El rescate tras las inundaciones: un gran despliegue de recursos que se topa con las carencias estructurales de México
El Gobierno de Sheinbaum, que ha asumido personalmente la atención de la emergencia, trata de acelerar la llegada de ayudas a comunidades históricamente marginadas


Por las calles aún enlodadas de Poza Rica, Veracruz, uno de los municipios más afectados por las inundaciones de hace una semana, se ve a cuadrillas de marinos con palas recogiendo barro, echando en camiones los enseres inservibles que la gente apiló frente a su casa, o repartiendo cajas con alimentos. Por esas calles de espesos ríos marrones también navegan los funcionarios estatales que van arrojando una capa de cal a los montículos de objetos —camas, refrigeradores, televisores, ropa, juguetes— que ya comienzan a pudrirse bajo el sol. Por allí pasan también los llamados servidores de la nación, encargados de elaborar el censo de damnificados para luego dirigir el reparto de ayudas. Días antes acudieron los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad a restablecer el suministro de luz. Ha pasado una semana desde la inundación, que ha dejado 70 muertos, 72 desaparecidos y 100.000 casas dañadas, una de las más severas en los últimos años, dada la expansión del desastre a lo largo de cinco Estados. Y, pese al enorme despliegue del Gobierno federal para resarcir los daños, hay todavía más de un centenar de poblaciones incomunicadas.
El esfuerzo institucional se estrella con las carencias estructurales, ancestrales, de los municipios mexicanos, que ralentizan la penetración de la ayuda desplegada por la presidenta, Claudia Sheinbaum. Poza Rica pone de relieve los contrastes de la estrategia de atención a la emergencia. Los marinos se esmeran en las faenas de limpieza, pero no tienen herramientas suficientes, y, tras una semana de trabajos, están exhaustos. Muchos de los damnificados ya recuperaron la luz, pero continúan sin agua. Quienes tuvieron la precaución de construir cisternas, van racionando. Y no es que antes del desbordamiento de presas y ríos, causa principal de la inundación, tuvieran agua potable en sus casas, a decir de Mario González, de 64 años. “Aquí siempre nos faltó, estamos acostumbrados, pero ahora se necesita mucho”, dice. Las familias limpiaron como han podido sus casas, pero las calles siguen siendo un campo de guerra. El lodo acuoso que entra por una coladera, sale por otra, calles abajo, porque el drenaje está destrozado.

El ánimo en estas comunidades varía según el avance de su recuperación. En Lázaro Cárdenas, las familias más cercanas al río Cazones reclaman porque continúan inundados. El Gobierno federal asegura que hay una cantidad “impresionante” de maquinaria laborando en la apertura de calles en Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Puebla. Son unas mil máquinas, según las cifras oficiales. Sin embargo, los elementos de la Marina señalan que los vehículos de carga para trasladar la basura no alcanzan. Los montones de enseres apilados en las calles terminan por afectar el drenaje y desvían el cauce de aguas negras hacia las casas ubicadas en las zonas bajas, donde el trabajo de limpieza y recuperación es un cuento de nunca acabar.




El contraste: en la colonia Los Laureles, donde ya hay calles libres de lodo, la gente agradece a los marinos que pasan encaramados en sus camionetas. “Dios los bendiga”, les dicen. Y agradecen a la presidenta Sheinbaum, pero fustigan a la gobernadora, Rocío Nahle, y al alcalde, Fernando Remes, ambos de Morena, el partido oficialista. Las familias tienen muy presente que su alcalde admitió hace un par de años que no se construyó una barrera de contención en el río porque ―lo dijo él― se desviaron los recursos. “Que me metan a la cárcel”, retó el funcionario. También recuerdan que Nahle declaró que el río Cazones se había desbordado “ligeramente”, cuando la cifra de pérdidas iba en ascenso. Y está el hecho de que las autoridades locales tardaron siete horas en alertar a la población del riesgo inminente de inundación.
Sheinbaum ha tomado directamente las riendas de la atención de la emergencia y se ha colocado por encima de la descoordinación e indolencia de los gobernantes locales, la mayoría militantes de la formación oficialista. La presidenta ha acudido personalmente a algunas comunidades afectadas, y ha delegado a miembros del Gabinete en las zonas de desastre, incluidos funcionarios cuyo trabajo no está relacionado con la atención de desastres, por ejemplo, de las carteras de Turismo, Seguridad Ciudadana y Gobernación. Al calor de la emergencia, la mandataria ha afrontado los reclamos de los damnificados y ha puesto rostro al Gobierno. En una de esas visitas, la presidenta reprendió a un alcalde de Puebla frente a unos indignados pobladores, y en otro punto dijo que esperaría a que llegaran las herramientas para trabajar, “porque luego nada más dicen que las traen, y llegan hasta mañana”. El involucramiento de la más alta funcionaria del país ha marcado la pauta al resto de los burócratas.
Por la magnitud de los daños, esta inundación se ha convertido en el primer reto para Sheinbaum en términos de emergencias naturales. Los dobleces que dimensionan la tragedia se van descubriendo poco a poco. Mientras una parte de los afectados encuentra alivio, surge otro reporte de más daños, igualmente graves. Ahora se sabe que, si bien en Veracruz están los dos municipios más devastados —Poza Rica y Álamo—, en Hidalgo hay la mayor cantidad de poblados incomunicados, así como de personas muertas y desaparecidas. La titular de Protección Civil, Laura Velázquez, ha señalado que el estado de emergencia continúa, pero que “se está avanzando”. “Nos estamos abocando a limpiar las calles, a brindar toda la alimentación y el agua que requiere la gente, estar ahí y no movernos hasta no dejar todo limpio”, ha dicho.





