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Armas de Fuego
Columna
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Pasión por la guerra

Líderes de Latinoamérica se recrean en el uso de las pistolas para convencer al electorado de la necesidad de una limpieza del territorio

Un manifestante apunta con una pistola de juguete durante una manifestación frente al Congreso argentino, en junio de 2024.
Un manifestante apunta con una pistola de juguete durante una manifestación frente al Congreso argentino, en junio de 2024.Natacha Pisarenko (AP)
Carmen Morán Breña

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Hay que leer y releer cien veces a Stefan Zweig para ser muy conscientes de que el mundo de ayer será siempre el de hoy y no sorprendernos ante “cualquier nuevo brote de bestialidad colectiva”. En ese libro, precisamente, El mundo de ayer, el maestro austriaco repasa el tiempo que le tocó vivir, atravesado por dos guerras mundiales, y recuerda los claveles rojos y blancos que usaban los partidos de su país antes de que los conflictos lo dejaran irreconocible. “¿No es conmovedor que en aquel tiempo se escogieran flores como símbolos de los partidos en lugar de botas de caña vuelta, puñales y calaveras?”, se pregunta en un paréntesis. En este nuevo siglo nuestro, decenas de analistas observan señales prebélicas en las relaciones internacionales y los discursos de odio que extienden los gobernantes a un lado y otro de los océanos. La supuesta inseguridad ciudadana se esgrime como una alerta para sacar las armas y defenderse de quién sabe quién. ¿De los migrantes, del vecino que profesa otra religión, del que ha decidido una forma distinta de vivir, de los pobres, de quién?

Las señales son, en realidad, bélicas. En América, las pistolas. Señores de poder y algunos otros que lo buscan en las urnas gustan ahora de sacar las armas como símbolo de sus campañas. Dos líderes de la ultraderecha chilena, Kast y Kaiser, cuyos apellidos no le serían extraños a Zweig, han empuñado sus armas para hacer campaña electoral y se han mostrado en videos disparando en un campo de tiro. “Perturbador”, han dicho algunos otros políticos. Repugnante sería una palabra más certera. Invocan la paz apretando el gatillo; llaman a la seguridad generando miedo; quieren limpiar de malandros el mundo vendiendo pólvora. Limpiar es otra palabra símbolo que a quienes son más limpios que ellos les genera pánico.

Y aquí hemos llegado, querido Zweig. Ni flores, ni botas, ni calaveras, pura pistola para convencer al electorado de que la guerra es la solución. Si hay que recortar bienestar se saca la motosierra, si hay que limpiar el suelo patrio se tira de pistola. No es una ocurrencia, es una estrategia. También en campaña llamó Trump a la necesidad de defenderse con pistolas de los que asesinan, o sea, de los que las empuñaron antes porque se las vendieron como si fueran inofensivos guisantes. Están también los moderados, que vuelven de tarde en tarde a la idea de la pena de muerte. Las armas son la institución.

Y México. La larva de la extrema derecha la encarna estos días Eduardo Verástegui, un personaje ultracatólico, con todo lo que ello conlleva, que vuelve ahora al asalto del poder después de hacer sus pinitos, sin éxito, en 2023. Por aquellos días, el también actor de telenovelas, mostró al público cuál era su ideología contra “los terroristas del cambio climático y de la ideología de género”: las balas. Agarró un arma de uso exclusivo del Ejército, por tanto, de pertenencia ilegal, y se lio a tiros contra la negra silueta humana de un cartel. En un país que se desangra cada día a golpe de gatillo, 30.000 muertes al año, que ha probado el ojo por ojo y opciones más pacíficas sin aminorar la estadística, Verástegui viene a descubrir la pólvora. He ahí su solución, otra vez: la guerra. Las guerras se pueden declarar o simplemente ejercerlas desde el poder. En esto la ciudadanía tiene la última palabra. ¿Quiere pistolas, calaveras o flores? Un día Portugal optó por los claveles en lugar de los cañones. También Austria tuvo su tiempo de claveles. ¿Qué ha pasado desde entonces? Nada. El mundo gira, pero no cambia. Siempre habrá quien prefiera las armas. Y vuelta a empezar.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.
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