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Claudia Sheinbaum
Columna
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EEUU - México… no provoquen a Sheinbaum

Que México haya sido dejado a oscuras durante todo este tiempo tras la caída del “Mayo”, marcará el punto de partida de la nueva relación con Estados Unidos

Claudia Sheinbaum
Claudia Sheinbaum presidenta de México durante una conferencia de prensa en Palacio Nacional en Ciudad de México. El 28 de octubre 2024.Mario Guzmán (EFE)
Salvador Camarena

Los comicios en Estados Unidos activarán una nueva fase en la relación entre Washington y Morena. Gane quien gane allende el río Bravo, el Tío Sam intentará apretar a su vecino del sur. El actual gobierno mexicano no se allanará: es una lucha que le anima.

La presidenta Claudia Sheinbaum llega al martes electoral con buenas credenciales en términos de fortaleza. Tras su primer mes en Palacio Nacional, proyecta control en medio de las crisis heredadas, una en inseguridad y la otra, precisamente, con el vecino del norte.

En materia diplomática, Sheinbaum caminó hacia la normalización con Washington. No se enredó a la hora de quitar la pausa, un término vago en diplomacia y por tanto efectivo, que su antecesor decretó luego de que Estados Unidos manifestara críticas a la reforma judicial.

El canciller Juan Ramón de la Fuente es ahora el interlocutor oficial del representante estadounidense Ken Salazar —lo cual empodera a la presidenta—, mientras la agenda bilateral padece el letargo propio de una incertidumbre electoral.

Las cosas serán muy distintas a partir del martes. No necesariamente porque ese día, quizá ni en los siguientes, sepamos quién gobernará la potencia los venideros cuatro años, sino porque cualquier tensión que allá se viva podría alimentar el deseo de dar coletazos acá.

Ahí empezará el segundo mes de Sheinbaum en la presidencia. Las odiosas comparaciones se cernirán sobre ella, lo mismo si el resultado de las urnas tarda en ser oficial, lo mismo si hay claro ganador, ya sea el republicano Donald Trump o la demócrata Kamala Harris.

Al antecesor de Sheinbaum le tocó resistir a Trump y a Joe Biden en la Casa Blanca. Utilizó recursos muy distintos ante ambos, si bien las monedas de cambio fueron las mismas. México canjeó respeto a sus políticas a cambio de ser el patio migratorio de Estados Unidos.

Morena, que tiene en el antiyanquismo uno de sus genes dominantes, nunca fue más pragmático que su manejo de los intereses de EEUU. No fue sumisión pura, sino acuerdos quid pro quo que no impiden a México la arenga nacionalista o desplantes unilaterales.

Sheinbaum heredó, además del portazo a Ken Salazar, quien cerró el sexenio anterior apestado en Palacio Nacional, donde tantas veces fue recibido, una tensión creciente en el tema del narco, el vector junto con el comercio que han marcado décadas de relación bilateral.

El exmandatario desconfiaba de la operación de las agencias estadounidenses en suelo mexicano. Y la crisis por la sorpresiva detención del general Salvador Cienfuegos, extitular de la Defensa Nacional detenido en Los Ángeles en 2020, confirmó las suspicacias.

Ni la liberación de Cienfuegos, expedita y sin que en México se le investigara realmente, cosa que molestó en Estados Unidos, reencauzó la cooperación antinarco.

En medio de esos recelos, en julio de este año el narcotraficante Ismael “Mayo” Zambada acabó en suelo americano, en un secuestro donde el gobierno estadounidense niega haber participado, versión que ha sido tan opaca en detalles como inverosímil.

Esta misma semana la Fiscalía General de la República ha vuelto a denunciar la reticencia de Washington, y ha cuestionado la falta de arrestos y otras diligencias en ese escándalo. Este reclamo se hizo en la mañanera, en donde reapareció el fiscal Alejandro Gertz Manero.

Si bien Sheinbaum dio continuidad al reclamo mexicano a EEUU por la falta de información del operativo en donde uno de los hijos del Chapo Guzmán entregó al narcotraficante Zambada, al invitar a Gertz Manero a la conferencia de prensa la mandataria hizo escalar el diferendo.

Salazar contestó a Gertz manifestando su extrañeza de que el operativo no sea considerado una victoria de ambos países. Una postura que groseramente desdeña lo elemental: el rapto de este ciudadano mexicano no pudo ocurrir sin pacto previo entre los Guzmán y EEUU.

Que México haya sido dejado a oscuras durante todo este tiempo tras la caída del “Mayo”, marcará el punto de partida de la nueva relación con Estados Unidos en una materia caldeada además por el hecho de que el poderío de los cárteles mexicanos fue tema electoral en EEUU.

