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Isaac Hernández, bailarín profesional: “Lo que me ha frustrado de esta Administración son los cambios repentinos, sin una política cultural coherente”

Considerado el mejor bailarín del mundo, el artista mexicano, que promociona una nueva edición de su gala ‘Despertares’, aboga por ampliar las ayudas públicas para impulsar nuevos talentos y critica los recortes a la Cultura

Isaac Hernández en Ciudad de México.
Isaac Hernández en Ciudad de México.Gladys Serrano
Carlos S. Maldonado

El bailarín Isaac Hernández (Guadalajara, 34 años) se aferra a un vaso de café para mantenerse activo a media mañana. Ha cumplido desde primera hora sus compromisos de prensa en la promoción de una nueva edición de su gala Despertares, que reunirá el 23 de agosto próximo en el Auditorio Nacional a un elenco internacional de primer nivel. El artista del Ballet de San Francisco ha llegado a México por unos días con una agenda que apenas le deja tiempo para dormir unas horas, y el brebaje es un respiro entre entrevistas y reuniones. Ha sufrido el tráfico endemoniado de este monstruo de concreto que devora horas de vida en el coche y se toma un momento para refrescarse antes de hablar con este periódico en una habitación del hotel Camino Real, localizado en el vanidoso barrio de Polanco de la capital mexicana, junto a la alberca que milagrosamente está libre de huéspedes. Hernández es una máquina que trabaja sin parar. Ha sido reconocido con el máximo galardón de su profesión, el Benois de la Danse, y utiliza la fama que lo ha situado en la cima mundial de la danza para promover esta disciplina en México. Habla con pasión del ballet, de cómo este le cambió la vida (”me sacó del patio de mi casa y me dio un propósito y una oportunidad”, dice) y cómo intenta devolver la ayuda que recibió al fomentar nuevos talentos en México. Critica los recortes que el Gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho a la Cultura y aboga porque haya más ayuda pública y un modelo que facilite incentivos fiscales para que la iniciativa privada financie más el arte. Hernández bosteza por el cansancio, pero conversa de forma amena, a veces riéndose, en una charla generosa que dura más de la media hora programada.

Pregunta. ¿Agotado?

Respuesta. Poquito. Hoy me costó trabajo levantarme.

P. ¿Su viaje a México le deja alguna posibilidad de relajarse?

R. No puedo descansar, siempre vengo con una agenda llenísima. Llevo 12 o 13 años trabajando muy a menudo aquí en Ciudad de México y me gusta muchísimo, porque me emociona pensar que hemos logrado consolidar un proyecto [Despertares] en el escenario más importante de Latinoamérica, en una de las mejores ciudades del mundo en el ámbito cultural.

P. Sin tiempo para disfrutarla.

R. Entiendo que conlleva muchísimo trabajo y estos días son maratónicos, pero lo disfruto. Yo funciono mejor así cuando estoy trabajando.

P. ¿Con presión?

R. Sí, pero también creo que hay tiempo para todo y espero en algún futuro poder encontrar tiempo para ver a mis amigos aquí en la ciudad.

P. Cero amigos y familia.

R. Ayer [por el martes] cené con una amiga, con quien hice una película, pero cenamos a las 10:30 de la noche, porque a esa hora fue cuando pude llegar al restaurante. Tengo a mis amigos siempre esperando un mensaje repentino que les diga que tengo tres horas para podernos ver; pero al mismo tiempo me gusta tener este tipo de agenda.

P. ¿Le afecta emocionalmente?

R. En realidad no. Para mí emocionalmente lo más difícil es dejar a mi hijo en San Francisco y y no estar con él cada minuto, porque estoy muy enganchado con esto. Eso a veces me da un poco de remordimiento.

P. ¿Hay reclamos de su hijo?

R. No. Mateo tiene tres años y hablé con él por videollamada y entiende perfectamente que vengo a trabajar, pero sí me preguntó cuándo regresaré. Estoy tratando de encontrar un buen balance en mi vida, porque no quiero que la decisión de convertirme en padre me haga sentir que no puedo cumplir también con mis metas personales y profesionales.

