Dejen la vida sexual de las senadoras fuera del debate
Que le cayera el peso de la Ley Olimpia a Rocío Abreu le daría una lección de feminismo, la senadora nada tiene que decir sobre la vida privada de Lilly Téllez
El Senado mexicano ha vuelto esta semana a perder la honorabilidad para entrar otra vez en el libro de la infamia. La Cámara alta debatía este miércoles el “plan b” electoral del presidente, cuando un grupo de senadoras llevó la discusión de una de las reformas más importantes del sexenio al terreno de lo personal. No contentas con eso, una de ellas profirió una amenaza y descalificaciones misóginas contra otra compañera. En la casa donde se legislan las leyes, los representantes del pueblo volvieron a decepcionar. Tanto quienes creyeron que la vida sexual de una de las senadoras tenía algo que hacer en la discusión, como si del siglo pasado se tratara, como aquellos que se quedaron callados ante el insulto machista, o mucho peor aquellos que celebraron el agravio. Lo más nefasto de todo es que la amenaza hecha atenta contra la Ley Olimpia, una legislación aprobada por el Senado hace tiempo, y que ahora podemos imaginar que algunas senadoras ni se leyeron.
La triste secuencia fue algo así: la senadora opositora Lilly Téllez (PAN) estaba en el estrado. Con su característico discurso violento —muchas veces completamente fuera de lugar—, comenzó a acusar a sus pares del oficialismo de recibir sobornos a cambio de aprobar la reforma. Como ejemplo nombró a la senadora Rocío Abreu (Morena), sobre quien recientemente se difundió un video en la que se la ve recibiendo fajos de dinero y acerca del que no dio casi explicación. La morenista le respondió al grito de “piruja”, palabra que en México se usa de manera despectiva como sinónimo de prostituta. Como si esa bajeza no fuera ya escandalosa, Abreu amenazó a Téllez con que pronto se publicaría un video de ella no apto “para menores de 18 años”.
Una palada más en la tumba de la legitimidad de un espacio que ha ganado un maltrecho historial. El feminismo en México peleó mucho por alcanzar la paridad en los ambientes políticos. Una paridad de la que se hace eco el partido gobernante, pero que olvida cuando su compañera Abreu abre la boca. Nadie en Morena salió a decir que a la senadora oficialista se le había ido la mano. Ni condenó la barbaridad proferida como lo que es, violencia política de género. Ni recordó que la amenaza de difundir contenido sexual en contra de una mujer está prohibido por la ley. ¡Y tanto que costó! Es además una ley aprobada por esa bancada. Pero si no podemos lograr que los senadores dejen de insultarse, mucho menos que se lean lo que aprueban.
Abreu intentó defender lo indefendible en las redes después de que se le inundara el Twitter con la marea morada. Dijo que ella no había dicho que el video fuera íntimo. Porque decir eso sería, claro está, admitir un delito. Lo del Senado mexicano es un declive continuo. Y lo de Abreu, un caso aparte. Ya le escuchamos el año pasado acusar a Lilly Téllez de “acostarse con medio TV Azteca” y de “levantar maridos”. Como si eso no fuera, además de machismo del más rancio, meros distractores. Si el sistema electoral iba a ser modificado, lo mínimo que merecía el pueblo de México era que sus legisladores lo debatieran, argumentaran con ideas, se tomaran en serio su trabajo, por el que mucho les pagan. En lugar de eso, el país recibió una cucharada de miseria.
Que le cayera el peso de la Ley Olimpia a la senadora Abreu le daría una lección de feminismo, nada tiene que ver la vida sexual de Lilly Téllez con lo que se discute en la Cámara. Y si no es capaz de pronunciar una idea más allá de la misoginia, quizá no merezca representar a nadie.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.