Cuando eventualmente los gobiernos retomen el diálogo sobre el crimen organizado, en el mismo incidirá la guerra en Sinaloa, y en otros estados, provocada por la detención del “Mayo”, escalada que encierra una paradoja bilateral.

En efecto, si Washington no hubiera apadrinado la caída de Zambada, es probable que en Sinaloa reinara aún la “pax narca” que llevaba varios años. La violencia desatada desde ese arresto constituye, asimismo, una prueba de la incapacidad institucional de México.

Estados Unidos querrá intervenir para que sofocar el polvorín sinaloense signifique la destrucción de las capacidades de grupos criminales que infestan sus calles de fentanilo, provocando 70 mil muertos anuales. México tendrá que resistir halcones intervencionistas.

La presidenta no forjará una cooperación que no respete la soberanía (lo que incluye que EEUU pague consecuencias por el arresto del “Mayo”), menos si se maltrata su narrativa de los cuatro ejes para construir la paz, y menos aún si le hace parecer menos hábil que su predecesor.

Si Estados Unidos no tiene en cuenta lo anterior, descubrirá a la mala que Sheinbaum puede ser más intransigente que el exmandatario. Se ha hablado mucho de que los mexicanos padecerán el cambio en la Casa Blanca, debería hablarse también a la inversa.

México vive un cambio de régimen. De las muchas implicaciones que tiene esa transformación, destaca el empoderamiento de la presidenta. Ella y su mayoría legislativa pueden, ya lo demostraron, hacer cualquier cambio constitucional. Cualquiera.

Para el grupo en el poder llegó la hora de la redefinición de muchas cosas. Y tienen prisa al respecto. Como cualquier otro ente, Estados Unidos ha de entender que el nuevo gobierno desdeña conceptos democráticos que fueron moneda de curso corriente en el pasado.

La República Mexicana es vista hoy por quienes la gobiernan como una democracia ejemplar que ha de dar lecciones al mundo. La presidenta lo dice con respecto a la elección de jueces, por ejemplo, y si lo dice es que lo cree.

La economía, incluyendo el T-MEC, han de ajustarse a esta nueva manera mexicana de entender la democracia. Cualquier intento proteccionista de quien sea que llegue a la presidencia de EEUU en enero será resistido con renovado carácter.

El T-MEC será invocado por México tanto para resistir políticas proteccionistas como para avanzar en batallas morenistas; por ejemplo, la que rechaza “porque sí” las semillas modificadas genéticamente.

Morena jugará en una banda donde sabe que la interdependencia de las economías hace caro para las partes el desanudarse. Pero a diferencia de tiempos de Peña Nieto, e incluso del sexenio anterior, el componente ideológico guiará la forma de proceder de México.

Si a Sheinbaum le hablan de violencia de los cárteles, ella hablará de hipocresía porque no se menciona el millonario negocio de las armas estadounidenses y, por supuesto, de las mafias locales que lucran, sin ser estigmatizadas, con los narcóticos en suelo americano.

Si a Sheinbaum le avientan aranceles, la presidenta recordará su pasado ambientalista y podría repensar autorizaciones como la otorgada a Mexico Pacific, con el que empresarios de Texas quieren inundar Asia con gas enviado desde el mismísimo Mar de Cortés.

Si le intentan arrinconar, la mandataria nacionalista recordará que es cierto, que México no tiene por qué pagar un muro verde olivo, o caqui por aquello de la Guardia Nacional, para detener y retener a quienes buscan cruzar suelo mexicano rumbo al sueño americano.

Si Estados Unidos no quiere que se repitan casos de expropiación —así se llamen de otra forma— como el de Vulcan Materials en Quintana Roo (que se supone que una nueva administración estadounidense presionará para revertir), entonces que el injerencismo se vaya con pies de plomo, porque acá la supermayoría y la presidencia supremacista no tienen complejos.

México puede ser un dolor de cabeza para Washington. Y no solo al revés. Por principio, porque a diferencia del pasado inmediato, hace décadas que no había una presidencia absoluta, que encima se asume con la obligación de ahondar esa supremacía.

Buena suerte a los vecinos con su elección. Que gane el que la mayoría, en su peculiar modelo electoral, decida. El gobierno de acá está listo para sentarse a la mesa, pero no lo hará a la defensiva.

Claudia Sheinbaum tiene lista una batería de argumentos para comparar democracias. Sin hacerse menos, querrá negociar en todo terreno. Sin falsos temores, buscará una era de complementariedad en Norteamérica. Pero no lo hará desde la supeditación.

Vienen tiempos nuevos para una relación que ha visto de todo.



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