Los ‘Amores Perros’ siguen vivos después de 25 años: México mira de nuevo la película que encumbró su cine
La celebración de la ópera prima de González Iñárritu llega con una exposición con material nunca antes visto y una ceremonia especial en Bellas Artes

Alejandro González Iñárritu está de gira en Ciudad de México para celebrar los 25 años del estreno de su primera película, Amores Perros, un film que no sólo cambió su carrera y la de muchos de los que participaron, sino que también marcó un hito en la cultura mexicana. La posibilidad de ver material inédito de la película, las fiestas que han reunido a antiguos colaboradores - ahora estrellas del cine, la literatura y la música-, y la oportunidad de volver a ver la película en las salas de cine han cargado de emoción al campo cultural y han provocado una reflexión sobre las extraordinarias condiciones políticas, sociales y económicas que dieron pie al film: el fin del PRI, el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y las reformas neoliberales, entre otras. Críticos, productores, colaboradores de la película y el propio director reflexionan sobre los cambios que posibilitaron este hito.
Los homenajes comenzaron en mayo pasado en el Festival de Cannes, con la proyección de la versión restaurada de la película. El 18 de septiembre, la Fondazione Prada en Milán abrió la exposición Sueño Perro. Instalación celuloide (su tercera colaboración con González Iñárritu), que trae a la luz material nunca visto de la película, guardado en los archivos de la Universidad Nacional Autónoma de México. La exposición abrió en México el 5 de octubre en el centro Lago Algo de Chapultepec, con una épica fiesta en la que cantó Julieta Venegas y tocaron Meme del Real y Quique Rangel, de Café Tacvba.
La plataforma Mubi pondrá la película en línea y estrenará una versión de 35 mm para cines en México y otros países de Latinoamérica. El 6 de octubre, la Secretaría de Cultura, el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Instituto Mexicano de Cinematografía se unieron a los festejos con una proyección en el Palacio de Bellas Artes y un concierto de Gustavo Santaolalla, el compositor de la banda original de la película.

Cerca de 1.300 personas asistieron al Palacio de Bellas Artes para ver de nuevo la película, enmarcada por la monumental experiencia de ese auditorio. La proyección sirvió para aplaudir a las actrices, actores y productores y para atestiguar el abrazo entre el guionista Guillermo Arriaga y González Iñárritu, que se habían distanciado a partir de la película Babel, su tercera colaboración, y se volvían a ver después de 20 años ante la mirada de los espectadores conmovidos.
El homenaje a Amores Perros ha invitado también a la reflexión sobre las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales que la posibilitaron. Juan Villoro, que participa en la exposición de Milán con un relato sonoro y visual, ha llamado a ese México del 2000 como el momento en que algo explotó.
“A finales de los noventa, sentíamos un aire de cambio”, dice González Iñárritu. “Todo era ilusorio, pero al menos se sentía de esa manera. El PRI, tras setenta años de dictadura partidista, estaba quebrándose. Los muros del comunismo caían y la globalización prometía ser la solución a la injusticia y disparidad del mundo. Al mismo tiempo, Marcos y el movimiento Zapatista explotaba en Chiapas y ponía los planes de Salinas y los carteles financieros a la cabeza, poniendo a México en la mira del mundo”
Además de estas circunstancias políticas, las condiciones materiales del cine estaban cambiando también. En su libro, Screening Neoliberalism (Vanderbilt, 2014), el crítico mexicano Ignacio Sánchez Prado dice que Amores Perros y otras películas de esos primeros años de los 2000, que tuvieron un extraordinario éxito internacional, son producto del deterioro del discurso nacionalista de los años anteriores que libera a los cineastas de pintar tipos sociales y del descubrimiento de las clases medias como audiencia.
Alejandro González Iñárritu había construido una exitosa carrera como locutor de radio, primero, y como publicista, después. Conocía muy bien al público de las clases medias por haber introducido el rock a los radioescuchas urbanos y hacer una publicidad fresca dirigida al mismo público, pero no era claro que él, precisamente, fuera a ser un vehículo de cambio tan importante del cine mexicano.

