Juan Ramón de la Fuente y Marcelo Ebrard, dos parachoques para lidiar con Donald Trump
El gabinete de Claudia Sheinbaum en su conjunto tendrá que aunar diplomacia y estrategia para romper el muro que se cierne contra México tras la victoria del republicano
No siempre hacen falta ladrillos ni bloques de cemento para construir un muro. La sola victoria de Donald Trump en las elecciones estadounidenses ha dejado una congoja en México similar a una enorme pared de hielo frente al nuevo gabinete de Claudia Sheinbaum, que se tendrá que emplear a fondo. El líder republicano ha vuelto y sus bravuconadas de campaña contra los migrantes que entran por la frontera sur y las amenazas de aranceles a los productos mexicanos si la violencia y el tráfico de drogas no cesan en el país vecino laten ahora con la fuerza de una realidad acechante. Dos figuras, la del canciller Juan Ramón de la Fuente y la del secretario de Economía Marcelo Ebrard, emergen cruciales para establecer un diálogo con el todopoderoso mandatario, un personaje difícil, pero conocido.
Mientras el peso no ha dejado de depreciarse frente al dólar en las horas siguientes a la victoria republicana, Sheinbaum abría una luz ante el panorama sombrío: “Fue una llamada muy, muy cordial, la verdad, y estamos contentos por ello”, ha dicho la presidenta del primer contacto telefónico con Trump para felicitarle por su regreso a la Casa Blanca. El recuento de votos no había concluido, pero la demócrata Kamala Harris ya había asumido su derrota y Sheinbaum no quiso perder más tiempo. De hecho, ambos líderes se felicitaron porque la mexicana también acaba de tomar las riendas del país con una victoria territorial y política semejante a la de Trump. Pero en esa comunicación ya salió el asunto de “la frontera” que trae de cabeza a ambos países. “Va a haber espacio para platicar”, le contestó Sheinbaum, y la probabilidad de que acuda a la toma de posesión de Trump se abre con fuerza. Invitada está. La conversación se cerró con un “nos vemos pronto”.
Se va a necesitar mucha diplomacia para sortear las embestidas del búfalo del norte. México es el principal socio comercial de Estados Unidos –a veces el péndulo se inclina hacia Canadá- y la relación comercial entre ambos países se cuenta en miles de millones de dólares y en otros muchos millones de empleos. Hay interdependencia mutua pero desigual. La mención de los aranceles pone los pelos de punta en México. Y no es nueva, ya ocurrió en la primera Administración de Trump (2017-2021) y el país latinoamericano acabó cediendo en lo que se le pedía: control de la migración. A pesar de todo, las relaciones no fueron mal. El presidente Andrés Manuel López Obrador llamaba “amigo” a su homólogo y este ha mandado saludos para él en su comunicación con Claudia Sheinbaum. Los mexicanos miden sus palabras cuando hablan del norte. La presidenta ha sido discreta en extremo durante toda la campaña electoral de sus vecinos.
Marcelo Ebrard, que era el canciller en el anterior sexenio y quien se ha apresurado a felicitar la victoria del republicano, conoce bien el terreno, tanto el de Trump como el de Biden, con cuya Administración demócrata tampoco fueron todos días de vino y rosas. “Ebrard es un político pragmático que puede responder al Trump empresario en términos de coste y beneficio, de castigo y premio. Se espera que quien termine negociando sea Ebrard y se limite a cuestiones económicas”, dice Estefanía Cruz, del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM. “Pero definitivamente tendrá que hacer concesiones, sabe que México no puede competir ni en lo político ni en lo económico, todo lo más que no se den conflictos mayores”, explica la investigadora, quien opina que las relaciones circularán por la vía diplomática, no de choque.
Las diferencias entre el primer y el segundo Trump las determina Cruz en los equipos de gobierno del republicano, en su primer mandato muy asentados en la familia, con su yerno, Jared Kushner, asesorando al magnate en primera fila. Había, dice la internacionalista, “afinidad personal” entre Kushner y el equipo de transición de Peña Nieto y después con los negociadores de Obrador. “En esta segunda parte la familia no ocupa el rol principal, ahora son políticos del partido republicano. Está por ver quién llevará las riendas de las relaciones con México”, dice. Y recuerda que Trump llegó entonces al poder con el mismo discurso infamatorio, “pero que nunca llevó a cabo, una vez que México aceptó blindar las fronteras a la migración”. Se acabaron los aranceles. En todo caso, avisa Cruz, “si el discurso [de México] es soberanista, en la práctica no va a poder ser”.
