Nuevos hallazgos para entender la vida en la civilización maya: “Es un mundo maravilloso y divino”
Los trabajos de excavación en las zonas arqueológicas de Yucatán explican el aprecio de los mayas por la arquitectura y arrojan pistas sobre la cultura, religión y las prácticas de las élites
El arqueólogo José Huchim lleva media vida hurgando en el pasado de los mayas. La gran civilización mesoamericana no deja de sorprenderlo y no esconde su emoción al hablar de los nuevos hallazgos con los que se ha topado en las recientes campañas de excavación en la zona de Uxmal —uno de los más importantes yacimientos arqueológicos del sur de México—, de la que él es el director. Altares, habitaciones reales, estelas, ofrendas milenarias, las zonas de recogimiento para guerreros, cisternas y canales para el abastecimiento del agua: todo un complejo imponente ha salido a luz para entender mejor la forma de vida y la cultura mayas. “Mira estas paredes”, dice Huchim señalando las construcciones en el área conocida como El Palomar. “Nos pueden decir muchísimas cosas. Aquí hubo un avance muy grande en el labrado de la piedra, que lo podemos ver en estos monumentos, un enorme auge de la arquitectura”, asegura.
El Palomar es un complejo que data del año 500 después de Cristo, un conjunto que fue habitado por un gobernante poderoso, su familia y su descendencia. Esta zona está localizada a 80 kilómetros de Mérida, la capital del Estado. La imponente estructura principal, el Cuadrángulo de las Monjas, se conocía gracias a los primeros exploradores que llegaron a Uxmal en el siglo XIX. Este edificio está coronado por techos en forma de crestas, que cuentan con rectángulos que dejan pasar el aire, lo que ha evitado que el edificio colapse con el tiempo. “Los primeros exploradores que llegaron a Uxmal pensaron que esos cuadros que tiene la crestería eran lugares donde anidaban las palomas, por eso le pusieron el palomar”, cuenta Huchim. Ha sido hasta el pasado diciembre, sin embargo, cuando se dieron a conocer nuevas secciones del monumento, en los que pudieron ser los aposentos de uno de sus gobernantes. Eran escombros que atraían la atención de Huchim, quien cuenta que en 2005 allí encontró un collar con un hueso grabado con jeroglíficos que mostraba a un personaje parado sobre la cabeza de una serpiente, además de contener 120 caracoles y conchas. “Fue un hallazgo muy interesante. Un epigrafista fue el que interpretó que se trataba de un gobernante de Uxmal que gobernó aquí en 810 después de Cristo”, explica el arqueólogo. Ese hallazgo y su olfato lo llevaron a pedir ayudas para iniciar excavaciones.
Huchim mira con admiración la hilera de habitantes que se presenta espléndida, de un color rosado sedoso, muy limpias, orgullosas de lucirse tras siglos de olvido. Es una mañana sofocante y la humedad aplasta, pero el arqueológo se mueve orgulloso entre estos nuevos sitios, cuya exploración ha sido permitida gracias a los fondos aportados por el Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas (Promeza) impulsado por el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador para salvar amplias regiones llenas de historia y que se ven afectadas por la construcción del Tren Maya. En el lugar también ha sido descubierto un altar, el nicho donde se enterraban a personajes notables, lo que ha permitido a los expertos entender mejor la relación de los mayas con la muerte. “Para el maya la muerte era una cuestión natural, pero entendían que los muertos también podían convivir con nosotros, que esos muertos nos ayudan y nos cuidan. Es muy interesante toda esta cuestión que tiene que ver con la muerte y sus rituales. Es impresionante”, explica Huchim.
Los aposentos, hasta este momento, han arrojado más preguntas que respuestas. “El cartucho no nos dice mucho”, dice entre risas el arqueólogo, “pero parece ser que hubo un evento trágico, porque no encontramos los restos del gobernante, solo encontramos su ajuar. En el interior de los cuartos encontramos fragmentos de osamentas, que nos indican que estas personas murieron durante hechos violentos”. Son restos de tres o cuatro personas, pero no hay ni señal del cuerpo del líder. ¿Hubo un golpe de Estado? ¿Traición de los más allegados? ¿Los enemigos desaparecieron el cuerpo del monarca? Huchim lanza una carcajada. “Es una idea interesante para escribir una novela”, dice. “El dato arqueológico no nos da para mucho. Lo interesante de todo este espacio es que nos ayuda a entender esa etapa de la antigüedad gracias a las cerámicas y utensilios que vamos encontrando”, agrega.
Una de esas piezas es la llamada Estela dual o Estela 18, labrada en las dos caras. Muestra a dos deidades, la diosa y el dios de la abundancia. La cara femenina está representada con el pecho descubierto y ataviada con perlas y brazaletes, mientras que la otra cara es un hombre con tocados de plumas. Aquí también encontraron una ofrenda cerámica compuesta por un cajete trípode y cuatro vasijas que, según los expertos, pudieron ser colocadas en invocación a estas deidades, y piezas de vajillas hermosamente decoradas. “Es poco común encontrar este tipo de utensilios y es impresionante verlo en esta región”, dice Patricia Valencia, ceramista del proyecto arqueológico. Estas joyas demuestran los lujos del linaje que gobernaba la zona. “Se daban muy buenos banquetes”, dice riendo la experta. Pavo y carne de venado estaban entre las delicias que consumían.
