Los chicos que soñaban con las estrellas: la historia detrás del último experimento de México en el espacio
Un grupo de 11 jóvenes ganó un concurso de la NASA que les dio una oportunidad única: enviar y probar su propio proyecto en la Estación Espacial Internacional
“10, 9, 8, 7...”. Después de más de un año de espera, un grupo de jóvenes mexicanos esperaba con ansias el despegue que cambiaría sus vidas. Parados en Cabo Cañaveral, en plena cuenta regresiva, hubo sonrisas, lágrimas de emoción y orgullo por todo el trabajo realizado. Fue un 4 de noviembre cuando el reloj marcaba las 20.29, cuando un cohete de Space X, del polémico empresario Elon Musk, lanzaba el espacio el MCB-1, el último experimento de México en el espacio. Esta historia, sin embargo, comenzó a cientos de kilómetros de Florida, con 11 chicos que no se conocían hasta hace poco y que sin haberse visto las caras, compartían un sueño lejano y que parecía imposible hasta que se volvió realidad.
La vida de Regina Guzmán no volvió a ser la misma después de la pandemia. Le faltaba un semestre para graduarse como ingeniera informática antes de que el mundo se parara por completo. Pero no suena triste ni frustrada cuando lo cuenta, sino aliviada. Hasta entonces, su día a día empezaba de madrugada para salir de su casa en Chalco y llegar a tiempo a su trabajo en un supermercado. Después de un turno de nueve horas, tenía que irse disparada para tomar clases en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y ya de noche, trataba de pasar tiempo con su hija y terminar sus tareas. Eso fue así hasta que la covid le dio un respiro para pensar qué seguía después. “La verdad fueron un par de años difíciles, los horarios no me daban y todavía no había tenido oportunidad de ejercer mi carrera”, recuerda Guzmán, de 31 años.
Hizo un montón de cursos y programas virtuales para mejorar su currículum, conocer a más gente y de a poco, se fue animando a recuperar algunos proyectos que se le habían quedado en el camino. “El espacio siempre me causó fascinación, pero no había tenido el tiempo de buscar por ahí, hasta que llegó la pandemia”, cuenta. En un punto, se enteró que uno de sus compañeros del Poli había ido a un campamento de la NASA en Estados Unidos. “Órale, ¿cómo le hizo?”, se preguntó. Y cuando lo supo, se inscribió. Chicle y pega, igual y la aceptaban. Y la aceptaron. A partir de ese momento, el reto era reunir 3.500 dólares para irse. Una rifa y muchos ahorros después, Guzmán aterrizó en Alabama para un campamento de cinco días, en 2022.
“Te sentías como en Disneylandia”, cuenta entre risas Flavio Heredia, un físico-matemático de Morelia de 26 años. El campamento incluía pilotear un avión, subir a simuladores, participar en actividades de buceo y simular una misión en Marte con trajes de astronauta. También hubo una competencia grupal para desarrollar una investigación sobre materiales en el espacio. Heredia y Guzmán no lo sabían, pero iban a ser compañeros de equipo por el resto de la semana.
Todos eran más o menos de la misma edad, casi todos eran mexicanos, muchos habían hecho rifas, ahorrado durante años o vendido cosas para estar ahí. Todos, de alguna u otra forma, habían soñado con el espacio, pero pocos se imaginaban que iban a llegar hasta donde estaban. “Es el típico sueño que tienes de niño, pero también era el sueño más improbable”, admite Heredia. “Obvio, de repente tienes que enfrentar muchas decepciones y muchas limitaciones, pero la vida te sorprende y a veces pasa lo que menos te esperas”, agrega.
El concurso no era un viaje al espacio, pero sí ofrecía una oportunidad única: mandar el proyecto ganador a la Estación Espacial Internacional. “Conectamos desde el principio, todos éramos luchones y muy buenos en nuestras áreas, pero también éramos resilientes a cada uno de los cambios y adversidades que nos tocó enfrentar en nuestras vidas”, afirma Iván Galaviz, ingeniero en Computación de Guadalajara, de 28 años. “Desde el primer día nos pusimos a trabajar juntos y ya sabíamos más o menos lo que queríamos”, cuenta Guzmán.