P. ¿Qué ha representado para usted ser padre?

R. Es algo bien especial y complejo, porque está lleno de sorpresas. Ahora que Mateo articula más y está desarrollando su personalidad reconozco muchas habilidades sociales mías. Es emocionante verlo crecer. Le encanta el ballet, le encanta la música y eso me hace sentir orgulloso. Yo soñaba al principio con que fuera economista, de hecho su segundo nombre es Maynard, como John Maynard Keynes, el economista, pero ya me quedó claro que no.

P. ¿Va a ser bailarín?

R. Va a ser bailarín, va a ser músico, va a ser actor. Digo que este muchacho no tiene escape. [Risas]

P. ¿Le gustaría que su hijo se convirtiera en artista?

R. A mí me encantaría, pero lo que más me gustaría es que fuera feliz. Lo que me preocupa de ser padre es sentir que le he dado las oportunidades para que desarrolle sus intereses. Lo que estoy tratando de hacer es que él vaya viendo lo que le apasiona. Sí me gustaría que si va a ser bailarín de ballet, lo quiera de verdad. No lo voy a meter a clases de ballet hasta que sea una iniciativa propia.

P. ¿Usted es feliz con el ballet?

R. La verdad es que ha sido una vida extraordinaria, porque he vivido rodeado de belleza todo el tiempo. Obviamente es un trabajo físico muy cansado, una disciplina muy rigurosa, hay que ser muy exigente con uno mismo. Te obligas a enfrentar tus limitaciones físicas todo el tiempo y eso puede ser muy desgastante, pero mientras más maduro soy y más vivo, me doy cuenta del privilegio de llegar todos los días a un salón de ballet con un grupo de personas que no tienen otro propósito más que hacer las cosas lo mejor posible.

P. ¿En qué piensa cuando está en el escenario?

R. La preparación puede ser difícil y hay mucho trabajo mental, pero una vez que estás en el escenario es algo bien bonito y más ahora, porque tengo madurez artística y también personal para vivir el momento, para estar muy presente. Entiendo lo que conlleva construir un momento así, preparar mi cuerpo, aprenderme toda la coreografía, dominar una pieza para poder estar en ese momento libre de toda inseguridad, de todo ese ruido que puede ocurrir a la hora de interpretar algo.

P. ¿Le da miedo? ¿Se pone nervioso?

R. Me daba miedo cuando no estaba preparado. Ahora hasta me emociona. El ballet que estoy bailando en San Francisco tuve cinco días para aprendérmelo, pero al tercer día ya estaba en el escenario con todos mis compañeros interpretándolo. En el pasado esa experiencia era aterradora, que se abra el telón y no te sepas la música.

P. ¿Qué es el ballet para usted?

R. El ballet ha pasado por muchos significados en mi vida, porque primero fue una manera de mejorar mi realidad, de salir adelante. Al principio no lo entendía como arte, porque cuando eres niño no tienes el entendimiento de la sensibilidad, de los ritmos, de la conexión con la música, de la conexión emocional con el cuerpo para incentivar cada uno de los movimientos. Cuando comienzas a descubrir que esa herramienta la puedes utilizar para expresar emociones, para vivir momentos que no se pueden vivir de cualquier otra manera, se convierte en un arte y en algo también adictivo.

P. Es perfeccionista.

R. Sí, pero me doy permiso de no serlo en ciertas cosas. Hubo un punto en que me estaba asfixiando.

P. ¿Por qué?

R. Porque era muy riguroso, muy exigente, y ahora trato de balancear un poquito más. En el trabajo y en el ballet soy increíblemente perfeccionista, pero con mis amistades me doy más permiso de experimentar y de no ser excelente en todo.

P. Ha sido reconocido como el mejor bailarín del mundo. ¿Cómo lleva la fama?

R. Me ha dado una grandísima plataforma para poder generar un cambio importante en mi país. Eso era inimaginable cuando yo empezaba a bailar ballet, era una intención constante lograrlo, pero no sabía cómo cambiar la percepción de un país sobre el ballet clásico.