Esta inundación también indica el tono que tendrá la gestión de las emergencias en la Administración de Sheinbaum. Su antecesor, el fundador de Morena, Andrés Manuel López Obrador, decidió no involucrarse personalmente en la atención de los desastres, pues consideraba que los políticos acudían a las zonas dañadas solo “para la foto”. Además, en el caso de Otis, uno de los peores huracanes que han golpeado México, el exmandatario dijo que no iría a Acapulco (Guerrero) para no exponerse a que lo maltrataran y menoscabaran su autoridad presidencial. Terminó yendo, pero en una visita muy controlada, que no se anunció al público, rodeado de militares. A Tula (Hidalgo), donde también se desbordó un río que mató a 15 personas, en 2021, el entonces mandatario tampoco acudió en los días críticos. En ese caso, además, se documentó que hubo negligencia de múltiples autoridades federales y de Ciudad de México, que fallaron en el aviso y rescate de la población.
El Gobierno de Sheinbaum ha informado que unos 10.000 soldados, marinos y guardias nacionales han sido desplegados en los cinco Estados con daños. La Secretaría de Marina está encargada de un cuadrante de varias colonias en Poza Rica. Quitar el barro es una tarea que consume casi todos sus esfuerzos. Es un problema circular. Los damnificados limpian lo mejor que pueden dentro de sus casas, pero queda la suciedad afuera, que de alguna manera regresa, se mete por debajo de las suelas, entra como olor a descomposición. Al paso de los días, el lodo ha adquirido múltiples formas, ha mutado. Hay el lodo líquido que llega hasta las rodillas, y el lodo pegajoso que succiona los pies como una fuerza gravitatoria, y el lodo lítico que se resquebraja a cada paso.

Los marinos —que han organizado una visita de periodistas de Ciudad de México en una aeronave militar— se mueven en esas aguas con sus botas de combate, de tela, y ya han contraído hongos, según cuentan. Solo algunos tienen calzado impermeable. En las tareas de limpieza han encontrado animales muertos, especialmente de granja. Pero también han visto caimanes y serpientes. Meter las manos bajo el fango, a ciegas, les ha dejado cortaduras. Los elementos que llevan una semana trabajando ya acusan el cansancio. “El primer día, estás con todo. El segundo, te resignas. El tercero, ya no aguantas. Nosotros llevamos seis días”, comenta un marino.
Los propios habitantes se han sumado a las tareas de ayuda, dando comida a los más afectados, agua o sus manos para limpiar sus casas. Los veracruzanos más veteranos recuerdan las inundaciones de 1999, las peores hasta ahora. “Nos levantamos una vez, y nos volveremos a levantar”, dice María del Carmen Cruz. Rogelio Vázquez cuenta que lo más valioso que perdió es una Biblia, pero su esperanza se impone sobre las cosas. Alejandrina Blanco se ha esmerado en recuperar las fotos que ha tomado, de sus familiares vivos y muertos. Dos mujeres se abrazan y lloran, pero sonríen. ¿Por qué están contentas? Ellas dicen: “Porque estamos vivas”.
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