Rodrigo Prieto, el fotógrafo de la película, cuenta que conoció a Alejandro González Iñárritu por esos años. Comenzó a colaborar como director de fotografía de varias campañas y se hizo su amigo. Tras algunos años de colaboración, empezó a observar que sus campañas se hacían un poco más complejas, como si fueran pequeños dramas. “Ya no eran tanto estas comedias loquillas”, dice Prieto, “sino que había historias, como pequeñas películas”.
Por eso, Prieto le dijo a González Iñárritu que le gustaría ser el fotógrafo si él hacía un largometraje. González Iñárritu le dijo que precisamente estaba trabajando con un guion de Guillermo Arriaga y se lo hizo llegar. “Me llamó mucho la atención”, dice Prieto. “No me esperaba que lo primero que fuera a dirigir Alejandro tuviera ese nivel de complejidad, que se comprometiera a hacer un retrato con esa sordidez. Me sorprendió y me emocionó también porque era una oportunidad para ir en una dirección distinta a lo que estaba haciendo”.
Hacer realidad de Amores Perros, la película más cara hasta entonces producida, requirió también de un cambio completo en el paradigma de la producción. “Nos propusimos generar condiciones de equidad para la producción de nuestra cinematografía, que le permitiera competir en el mercado con las producciones de otros países; esto implicó, entre otras cosas, tener más tiempo de rodaje y más pietaje de negativo, así como más meses de edición, todo lo cual elevó el presupuesto al doble de las producciones nacionales promedio de aquella época”, dice Mónica Lozano, productora asociada.
La película se estrenó el 14 de mayo de 2000 en Cannes. En el libro Amores Perros, publicado por Mack Books a propósito de la exposición en la Fondazione Prada, González Iñárritu recuerda la zozobra e incertidumbre de esa proyección. “Guillermo Arriaga, su esposa Maru y yo esperamos ansiosamente afuera, me fumé media cajetilla de cigarros. Era un manojo de nervios. La gente comenzó a llegar tres minutos antes de que los créditos iniciales de la película comenzaran a rodar. La sala tenía un 70 por ciento de ocupación. Durante la proyección, la gente hablaba por celular y cerca de una hora después, una docena de personas comenzaron a dirigirse a la salida, una a una”.
Resultó que era una experiencia común de los festivales. En realidad, González Iñárritu había logrado una película con una narrativa innovadora, que retrataba la violencia en Ciudad de México a principios del siglo XXI, pintaba personajes llenos de vida, tiernos y terribles y echaba mano de una estética cruda y visceral. Su banda sonora era excepcional y la colección de música de bandas mexicanas que acompañó a la película estableció una marca en la producción local. Amores Perros se llevó las palmas en Cannes, el premio BAFTA del Reino Unidos y fue nominada a mejor película extranjera en los Oscar, entre otros reconocimientos.

El éxito internacional de Amores Perros dejó a todo el mundo con una sensación de que algo había cambiado también en el papel de la cultura mexicana en un ámbito más global. De repente, la sociedad mexicana comenzaba a producir objetos culturales muy exitosos. Estaban hechos con las reglas del lenguaje internacional, pero seguían hablando de los asuntos locales.
“En los años noventa”, dice Ignacio Sánchez Prado, “pensábamos que la mexicanidad estaba terminada porque estaba conectada con la caída del PRI, del Estado y lo que llamaba Roger Bartra, las redes imaginarias del poder político. En realidad pasó una cosa muy peculiar: la mexicanidad cultural se volvió una mercancía global de una manera inesperada. La cultura mexicana de élite se enganchó con las redes transnacionales del comercio cultural y generó un interés casi sin precedentes”.
Alejandro González Iñárritu expresa una idea muy similar. “25 años después”, dice, “la gente del mundo entero y de muchas generaciones todavía mencionan Amores Perros como una de sus favoritas o me dicen que fue una película que los hizo ser cineastas, artistas o tomar ciertas decisiones en la vida”.
La celebración de los 25 años de Amores Perros es una oportunidad doble, de acuerdo con Sánchez Prado. Por un lado, “abren la oportunidad de pensar en la película como un documento histórico, como un reflejo de una forma de pensar en México y en la sociedad mexicana, y por otro, de pensar una posibilidad utópica del cine mexicano. Tenemos que imaginarnos qué condiciones se necesitan en México para volver a producir un cine de esa calidad, qué significa hacer un cine mexicano nacional y transnacional, que sea socialmente relevante para nosotros”.
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