobierno. Obrador considera que ese costo es menor comparado con el de lidiar con una oposición judicial beligerante.

Por ahora, López Obrador termina su sexenio con números infalibles en materia de reducción de la pobreza, disminución de la desigualdad de ingresos y mejoras salariales. Culmina con un partido territorialmente organizado y con programas sociales que llegan al 40% de las familias. Y deja la presidencia habiendo destrozado no solo a su oposición partidista formal, sino a todo aquel que informalmente se le opuso con herramientas legales.

Para sus opositores, Obrador ha destruido la democracia mexicana. Pero para el 68% de los mexicanos, López Obrador es el mejor presidente que ha tenido el país en la historia de su democracia. El 73% de los mexicanos siente que el próximo sexenio será mejor o tan bueno como el que termina. Las expectativas para Sheinbaum son altísimas.



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