Pero no bastará con eso. La frontera no ha dejado de estar incendiada en el periodo de Joe Biden, aunque las formas fueran distintas. Con vistas ya a las elecciones que se aproximaban, el pasado agosto, Estados Unidos asestó un zarpazo con la captura de Ismael Zambada, El Mayo, secuestrado en territorio mexicano y detenido en El Paso, no más cruzar la frontera. El mensaje era inequívoco: si ustedes no arreglan la violencia, lo haremos nosotros. No se espera menos de Trump.
La seguridad es un asunto peliagudo. De ella depende el tráfico de drogas, aunque también el de las armas que entran de Estados Unidos, pero muy significativamente, la economía. Los magnates del tío Sam no van a invertir en México si no encuentran garantías suficientes. El comercio del aguacate, suspendido de tarde en tarde por amenazas del narcotráfico es un buen ejemplo. “México tiene que hacer un replanteamiento completo de sus políticas exterior y de seguridad”, dice Abelardo Rodríguez, investigador en Derecho y Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana. Las Secretarías de Marina, Defensa, Seguridad y Economía “deben redefinir sus prioridades estratégicas, se requiere un recambio profundo respecto al sexenio anterior, donde el combate al crimen fue insuficiente y una mayor transparencia en aspectos neurálgicos de la integración económica”, añade Rodríguez. En puertas está también una renovación o revisión del tratado de libre comercio entre los tres países de Norteamérica. Ahí es donde Ebrard tendrá que jugar también sus cartas con acierto.
Pero el canciller es Juan Ramón de la Fuente. ¿Qué desempeño será el suyo? “La agenda del secretario de Exteriores es marcar la pauta de los grandes ejes, coordinar los esfuerzos de todo el gabinete, es lo que va primero”, asegura Rodríguez, quien menciona otro nombre clave, el de Lázaro Cárdenas Batel, jefe de la Oficina de Claudia Sheinbaum, hombre de confianza, mano derecha. A él le toca trasladar los esfuerzos de la presidencia para tener una visión de conjunto del Gobierno mexicano, afirma el investigador. Para sentarse con el equipo de Trump se necesita un ‘todos a una’, sin grietas ni disensos. Y si puede ser, antes de la toma de posesión del republicano, afirma Rodríguez, a la que cree que Sheinbaum debería asistir. “Siempre ayuda” con un presidente que se lee “en términos de emociones y que ahora está efusivo y contento”.
No es probable que Sheinbaum pensara en los perfiles óptimos para tratar con Trump, puesto que era muy pronto para saber quién se sentaría en el Despacho Oval. La académica de la UNAM cree que el canciller actual, De la Fuente, no es quizá el más acertado para enfrentarse a un personaje cuya idea de país está más cercana a la administración de una empresa. “De la Fuente ha estado en organismos internacionales, multilaterales, donde prima la diplomacia y la buena voluntad de los Estados, es principista, no tiene experiencia en embajadas, por ejemplo”, dice. Por eso ve más relevante el papel que pueda desarrollar Ebrard, “que sabe identificar socios y aliados”. A él le atribuye el situar a México como líder de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe, la CEPAL, un mensaje económico de primer orden frente a otros bloques.
Estados Unidos -y el mundo entero- tiene por delante un periodo masculinizante con el que tendrá que lidiar la primera presidenta de México. El recuerdo de Trump negando el saludo a la entonces presidenta de Alemania, Angela Merkel, o sus desencuentros con la presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, o con Hillary Clinton, son elocuentes. De esa “misoginia” habla también Estefanía Cruz, para determinar esa inquietud que se ha extendido en los últimos días en México al conocerse la victoria del republicano. Pero es optimista: “Es un buen indicio esa primera llamada de tono cordial”.
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