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El órdago de Alito sumerge al PRI en su periodo más oscuro

El último cambio de estatutos que ha promovido el dirigente nacional del tricolor levanta las críticas de priistas y expriistas, que alertan de la desaparición del partido

Alejandro Moreno con otros dirigentes del PRI, el 7 de julio en la Asamblea Nacional del partido.
Alejandro Moreno con otros dirigentes del PRI, el 7 de julio en la Asamblea Nacional del partido.Moisés Pablo Nava (CUARTOSCURO)
Pablo Ferri

La muerte acecha al PRI, acosado por mil y una derrotas electorales, tropecientas peleas internas y una desbandada generalizada de militantes. Aprobados este domingo, los cambios en los estatutos del tricolor, que gobernó México con mano de hierro por más de 70 años, permitirán que su dirigente nacional, Alejandro Alito Moreno, gobierne el partido hasta 2032. Eso si hay algo que gobernar para entonces. Los descalabros de la formación en las urnas en los últimos años han rebajado su influencia a su mínima expresión, con escaso poder territorial y parlamentario.

Las críticas arrecian contra Moreno, personaje polémico, enfrentado a todo y a todos, sostenido en los últimos tiempos por sus aliados electorales y por una camarilla de cuadros estatales que se pliegan a sus deseos. Cuadros históricos del PRI —y muchos que ya salieron— han tildado a Alito de sepulturero y de ser lo peor que le ha pasado al partido. Él se defiende atacando, como hizo este domingo, cuando cerró a gritos la asamblea nacional del partido, que se celebró en un local de conciertos de la colonia Nápoles, en Ciudad de México, no muy lejos de la plaza de toros, locación extraña para el tricolor.

Alito compareció como un novillo ante la militancia afecta, dominante en las filas cercanas al presídium. Embistió con dureza contra las voces críticas. Acusó, insultó y gritó. Los vídeos del evento sugieren cantidad de comparaciones, todas limitadas ante la vehemencia del dirigente, que esboza un paisaje típico de estos tiempos, en que todo lo que no sea lo que él diga huele a traición. “Ahí afuera estos que dicen que participaban en el PRI”, vociferaba, “una bola de cínicos, de lacayos, al servicio del Gobierno y sus intereses, que quieren romper la unidad a cambio de inmunidad. Pero les digo, ellos fueron el peor lastre para nuestro partido”, seguía.

Animado por los suyos, el dirigente llegó a sacar el santoral priista al escenario, mencionando a Luis Donaldo Colosio, asesinado durante un acto de campaña en marzo de 1994, en Tijuana. “¡Hay militantes del PRI vinculados al asesinato de nuestro candidato presidencial! ¡Y eso le costó al PRI! ¡No vamos a tapar a nadie!”, berreaba. Junto a él todos aplaudía y gritaban su nombre. Solo unas pocas voces trataban de romper el relato hegemónico del dirigente, con un tímido grito de “¡no reelección!”, en las filas traseras.

Desde el mismo domingo, las reacciones de priistas y expriistas no han dejado de sucederse. Lo mismo este lunes. En entrevista con EL PAÍS, Francisco Labastida, candidato presidencial en 2000, todavía militante, critica con dureza a Moreno. “Él ya se había elegido para un periodo de cinco años”, dice, en referencia a un anterior cambio de estatutos, muy criticado por la militancia. “Ya entonces dije que a mí me recordaba todo eso a la novela de García Márquez, el libro de la crónica de la muerte anunciada. Él iba a ser el sepulturero, lo vi claro”, añade.

Esa modificación anterior de los estatutos, que permitió a Moreno alargar su dirigencia hasta este año, provocó el primer gran éxodo de priistas. Ocurrió hace justo un año. Un grupo de más de 350 militantes, liderados por el exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y la exsecretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, renunciaron en bloque al partido, criticando el golpe de Alito, que había logrado la modificación de manera irregular, sin que lo aprobara la asamblea. Alito no se arrugó y criticó a los desafectos.

La sangría de militantes no ha parado desde entonces. El mismo Labastida, retirado ya de la política a los 81 años, anuncia que esta misma semana presentará su renuncia. “No me salía porque quería tener el derecho de criticar al partido. No me ocupo de la actividad política, me ocupo de trabajar, trabajo de consultor en cuestiones económicas y de energía. Me quedaba para poder criticar, pero ahora que este señor se reeligió, voy a renunciar. Me da pena, pero tampoco tanta, porque no es el partido que yo conocí”, explica.

Otro de los antiguos cuadros que ha renunciado en los últimos meses ha sido Héctor Astudillo, exgobernador de Guerrero. En entrevista con este diario, Astudillo se muestra igual de crítico que Labastida. “Alito es un antivirtuoso en un momento en que el PRI necesita lo contrario”, explica. “No hay antecedentes de tanta inmoralidad y tanta ausencia de vergüenza. Cuando me fui ya advertí que Alito solo pensaba en meter a sus compadres y a sus cómplices”, añade.

Labastida, con una larga trayectoria en política, recuerda la primera vez que vio al dirigente nacional del PRI. “Yo lo conocí siendo secretario de Agricultura, más o menos en 1995. Fue en Campeche, por un viaje de trabajo. Estaba yo y él llega en un coche de lujo, detrás un coche con unos guaruras… Mire, yo nunca he traído seguridad, salvo cuando goberné Sinaloa y en la campaña del 2000. Y cuando lo vi dije, ‘¿quién es este que trae este derroche de riqueza?’. Y me dijeron, ‘bueno, tiene alguna función en el ayuntamiento de Ciudad del Carmen. Y dije, ‘bueno, pero ¿cómo le hace?’. Me dijeron ‘bueno, es que él se encarga de conseguir contratos en Pemex a empresas y de ahí saca comisiones. O sea un coyote”, zanja.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).
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