Las obras del Tren Maya han generado una ola de críticas de ambientalistas e historiadores que lamentan que se arruinen parcelas que pueden contener un enorme patrimonio, pero para los arqueólogos como Huchim se ha tratado de una oportunidad de oro para obtener fondos que financien nuevas exploraciones. En El Palomar, dice, queda aún mucho por excavar, secretos bien guardados entre la maleza y la selva para entender cómo fue aquella cultura milenaria. Hasta ahora los expertos del Instituto Nacional de Historia y Antropología han realizado tareas de investigación y conservación en 29 urbes prehispánicas en el sureste de México. En la imponente Chichén Itzá, localizada a dos horas en coche desde Mérida, se ha presentado el conjunto llamado Serie Inicial, que reúne 25 estructuras distribuidas en dos plazas. Alberga, según los antropólogos, las evidencias arquitectónicas más antiguas de esta urbe maya.
José Osorio es el director de Chichén Itzá y junto con su equipo halló a finales del año pasado una serie de estructuras habitacionales que no tenían documentadas. “Donde te metas hay áreas que guardan una historia”, afirma mientras recorre los pasillos de la Serie Inicial, el complejo de la gran ciudad maya donde se han hecho los más recientes trabajos de excavación. “Este es el primer grupo que se ha excavado en todo Chichén Itzá que pertenece a una clase dominante, un grupo de élite, con palacios y áreas rituales”, explica Osorio.
La selva hirsuta se había tragado este complejo impresionante y los arqueólogos han podido poco a poco desenterrar su historia a fuerza de machetes, palas y máquinas para presentarlo al público. Es una zona de 14,605 metros cuadrados de construcción que incluye áreas residenciales, edificaciones para funciones administrativas y religiosas, plazas y zonas para el deleite de las élites. El arqueólogo pasea por los edificios de este lugar, toca las paredes y fija su vista en los detalles de los edificios que generan muchas preguntas sobre cómo vivían sus gentes en tiempos de los mayas. Se sabe gracias a estas construcciones que eran buenos arquitectos e ingenieros y que cuidaban con esmero los diseños. Es el caso de una estructura construida en una de sus plazas, que tiene forma de tortuga y es considerada una construcción única en toda la región. Tiene las patas talladas con brazaletes y la parte central estaba dedicada a los rituales. “Hay un mito muy antiguo sobre el nacimiento del dios del maíz, que se da al romperse el carapacho de la tortuga del que emerge el dios. Pensamos que esta estructura era la escenografía donde el gobernante recreaba este nacimiento, porque los gobernantes decían ser los descendientes del que era el dios más importante”, explica Osorio.
A un costado de la tortuga está la pirámide principal, el templo de la Serie Inicial, escoltado por los llamados Chac Mool, esculturas reclinadas que eran usadas en Mesoamérica en ceremonias de sacrificio y ofrenda. “Dentro de la iconografía clásica de la representación del nacimiento del dios del maíz hay dos dioses que ayudan a su surgimiento y creemos que estas dos esculturas son las recreaciones de esos dioses”, dice Osorio. Aquí se encontró una tumba con cinco personajes quemados, que pueden ser los retos del gobernante, incinerados junto con los de su acompañantes, en espera de renacer como un dios.
El Palacio de los Falos es la construcción más hermosa, considerado uno de los primeros de todo Chichén Itzá, un complejo formado de varias estructuras de acabados preciosos, como la Casa de los Falos, la Casa de los Caracoles, la Casa de las Columnas Atlantes y la Casa de los Escudos, dedicada a la clase guerrera. Son habitaciones distribuidas en torno a patios interiores, donde transcurría la vida de esta corte. “El palacio tuvo muchos agregados conforme fue creciendo. No tenemos certeza de cómo funcionaba, pero creemos que algunas áreas eran de recreaciones para recibir a invitados especiales”, comenta el experto. “Las decoraciones de las fachadas narran los diferentes rituales de los dioses”, dice Osorio. Uno de ellos era el ritual del sangrado de pene, relacionado con la fertilidad. Una imagen muestra como unos hombres cortan el tronco de un pene con agujas y la sangre es recolectada en vasijas. “Estos personajes son dioses que corresponden a puntos cardinales del universo”, explica el arqueólogo. El trabajo ha sido arduo, pero Osorio y su equipo se sienten satisfechos. Han centrado sus últimos esfuerzos en la Casa de los Caracoles, un “ejemplo muy especial” de la arquitectura de Chichén Itzá, cinco bóvedas grandes donde se realizaban las reuniones importantes, todas sostenidas por majestuosas columnas.
Esta construcción es preciosa. En su muro frontal está tallada una escena que explica el origen del gobernante que imponía su poder en el complejo. Es la recreación de su árbol genealógico, con un personaje central sentado con las piernas cruzadas y el falo que cae con dos enredaderas que se extienden a lo largo de la fachada, en unos 20 metros de largo. Arriba y abajo hay líneas de caracoles que se mueven en sentido circular, acompañados por guacamayas enjoyadas que chupan el néctar de las flores. “Es un mundo maravilloso, especial, divino”, acota Osorio. El arqueólogo se muestra extasiado por estas estructuras, pero no esconde su ansiedad ante todo lo que aún esconde la selva maya. Dice que con las investigaciones realizadas hasta la fecha han podido determinar 30 kilómetros cuadrados de ocupación en el área de Chichén Itzá, considerada patrimonio de la humanidad por la Unesco. “Pero aún falta mucho por descubrir”, acota mientras se adentro en el pedazo de selva que rodea el complejo, con la vista clavada en los escombros, como queriendo desenterrar con sus propias manos sus secretos.
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