A pesar de todo lo que compartían, el equipo estaba integrado por perfiles muy distintos. Había gente como Laura Barajas, una especialista en materiales, pero también como el paramédico Jonathan Cruz, la bioquímica e influencer Arlette Silva, la diseñadora y divulgadora científica Nadia Zenteno o el maestro en Ciencias Omar Saldaña. Algunos eran creativos como el mecatrónico José Rodríguez, otros ayudaban a que se aligeraran los nervios como el químico Gerardo Pérez y unos eran más bien extrovertidos como el ingeniero y diseñador Maximiliano Flores.
“Algunos tomaron la iniciativa de entender qué cualidades tenía cada uno para poder organizarnos y dividir el trabajo”, cuenta Galaviz. “Muchos no estudiamos nada que tuviera que ver con materiales y aun así casi todos nos metimos a investigar qué se podía hacer”, agrega. Algunos integrantes se enfocaron en el diseño, otros en la investigación, en la presentación y en el marketing. De día, las actividades empezaban a las siete de la mañana y de noche, se volcaban en trabajar en el experimento.
Al final, el equipo apostó por el mecanismo compatible biomimético (MCB-1), un material inteligente inspirado en las fibras que se encuentran en la biología terrestre y que imita algunas de sus funciones. “Cuando se calienta, se mueve y cuando está frío, se queda en ese estado”, explica Zenteno, de 28 años y oriunda de Ciudad Juárez. “No desarrollamos el material de cero, pero sí probamos nuevas aleaciones para encontrar combinaciones más resistentes”, agrega.
La idea detrás del experimento era probar este material en las condiciones extremas del espacio —con temperaturas de -100 a 120 grados — y ver si podía resistir a materiales como el regolito, una especie de polvo que hay en el espacio y otros cuerpos celestes. El concurso era también una carrera contra el tiempo y los otros equipos. “Los últimos días fueron cardíacos”, recuerda Guzmán. “Varios de mis compañeros no durmieron”, concuerda Galaviz. Al final del campamento, llegó el momento de las presentaciones y se anunció el resultado. Su equipo ganó el primer lugar. “Todavía no me lo creo, es de esas cosas que te pasan una vez en la vida”, admite Zenteno.
El premio implicó más trabajo. El campamento fue la semilla de Mat X Space (Materials for Space), una empresa para la investigación multidisciplinaria y el desarrollo de tecnología espacial. La mayoría del equipo se mantuvo y siguió trabajando para probar que el experimento fuera viable y pudiera ser enviado al espacio, a la par de buscar fuentes de recursos para los próximos pasos, conseguir el apoyo de la Agencia Espacial Mexicana y el IPN, y realizar actividades para acercar la ciencia a otros jóvenes. De tener éxito, el material podría utilizarse en proyectos satelitales, fabricación de trajes espaciales y misiones de exploración. “Es una nueva oportunidad porque cuesta menos y es posible que sea reutilizable”, comenta Zenteno.
“Queremos cambiar la perspectiva sobre México y sentar un precedente de que podemos contribuir y estar a la par de otros países”, afirma Heredia. “Queremos ser la prueba de que en el país hay un potencial enorme y solo falta que nos den una oportunidad”, agrega. Tras varias demoras, el equipo se preparó durante meses y volvió a reunirse para el lanzamiento. Sólo uno de los integrantes no pudo asistir.
“Fue impresionante, un momento único”, cuenta emocionada Guzmán. “Fue como en las películas, tú estás en la base a unos pocos kilómetros y hay un reloj enorme donde sale la cuenta regresiva”, recuerda. “Lo veía todo en cámara lenta”, dice Heredia. “Ves una bola de luz enorme, es tanta la luz que no alcanzas a distinguir nada de lo que está alrededor, y de repente ves cómo empieza a subir… hasta perderse como si fuera una estrella más”, comenta conmovido. “El sonido no llegaba como hasta dos o tres segundos después, fue indescriptible, es algo que las cámaras no logran capturar”, afirma Galaviz.
“Sentimos un orgullo enorme, no sólo por todo el trabajo que hicimos y lo que conseguimos, sino porque lo hicimos juntos, en equipo”, afirma Guzmán. “Quería enseñarle a mi hija que es posible lograr cosas grandes”, agrega. El MCB-1 estará a prueba seis meses, pero los planes no terminan ahí. “Queremos seguir hacia adelante y, por qué no, abrir las puertas a otros soñadores de México”, afirma Heredia antes de despedirse.
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