Claudicar

No ha de claudicar, renunciar o abatirse quien asume veramente la convicción de no engañar y no debe claudicar ni ceder la persona que promete desempeñar (y desempenar) la honestidad e integridad que exige ocupar un puesto público y debe rendirse ni claudicar en el intento la elegida o elegido para desempeñar una tarea colectiva cualquiera que esta sea.

No claudicará quien mantenga la íntegra convicción de ciertos principios más o menos acordados entre unos y otros y no ha de claudicar quien día con día entrega transpiración y voluntad enteras al logro cotidiano de hacer lo que tiene que hacer, no hacer lo que no debe hacer y yacer sobre la conciencia de intentar conocer la diferencia entre tales quehaceres.

No claudica la anciana que se aferra al diario oxígeno a cuentagotas que la orienta en una entrañable confusión donde vuelve a ser la niña peinadita a punto de adentrarse en un inmenso bosque biográfico en busca de flores, y no claudica el fantasma del anciano que vino al mundo para hacerlo reír, peinando canas blancas a partir de la misma finísima raya con la que se peinaba el cráneo para asistir a los bailes y no claudica el niño y su hermana que hoy mismo procuran terminar la tarea al filo del final de clases, del final de año y del verano. No claudica la maestra que se desvive por la sanidad del rebaño del aula, del patio sin peligros y de los acordados límites de los cuadernos cuadriculados y no claudica un raro policía de crucero que va anotando en su libreta de multas la suma de los días en que no ha tenido que ejercer el soborno de semáforo, la mordida de antaño y jugarse la vida sin chaleco ni arma ante el primer grito de auxilio.

Que no claudique la resiliencia generalizada de una infinita mayoría que, allende desastres, cumple sus horarios y sudores y que no claudique el pavimento de las calles, aun con baches y agujeros negros, la transmisión y frenos de los autobuses casi oxidados y el vuelo de las aves. Que no claudique la lluvia en su afán por combatir sequías y desbordar canales y ríos que se vuelven venas y arterias de un inmenso país en potencia… siempre en potencia, como gerundio de la pareja que camina a pocos metros de distancia, abrazados para que sus cabezas parezcan plural de un mismo cuello donde Ella busque una nube y Él aquél libro que parecían memorizar hace años en el instante en que se propusieron no claudicar jamás.

Que no claudique el justo que vela por la vida de los demás y la Justa que ayuda con rondas cronometradas del enfermo, que no claudique quien intente hoy mismo escribir el verso que se vuelve la idea de un pétalo y la mujer que recorre el brazo de un violín con las yemas de sus dedos como gotas de rocío sin partitura y que no claudique la ilusión que le infundamos cada tanto a los héroes del balón y la musa de la esfera. Que no claudique la expectación e incluso, la incertidumbre… los invitados al equipo, los incitados al diálogo, los inclinados al escepticismo, pero sobre todo que no claudique Claudia.

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