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Tribuna
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Cal en vez de flores

La violencia escala los muros de una cárcel en Puebla para mostrarnos una realidad muy cruel: el cuerpo de un bebé recién nacido que apareció muerto en ese lugar

Una mujer protesta fuera de una prisión en la Ciudad de México en 2020.
Una mujer protesta fuera de una prisión en la Ciudad de México en 2020.Getty Images

A ese bebé sin nombre:

¿Cómo nombrarlo si ni siquiera sabemos cómo se llamó? Un bebé de tres meses sin identidad, sin más historia que la tragedia de su muerte: un cuerpo que fue encontrado en el basurero de una cárcel.

Fue el 11 de enero en el Centro Estatal de Reinserción Social de Puebla. Una prisión con condiciones de cogobierno y hacinamiento. Donde se ejerce un encierro masivo de 4.864 personas que excede al 103% la capacidad del penal que cuenta con 2.397 espacios.

En ese lugar, en el que imaginaríamos que el control del Estado es total, se encontró el cuerpo de un bebé que no sabemos si murió o lo mataron. Hasta el momento ninguna autoridad ha asumido responsabilidades, ni siquiera hay una explicación pública y clara de lo sucedido.

Encierran la verdad como encierran a la gente. Hay ahí dentro una acumulación de personas de quienes no sabemos nada pero que asumimos culpables de “algo” y merecedores de “eso” a lo que llamamos justicia. Quienes vivimos en libertad ignoramos las realidades que se producen dentro de esas paredes y, en nombre de la “seguridad”, aceptamos ignorar lo que ahí suceda.

Sin embargo, la violencia ha escalado esos muros para mostrarnos una realidad muy cruel: el cuerpo de un mexicano recién nacido que apareció sin vida en ese lugar. Que en vez de flores recibió cal.

Las versiones posibles son todas insólitas: que entró vivo y lo mataron adentro. ¿Cómo podría entrar un bebé sin ser registrado por las autoridades y sin notar que no salió? Peor aún ¿cómo podría cometerse un infanticidio frente a las cámaras de seguridad y miles de ojos de presos y custodios?

Otra versión es que al bebé lo abandonaron en la basura y entró muerto por los contenedores que meten a la cárcel para que los reos separen la basura. Si es así, por esos mismos contenedores pueden también entrar armas, drogas, mujeres o pueden salir internos como lo hizo El Chapo Guzmán.

No hay explicación posible en la que las autoridades no tengan corresponsabilidad. Acá afuera queremos creer que las cárceles son la culminación de la cadena de justicia, pero la realidad es que las mismas cárceles operan fuera de la ley y muy lejos de la justicia.

Pero más allá de eso, es urgente cuestionarnos ¿cuántos eslabones en la cadena humana, social y estatal, tienen que fallar para que algo así suceda?

Los eslabones que culminan en la cárcel son generalmente una serie de injusticias que llevan a otras mayores. La prisión es, muchas veces, el destino de una continuidad de sucesos que en su mayoría no se eligen: familia, barrio, rechazo social, contextos, leyes abusivas, pobreza, inequidad, estigma, humillación, violencia. Un cúmulo de exclusiones que fabrican la delincuencia. Una delincuencia de la que, de alguna manera, todos somos responsables.

La cárcel y todas sus realidades son lo que justificamos que les pase a “los otros”, no a nosotros que hemos nacido en otro contexto. Es lo que hemos avalado que le pase a quienes no tienen nombre, como ese bebé.

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