Escrúch
En Nochebuena el fantasma filial se le apareció en los lúgubres corredores del Palacio que habita, arrastrando pesadas cadenas forjadas con cañones fundidos, otrora al servicio de Benito Juárez
Como era lenguamocha, D. Andrés se pronunciaba a sí mismo como Escrúch aunque sus apellidos fueran de origen español (cosa que intentaba negar). Por lo mismo, solía decir Asturia en vez de Asturias y en su embólico hipotálamo insistía en venerar a la Unión Soviética, largamente extinta. Ni hablar de sus improvisadas críticas literarias donde recomendaba lecturas trasnochadas de un tal Lenin y denostaba de todo autor que le pareciera derechoso… ignorante y más bien ignaro, Escrúch profesaba un enrevesado cristianismo ecléctico y pueril, mezclado con un tropicalismo cursi de trova caduca y prolongadas pausas de claras lagunas irracionales, proclives a la demencia si no fuera casi probado que por debajo de la guayabera ese anciano decrépito escondía una hipocresía de hierro, una férrea necedad cotidiana por insultar y amarrar navajas con todo lo que sonara a prójimo y aunque no era tacaño (como insinuaba la primera versión de su canción de Navidad), Escrúch era la mentira encarnada, el belicoso verbal de toda mañana, el flamígero acusador al que un buen día se le apareció el espíritu de un difunto remoto.
Era la tarde de una Nochebuena que se prolongaba con tiernos mensajes que le enviaba su nietecito desde Houston, Texas y postales nevadas que enviaba el más pequeño de sus hijos, rodeado de hamburguesas y pasteles en un internado londinense… era la tarde que se le prolongaba en desesperados intentos por justificar el desastre que él mismo desataba sobre su tierra… y era el atardecer donde el fantasma de un difunto remoto (herido de bala en el cráneo en un homicidio oficialmente olvidado como accidental) y en sus quejidos parecían clonarse los aullidos de La Llorona. El fantasma filial se le apareció al pie de una antiquísima pirámide —ahora invisible— en los lúgubres corredores del Palacio que habita, arrastrando pesadas cadenas forjadas con cañones fundidos, otrora al servicio de Benito Juárez… y el espectro le advirtió que se le aparecerían tres espectros en el transcurso de la Nochebuena.
Al sonar la primera campanada de Catedral se apareció como antorcha olímpica en la mano abierta de Díaz Ordaz el fantasma de todas las navidades pasadas del Escrúch pellejoépato, beisbolero frustrado en diamantes tropicales, mediocre pelotero de pacotilla que tardó tres lustros en naufragar sus pasos universitarios, sus edípicos enredos, su desgajamiento paterno y su acalambrada militancia política: convenenciera, saboteadora y contradictoria… También visitó los secretos de su primer amor, su vida pasada por agua como huevo duro y apenas se le llenaban los huecos de mínima nostalgia, volvió a quedar profundamente dormido en los pasillos del Palacio.
A la segunda campanada se le concedió regodearse en el fango de la Navidad presente: un desfile luminoso de puras falsedades y promesas incumplidas, un aeropuerto inmenso y vacío donde venden ropa usada, un trenecito circular en la selva que lentamente se hunde en ojos de aguas mayas y filas interminables de soldaditos verdes que marcan el paso a su alrededor y se le concedió comer antojitos a la vera de las carreteras y simular que ama a las masas y abrazar a las madres de delincuentes y justificar las fechorías de su cuadrilla e inventar comparaciones utópicas para contradecir a sus colaboradores y así se quedó horas sin límite, tartamudeando pretextos hasta que le llegó la llamarada del fantasma de la Navidad futura.
Aquí el relato tipo Dickens debería narrar la epifanía de un arrepentimiento con sincero acto de contrición; un milagro donde Escrúch hallara el perdón en sí mismo y abriera el corazón a la magnífica oportunidad de convertirse en jefe de Estado, líder honesto y ecuménico de pluralidad y tolerancia objetivas; reconciliador y luminoso… pero lamento informar que —al menos para la Navidad futura—lo que le espera es el accidentado sendero de lo irremediable: la prolongación de errores, gazapos y vergüenzas incontrolables, supurando odios y diferencias que polaricen a la población que no sea él mismo, al país entero que en realidad no encarna él mismo y por ende, a la errancia atropellada poblada de descalabros irreparables, atropellos indecibles y descarados desastres que han de izarlo en andas de alas negras que han de lanzarlo al negro abismo… al páramo patético donde millones de mexicanos desean enviarlo esta misma Navidad: directito a la Chingada, que así se llama su rancho en el corazón de sus tinieblas.
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