Nueva República
Al instalar su Congreso de la Unión, López Obrador vive un gran momento. Se deleita al ver cómo aflige a quienes creyeron que iba a parar
Finales de agosto de 2024. Días de un ritmo político que a algunos provoca vértigo, jornadas en las que parece que suceden muchas cosas. En realidad, lo que ocurre es que se acumulan, antes que novedades, múltiples consecuencias.
El régimen afina el unboxing de su versión 2.0. Lo que asoma solo será sorpresivo para quienes se hayan negado, y se nieguen aún, a ver cómo es Andrés Manuel López Obrador. Sus modos y sus fines. Ambos explícitos antes que velados. Y sí se va a atrever a ir por todo.
Quienes pretenden fundar una nueva República asumen obligado el lograr un rompimiento tan radical como sea posible con el pasado. Nada es más importante. Nada. Y por ende todo costo —desabasto médico o violencia, etcétera— es poco si avanzan en su objetivo.
Por eso es que el tremor del peso o las inversiones, o los sombríos pronósticos de crecimiento económico, no acongojan al oficialismo. Si hace 110 años la tercera transformación costó un millón de vidas, la nueva revolución bien vale un dólar al alza por meses.
En el cálculo del todavía presidente la única lógica imperante es la de la oportunidad histórica, no sus eventuales impactos. Las urnas abrieron la puerta a demoler instituciones, a fundar un gobierno sin contrapesos. El 2 de junio no ha terminado, de hecho apenas inicia.
La conformación de la supermayoría legislativa no es vista por López Obrador como un regalo de la ciudadanía a la presidenta Claudia Sheinbaum. Andrés Manuel asume que el mandato de las urnas, traducido en tasajear la Constitución, es un premio para él.
Ese presente no debe dejarse sin estrenar y extenuar en el mes que le queda de presidencia. Porque el Legislativo es suyo. La mano del tabasqueño movió esas candidaturas tanto como la designación de los liderazgos de las bancadas y los órganos de gobierno parlamentario.
En consecuencia, se llevará por delante todo lo que pueda para erradicar lo edificado desde 1982. En septiembre, mes patrio, la nueva República inicia con la caída del Poder Judicial nacido en 1994, y con el aniquilamiento de reguladores del quehacer gubernamental.
Para AMLO, su Gobierno es bueno porque es popular (como el Ejército), y en lo surgido del pueblo solo cabe la virtud. Las pequeñas corruptelas son nada en el magno cuerpo que expresa la voluntad mayoritaria. Por esa bondad intrínseca rechazan cortapisas o jueces.
La plegaria mañanera, que cimentó el triunfo junto con apoyos sociales que hicieron tangible eso de amor con amor se paga, es el único guion admisible. La voz gubernamental santificada el 2 de junio como versión indisputable de lo que es verdad, y de lo que no lo es.
Así, el Congreso de sello mayoritario guinda que se presenta desafiante, imponente, es en realidad un manso cordero. Tiene pastor, y eventualmente puede que pastora. Mas la supermayoría no existe, es su papá. Lucen avasallantes, son, eminentemente, obedientes.
Y por si hiciera falta decirlo, él disfruta su momento gracias a una oposición, en términos generales, desarticulada, miope, chica (en dimensión política, más aún que en sus números), desprestigiada, rebosante de corrupción y, para más INRI, egoísta y dada a la flojera.
Quien diga que el presidente no descansa en su afán de destruir a México diga a la vez, así sea por pura congruencia, que esa febril actividad se da a la par de las vacaciones en las que viven no pocos de los liderazgos opositores. El malo chambea, los buenos, veranean.
Termina agosto y al instalar su Congreso de la Unión, AMLO vive gran momento. Se deleita al ver cómo aflige a quienes creyeron que iba a parar, a espantarse con el bobo ese del sombrero de las barras y las estrellas, con el dólar escalando, con una IP muy medio rezongona.
No es que estén sucediendo muchas cosas. Es que se están revelando las consecuencias de que actores de otros poderes y organismos, de partidos que debieron depurarse y reconectarse con una sociedad que sí pedía menos abusos y corrupción, de intereses económicos que nunca fueron democráticos, no entendieran que él sí intentaría otra República.
Y en eso siguen unos, muchos: sin comprender que esto que se ve hoy, en realidad surgió hace años. Y que va en serio.
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