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Pensándolo bien
Columna
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Sheinbaum y los riesgos del autoritarismo

La amenaza existe, pero los contrapesos institucionales evitan que las decisiones más trascendentes dependan exclusivamente de la buena o mala voluntad del soberano

Claudia Sheinbaum
Claudia Sheinbaum en Ciudad de México, el 3 de junio.Manuel Velasquez (Getty Images)
Jorge Zepeda Patterson

A Denise Maerker, tras 23 años de atar cabos entre ciudadanos y autoridades, entre razones y pasiones

Las preocupaciones por el enorme cheque en blanco que el voto masivo ha puesto en manos del partido en el poder son razonables. En cualquier escenario en el que el poder carece de contrapesos hay posibilidad de un ejercicio unilateral de la autoridad. Mal haríamos si desconocemos estos temores quienes simpatizamos con las banderas de este movimiento. Por lo mismo, no es correcto acusar de histeria irracional a las voces que alertan de la posibilidad de que el Gobierno de Claudia Sheinbaum propicie una deriva autoritaria en nombre de las mayorías.

El riesgo existe. Se trata de lógicas del poder y, en última instancia, de la condición humana. Justo por eso es que existen los contrapesos institucionales, para que las decisiones más trascendentes no dependan exclusivamente de la buena o mala voluntad del soberano.

Pero aquí estamos, con este nuevo diseño institucional que nos lleva a esa encrucijada. A estas alturas resulta ocioso sostener que en realidad los ciudadanos no querían tal cosa, sino simplemente la continuidad de un Gobierno al que aprueban. Es decir, que no había la intención de conceder tales atribuciones extraordinarias. Pero tampoco estoy tan seguro. En 2018 la mayoría exigió un cambio y para eso eligió a López Obrador como presidente. Pero ese mandato popular no modificó al resto del entramado institucional. El resultado es que algunos cambios prosperaron y otros fueron detenidos en tribunales e instancias de apelación. La llamada guerra jurídica. En esencia, el voto aplastante de 2024 es una vuelta de tuerca, procedente de las urnas, para que el ejecutivo tenga atribuciones y supere las limitaciones jurídicas que sufrió estos seis años. El Plan C del presidente era justamente eso y fue pedido explícitamente así. La mayoría de los ciudadanos respondió a esa convocatoria y así lo votó. Y guste o no, se trata de un procedimiento democrático.

El problema es lo que sigue. El temor es que unos operen desde la atalaya de su poder absoluto para doblar al derrotado y otros se atrincheren en el resentimiento y la amargura de la victimización. En tal caso perderemos todos.

Así como se pide, con toda razón, que las mayorías que ahora serán conducidas por Claudia Sheinbaum no atropellen los intereses de las minorías y sí persigan el beneficio del país en su conjunto, también habría que pedir a las minorías que actúen con responsabilidad antes de encender la pradera o minar el paso del otro.

Eso implica razonar los contextos. Hay factores que llevarían a matizar los pesimismos; factores que están allí si queremos verlos. Aquí van algunos:

1. Los verdaderos contrapesos están inscritos en la complejidad de México y el mundo. Los que auguran un regreso a la oscuridad de los tiempos del PRI de antaño están haciendo propaganda al miedo. El PRI perdió el monopolio del poder absoluto a partir de los ochenta no porque lo haya querido, ni por graciosa concesión, sino porque una multitud de impulsos sociales, políticos y económicos dinamitaron la concentración del poder. Esas inercias no solo siguen vigentes sino se han fortalecido. Las sociedades están más abiertas, los mercados tienen sus propias lógicas, nuevas tecnologías y fondos de inversión trascienden a los estados nacionales, el bienestar de los ciudadanos del mundo depende de variables fragmentadas e imposibles de controlar. Particularmente en una nación como México, incrustada en el centro del mundo occidental.

2. Lo que sucedió este lunes con una inmediata caída de la bolsa y el deslizamiento súbito del peso, presumiblemente como respuesta a la inesperada mayoría calificada conseguida por Morena, es síntoma de esta interdependencia. Pero lo más significativo fue la respuesta inmediata y responsable del gobierno entrante y el saliente. No fue la de un nacionalismo trasnochado criticando “la perversidad de los intereses capitalistas interesados en golpear la voluntad del pueblo”, sino la de gobernantes prontos a ofrecer garantías de una conducción que favorezca la estabilidad y la tranquilidad de mercados e inversionistas. Una señal que dice mucho de lo que viene.

3. En otros textos he tratado de resumir la propuesta de Claudia Sheinbaum como la de una izquierda con Excel. El gobierno de “la Doctora” será el de una persona formada en las ciencias exactas y cuya experiencia política remite más a la administración pública que a la vida en la oposición. Sus convicciones ideológicas están fuera de duda, afortunadamente porque en este momento es la principal fuente de legitimidad de cara a las mayorías, pero es alguien acostumbrada a tomar decisiones a partir de la información, coincida o no con sus hipótesis iniciales. Y no, no se trata de una traición a López Obrador, quien entiende las exigencias de los próximos años: justo porque la conoce es que él mismo se inclinó por alguien con estas características.

4. Todas las señales apuntan a una estrategia de conciliación por parte del nuevo gobierno y a contrapelo de una presunta conducción doctrinaria o autoritaria. El equipo de trabajo de Sheinbaum es plural y francamente moderado; el acercamiento a la iniciativa privada en sus giras muestra la determinación de activar un clima de negocios que propicie el crecimiento y la generación de empleos.

5. López Obrador puso en marcha un singular modelo que, en el fondo es irrepetible: una importante derrama social hacia a los de abajo sin quitarle a los de arriba. La fuente de esos recursos salió del gobierno mismo, achicándose y consumiendo grasa y guardatitos. Eso se agotó. Sheinbaum sabe que mejorar realmente la condición de las mayorías no solo exige un mejor reparto, como ahora se ha intentado, sino también un crecimiento sustantivo. López Obrador consiguió el milagro de mover tendencias en este país tan desigual y sentó bases para una mejoría en la distribución de la riqueza. Pero no basta. Ahora se requiere, sin abandonar lo anterior, aumentar la riqueza. Y eso no será posible sin la reactivación de la inversión privada. Tender puentes, buscar soluciones conjuntas y consensos, restañar heridas. Es decir, vacunas contra el despotismo que invocan los más pesimistas de los agoreros.

En suma, hay un contrapoder que reside en la realidad misma, porque en cierta manera las alternativas se han agotado. Desde luego, habrá tentaciones para recurrir al manotazo, cuadros del gobierno ensoberbecidos por su poder. Y cuando suceda habrá que señalarlo, desmontarlo, explicarlo.

Se requiere continuar el combate a la pobreza, y no solo por motivos morales: necesitamos masificar el ingreso de las mayorías, ampliar el consumo interno, asegurar la estabilidad social y política de un país tan fracturado. Y eso requiere consensos. Lo sabe el Gobierno que viene y habrá que ver si también el resto de los actores de la vida pública. Obnubilarse por la victoria es fácil, atrincherarse en la amargura de la derrota, también. Vienen tiempos que exigirán madurez de todas las partes. Tendríamos que estar a la altura, por lo menos para intentarlo. Lo peor que puede pasar es que estemos demasiado ocupados en nuestros rencores y agravios e ignoremos las señales de un acercamiento genuino y razonado.

@jorgezepedap

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