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Claudia Sheinbaum
Tribuna
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Claudia, Europa y las coyunturas opuestas

La victoria de una candidata como Claudia Sheinbaum refuerza la coyuntura opuesta entre Europa y México. Ella representa una opción política progresista, alejada de las posiciones antisistémicas de las derechas del viejo continente

claudia sheinbaum
Claudia Sheinbaum en Ciudad de México, el 3 de junio.Hector Vivas (Getty Images)

En 1993, el historiador Ruggiero Romano publicaba Coyunturas opuestas. La crisis del siglo XVII en Europa e Hispanoamérica. El libro, escrito en parte para polemizar con las lecturas de la teoría de la dependencia entre América y el mundo occidental revelaba que, mientras el siglo XVII había representado para Europa una larga coyuntura de crisis económica, la región latinoamericana había, en cambio, experimentado durante ese periodo una fase de crecimiento y desarrollo. El libro venía a hablarnos, en otras palabras, del hecho de que las relaciones entre las dos regiones no se basaban solamente en condicionantes estructurales que condenaban a América Latina a una posición de subalternidad, sino también en coyunturas que podían modificar la relación con Europa según el momento.

Precisamente, las coyunturas opuestas han marcado gran parte de la historia comparada de las dos regiones. Sería suficiente destacar que mientras Europa se encontraba antes violentada por los totalitarismos nazi-fascistas en los treinta y luego destruida por la Segunda Guerra Mundial, causada en los cuarenta, América vivía un momento de importante expansión económica y en no pocos casos de ampliación de los derechos sociales y políticos.

La tesis sobre las coyunturas opuestas de Ruggiero vuelve a estar vigente al analizar los resultados de las últimas elecciones en México, en las cuales el electorado ha otorgado a la candidata del movimiento de Morena, Claudia Sheinbaum, una extraordinaria mayoría de voto, el 60%, distanciándose en 30 puntos de su competidora más cercana, Xóchitl Gálvez. Europa y México, cuando no toda América Latina, se encuentran por lo menos desde el punto de vista político en una de esas coyunturas opuestas que han marcado las relaciones entre las dos regiones a lo largo de los siglos.

Europa se encuentra enfrascada en este momento en una peligrosa tesitura. Por un lado, desde el ámbito internacional, la guerra en Ucrania proyecta sobre la región una formidable amenaza para su estabilidad y para el mantenimiento de la paz continental, uno de los logros más importantes alcanzado por una región desgarrada por dos guerras mundiales, causa de millones de muertos y el holocausto del pueblo judío. Por otro lado, la última década ha visto una fuerte consolidación de liderazgos de ultraderecha que cuestionan los fundamentos democráticos de los países en los que aspiran a gobernar o en los que ya gobiernan. En Italia, Giorgia Meloni, la presidente del gobierno —porque así ha elegido ser llamada cuestionando explícitamente las demandas más moderadas del feminismo— reivindica con orgullo su pertenencia a un movimiento político que tiene sus raíces en el Movimiento Sociale Italiano, directo heredero del régimen fascista de Benito Mussolini. En España, el partido Vox, que es la cuarta fuerza política del país y que participa indirectamente en varios gobiernos regionales, emerge en continuidad directa con el franquismo. El otrora moderado Partido Popular ha asumido en parte la agenda ultranacionalista y reaccionaria de Vox en temas como la inmigración, el género, los derechos civiles y la memoria histórica. En Francia, es el Frente Nacional de Marie Le Pen quien encarna lo que Pablo Stefanoni define como la nueva rebeldía de las derechas.

El listado podría continuar incluyendo al partido alemán Alternative für Deutschland y a la Hungría del presidente Viktor Orbán. Lo que une a estos movimientos que ya gobiernan o que aspiran —con buenas posibilidades de hacerlo en algunos casos— a gobernar es, aún con matices, un cuestionamiento de las normas básicas de la democracia liberal, una agenda ultranacionalista con rasgos explícitos de racismo, misoginia, homofobia y un explícito negacionismo sobre el cambio climático que se nutre de posiciones muy cercanas a la anticiencia. Además, estas fuerzas en política internacional, antes de la invasión de Ucrania —y Hungría todavía en la actualidad—, habían mantenido relaciones amistosas con la autocracia de Vladimir Putin.

Es frente a este escenario donde la victoria de una candidata como Sheinbaum refuerza la actual coyuntura opuesta entre Europa y México. Aunque internamente Sheinbaum ha sido fuertemente cuestionada por analistas que se autoinscriben en un área ideológica liberal, la candidata de Morena representa, confrontada con el panorama europeo, una opción política progresista, sin duda alejada de las posiciones antisistémicas de las derechas del viejo continente. Frente a la subversión de la derecha europea, la trayectoria de Sheinbaum es un monumento a la institucionalidad. Doctora en física e investigadora de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), ha sido secretaria de Medio Ambiente durante la jefatura de Andrés Manuel López Obrador en el Distrito Federal (hoy Ciudad de México), y también jefa de gobierno de la capital. De Sheinbaum se podrán cuestionar muchos aspectos, pero no el de representar una forma de hacer política que ha trabajado desde dentro el perímetro del sistema político mexicano nacido de la transición democrática del 2000. En temas cruciales como gobernabilidad democrática, derechos civiles y de género, uso de la ciencia para combatir el cambio climático, pero también en la defensa del derecho internacional, Sheinbaum mantiene sin duda posiciones más razonables y, vuelvo a insistir, institucionales que la mayoría de los grupos políticos de la derecha europea. Es decir, mientras en Europa se observa un claro viraje antiliberal, la trayectoria y las propuestas de Sheinbaum reivindican la antigua promesa social democrática de conciliar un régimen político democrático con una agenda de ampliación de derechos civiles, sociales y en la que se inscriben ahora los derechos ambientales y de género.

Habrá que juzgar a la nueva presidenta por los hechos, sin embargo, en este momento viejo y nuevo mundo vuelven a colocarse en una de esas tesituras divergentes que, como señalaba Romano, han caracterizado la relación entre los dos continentes.

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