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Columna
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El interlocutor favorito de López Obrador es la derecha. Yakjë’kx

Al presidente de México le importa tanto la derecha que es ella la que le sirve de estímulo para crear narrativas y ejecutar acciones

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habla durante un mensaje para los medios como parte de la Cumbre de Líderes de América del Norte 2023, en el Palacio Nacional.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, habla durante un mensaje para los medios como parte de la Cumbre de Líderes de América del Norte 2023, en el Palacio Nacional.Hector Vivas (Getty Images)
Yásnaya Elena A. Gil

En política, elegir con quién se establece interlocución no es un asunto trivial. Desde el poder, es posible elegir a quien se sube al ring de la discusión pública. Hay que estar consciente que subir a un contrincante a escena lo pondrá bajo las luces de la opinión pública y puedo fortalecerlo aunque solo sea por darle visibilidad. Elegir entonces qué contrincantes y qué discursos se antagonizan en el debate público puede llegar a ser una decisión delicada. Esto se relaciona con una de las viejas discusiones en torno de la libertad de expresión y los límites de lo que es debatible. Estamos de acuerdo en que nadie debería impedirte que en la sala de tu casa debatas en contra de una persona que tiene idea neonazis, pero resulta muy problemático hacer este debate en televisión pública, por más que la intención sea desarticular ideas racistas, se corre el peligro constante de que el espacio difunda precisamente las ideas que pretendía combatir y que otras personas con ideas semejantes se den cuenta con quiénes podrían aliarse. En otras palabras, con el pretexto del debate se puede dar plataforma a ideas que pueden atentar contra la vida o los derechos de otras personas. Sin embargo, si estas ideas no se desarticulan y no se contraargumentan, ¿cómo se les puede combatir?. No es un asunto sencillo de determinar el modo y el lugar en el que se debaten las ideas, sobre todo las que ponen en riesgo el derecho de otras personas. Entiendo perfectamente la postura que enarbola que “los derechos no se debaten”, sin embargo, hay ciertos derechos que no toman en cuenta ciertas particularidades de los pueblos indígenas que, por ejemplo, a mí sí me gustaría debatir públicamente, pero tengo que estar consciente del espacio y del momento en el que planteo el debate.

Así que determinar el cuándo y el dónde se debaten las ideas puede ser tan importante como su contenido. En medio de la violencia que sufren las personas transgénero en la actualidad ponerse a discutir su identidad en lugar de hablar de las causas de esa violencia es una elección política y hay que asumir sin escudarse en la libertad de expresión; del mismo modo, si en medio de un ataque en contra de una comunidad indígena que defiende su territorio, elegimos debatir si sus “usos y costumbres” son anticonstitucionales en lugar de la violencia a la que está siendo sometida, se lanza un claro mensaje: es más importante rizar el rizo que discutir el modo en el que esa violencia debiera parar, es decir, se está eligiendo trivializar la violencia y, por lo tanto, se colabora con ella. Dicho en otras palabras, hay debates públicos que se establecen para acallar los debates urgentes. Durante el levantamiento zapatista y la llegada del Ejército a Chiapas para reprimir la movilización, hubo columnistas y voces con prestigio mediático que, en lugar de debatir sobre las condiciones estructurales en las que se encontraban los pueblos indígenas de Chiapas que explicaran las causas de la rebelión, se dedicaron a discutir si las formas de vida de los pueblos indígenas frenaban el desarrollo de México o si el comunismo se había enquistado en las comunidades tsotsiles. Dime qué decides debatir en qué momento y te diré quién eres.

Ante las recientes muestras de fuerza de la derecha latinoamericana, me parece urgente no dar plataforma a los discursos que sostienen a estas fuerzas. A quienes hacemos críticas al Gobierno actual en México se nos acusa cotidianamente de hacerle el juego a la derecha, pero se invisibiliza otro fenómeno que realmente da juego a la derecha y la nutre discursivamente. Las conferencias de prensa del presidente López Obrador, conocidas popularmente como “las mañaneras”, han subido al ring del debate público a una oposición que, de no ser por la atención que les da el presidente de la república, tendría una fuerza mediática mucho menor. De hecho, la propia identidad discursiva de la derecha proviene de la boca de López Obrador, ni siquiera los nombres con los que se hace referencia cotidianamente a los “fifís”, a los “neoliberales”, los “conservadores” fueron determinados por la misma oposición. Cada que el presidente sube al ring mediático a la derecha termina por nutrirla, por definirla, por darle un contenido discursivo y una consistencia conceptual que de otro modo no tendría. El resto de sus voceros y simpatizantes replica este antagonismo binario y fortalece a la derecha por contraste. La gran marcha multitudinaria de noviembre del año pasado, con la que López Obrador dio una contundente muestra del apoyo popular con el que cuenta, se configuró contra el telón de fondo de la marcha contra la reforma electoral, en gran parte organizada por la derecha. A López Obrador le importa tanto la derecha que es ella la que le sirve de estímulo para crear narrativas y ejecutar acciones.

Al fortalecer discursivamente a la derecha y concretar conceptualmente sus límites que de otro modo serían difusos, el presidente de México condena al ostracismo a personajes y temas urgentes que desde la propia izquierda se están planteando. No es a organismos como el CNI al que López Obrador les está dando plataforma o a quienes está eligiendo como sujetos privilegiados de su interlocución, sino a una derecha ya con poderes fácticos. Sin su fijación por la versión de derecha que él mismo ha creado y alimentado, el debate público podría ser más rico, diverso y menos binario, los reclamos de grupos ambientalistas, defensores del territorio o pueblos indígenas no terminarían confinados en el cajón de la derecha a ridiculizar, sino que podrían ser debatidos ampliamente, desde el enfoque de muchas izquierdas, sobre las mejores maneras de enfrentar la crisis climática o sobre la reforma constitucional en materia de pueblos indígenas, por mencionar solo dos temas urgentes pero desdeñados. Pero no, López Obrador valida a la derecha como su interlocutor privilegiado y parece no tener ganas de visibilizar nada fuera de la oposición binaria que borra luchas urgentes, para él la única oposición que existe es la de derecha. Lo más peligroso es que, en un futuro, quienes cosechen la atención discursiva que el presidente de la república les da, sean las propias fuerzas de la derecha que están siendo discursivamente fortalecidas, cohesionadas y definidas. Esperemos, claro, que no suceda, aunque la actualidad de los países del continente nos alerten de esa terrible posibilidad.

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