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Don Omar convierte un rincón de Ciudad de México en un espacio de culto al reguetón clásico

El ‘rey’ del género urbano ambienta su primer día en la explanada del Estadio Azteca con un recorrido de dos horas por los grandes temas de su repertorio. Este sábado volverá a subir a la misma tarima

'Don Omar' durante un concierto en el Autódromo Internacional en Cancún, Quintana Roo (México).
Rodrigo Soriano

La escena es memorable. Las tres grandes pantallas que presiden el escenario muestran imágenes dignas de una película de Marvel: un hombre con casco trata de liberarse de un enredo de cables que le impiden moverse. Lo logra y, tras soltarse, se quita el casco. Aparece el rostro de Don Omar y, tras unos segundos de sonidos de alertas nucleares y llamaradas sobre el escenario, suena Dale Don, uno de sus grandes éxitos. El público de la explanada del Estadio Banorte (antes Azteca) comienza a gritar enloquecido. Don Omar, la leyenda viva del reguetón, ha convertido este viernes el pequeño rincón de Ciudad de México en un culto al reguetón clásico con su música.

Antes de subirse a esa tarima, Don Omar (San Juan, Puerto Rico, 47 años) salía sonriente a dar una breve rueda de prensa en una sala repleta de periodistas. “Regresar a México es un sueño”, afirmaba, en alusión a la década que llevaba sin pisar un escenario en el país. Sobre el escenario, repite esa frase y habla de su orgullo más grande, el de “ser latino”. Es la introducción para que de las bocinas comience a sonar Reggaeton latino, una canción que terminará por resumir las dos horas de concierto: “Bailen, gyales [muchachas] / muevan, suden / sientan el poder / del reguetón latino [...]”.

La dinámica cinematográfica de las pantallas mantiene el hilo conductor del concierto, acompañada por los bailarines que animan la escena del cantante, que continúa rebuscando en su repertorio: Salió El Sol, Virtual Diva, Sexy Robótica. La respuesta del público de la explanada, donde caben alrededor de 8.000 personas, según sus datos, es el baile y el vocerío.

Mara Negrete, 25 años, espera emocionada la entrada de William Omar Landrón a la sala de prensa. Ha estado bailando los temas previos del concierto, pinchados por Dj Nelson, otro de los pioneros del género. “Trabajo en una agencia pequeña de marketing, y el segundo trabajo de mi compañera es en una revista. La mandaron, y tenía un boleto extra, y me invitó. Ella no quería venir, pero vino por mí”. Vive a unos 20 kilómetros del estadio. “Fíjate si quería venir”.

Hace apenas un año que Landrón anunció que había sido operado “con éxito” del cáncer de riñón que le aquejaba. Meses después, en marzo del año pasado, comenzaba a girar de nuevo, hasta lograr colgar ya el cartel de “agotado” en 40 arenas de Estados Unidos. “Cuando eres sobreviviente de cáncer, todo cambia. Una de esas cosas que hace levantarme todos los días es eso, es haber sobrevivido a algo de lo que muere mucha gente”, contaba a los periodistas.

La locura desatada junto al estadio es también la redención de William Omar Landrón, el joven dealer convertido en leyenda del reguetón en su adultez. Las duras calles de San Juan fueron su cuna, pero también la cruz que, con 14 años, le llevaría a vender drogas “por ocio”: “La palabra más nociva para el ser humano”, diría en una entrevista en 2022. Con 16 sobrevivió a una balacera en la que murieron algunos de sus amigos. Fue cuando decidió recurrir a Dios, al ligar su vida a la Iglesia como pastor protestante durante cuatro años. Hasta que incursionó en la música.

Han pasado 25 años desde que eso ocurrió, pero continúa manteniendo su éxito. “Crecí en una generación distinta. Era de los que todavía ahorrábamos dinero para comprar música. Era algo muy bonito, crecí con la industria. Los adelantos tecnológicos nos siguen dando oportunidades, pero creo que el secreto [para mantenerse vigente] es el cariño”.

Don Omar es uno de aquellos jóvenes de los 90 que decidieron quemar las naves y apostar por el reguetón, un sonido influenciado por el reggae, el hip hop y el dancehall, que ha llegado a dominar las listas de éxitos de la última década. Pero siempre ha tratado de innovar. Desde sus comienzos, donde se planteó temporalmente dedicarse en exclusiva al rap, ha utilizado recursos de la música caribeña o del electro latino.

Sobre el escenario ha recordado varios nombres como el de Wisin y Yandel o el de Daddy Yankee, artistas que encararon los prejuicios sociales y que exploraban la sexualidad en una música que logró romper las barreras clasistas de la época. La respuesta, de nuevo, bailes, aclamaciones y aplausos. Don Omar hace una reverencia cada vez que eso ocurre.

Han pasado cerca de dos horas desde que aquella especie de superhéroe revelase su rostro tras quitarse el casco. Comienza a sonar una melodía reconocible para los seguidores del reguetón clásico, que da paso a la letra: “Aunque digan que soy / un bandolero donde voy / le doy gracias a Dios / por hoy estar donde estoy [...]”. Pasan unos segundos y los fuegos artificiales iluminan el cielo oscuro. Don Omar se va del escenario.

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Sobre la firma

Rodrigo Soriano
Es periodista de EL PAÍS en la redacción de Ciudad de México. Estudió Periodismo en la Universidad de Valencia y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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