P. ¿Cree que ahora se aprecia más el ballet en México?

R. Definitivamente es un discurso completamente diferente. Me acuerdo que a los 8 años fui a ver al gobernador de Jalisco para pedirle apoyo para ir a una competencia de ballet y nadie sabía nada sobre el ballet clásico. Muchos pensaban que iba a las Olimpiadas, otra gente me decía ‘okay, pero qué vas a hacer cuando crezcas’; en verdad no había un entendimiento básico de la profesionalización de un bailarín clásico. Me decían que me ponía mallas de niña, que los niños no bailan, que el ballet es un hobby para niños ricos, todos estos prejuicios que tenemos bien arraigados. Veo el ballet como una gran herramienta para cambiar la vida, porque yo lo he vivido, porque a mí me sacó del patio de mi casa y me dio un propósito y una oportunidad. Estoy tratando de que se le dé un lugar a una herramienta tan importante y tan fuerte para el desarrollo de una sociedad.

P. ¿Hay ayudas públicas suficientes para que se desarrollen nuevos talentos dentro del ballet en México?

R. He tenido la fortuna de vivir diferentes modelos: estuve siete años en Inglaterra, donde todo el presupuesto cultural se distribuye a través del Consejo de las Artes, que es un cuerpo autónomo completamente independiente de influencia política. He estado también en Holanda, donde hay en su mayoría subsidio público, como en Alemania o en Francia. En Estados Unidos hay grandes incentivos fiscales para que la iniciativa privada se pueda involucrar en este tipo de cosas. Con eso en mente, cuando veo la realidad de México nunca he pensado que la solución sea un modelo de gobierno completamente intervencionista y paternalista, sino que funja como facilitador para que las personas que están interesadas en producir proyectos culturales tengan los incentivos y las herramientas adecuadas.

P. ¿Hay posibilidades de crecimiento en el país para quienes se dedican al ballet?

R. Hay situaciones de precariedad absoluta en el sector cultural. Muchas veces me siento a pensar qué es lo que se siente ser un joven de 14 o 15 años hoy en día, cuando estás sintiendo que el tiempo se te está pasando y que no encuentras ni la mínima ayuda para poder encaminarte o profesionalizarte, donde no hay acceso a mercados internacionales, para poder tener oportunidades de colaboración de calidad. Hay un montón de limitantes que a mí me gustaría que se consideraran.

P. Estamos en un momento muy intenso de campaña electoral en México de cara a las elecciones de junio, ¿cree que los apoyos a la cultura deben ser un tema primordial para los aspirantes a la Presidencia?

R. Es una herramienta de movilidad social y creo que un país como México, con realidades tan diversas, se beneficia de este tipo de herramientas de una manera extraordinaria. El ignorarlas o el no considerarlas como una prioridad me parece un gran error. Inglaterra es lo que es hoy en día por sus industrias creativas, por la televisión, por el cine, por la cultura, que genera millones de libras al año para la economía. Cada libra esterlina que el Gobierno da para un proyecto cultural recibe de manera indirecta cinco libras más.

P. ¿Cómo evalúa este Gobierno en el tema de la Cultura?

R. He estado en contacto a lo largo del sexenio con la Secretaría de Cultura, con varias personas del ámbito cultural y lo que me ha desilusionado es la falta de seriedad para aterrizar los proyectos. Han hecho a un lado muchos sectores del área cultural, que se han puesto en riesgo. Yo fui becario del FONCA y sin esa beca no me queda la menor duda de que no hubiera tenido carrera y México nunca hubiera tenido esa representación en el mundo del ballet. Soy partidario de que los cambios se hagan de forma paulatina y que no desaparezcan de repente las ayudas. Eso es lo que a mí me ha frustrado más de esta administración: los cambios repentinos sin tener un plan, una política cultural que sea coherente y no caprichosa. Siempre que hay un proyecto en México es con la secretaria de Cultura con quien me siento primero.

P. ¿Y le escucha?

R. Me escucha, porque tenemos buena relación. Pero tengo un ejemplo que causó algo de conflicto recientemente, porque logré traer al Royal Ballet de Londres a que hiciera audiciones gratuitas a México y me senté con la secretaria a decirle que estaba todo hecho y lo que era necesario para lograrlo, era un apoyo simbólico, porque lo más difícil estaba hecho. Ella se comprometió, intercambiamos los siguientes pasos y después nunca hubo continuidad al proyecto. Me ha pasado eso ya muchas veces.

P. ¿Burocracia o dejadez?

R. Es una combinación de cosas. No sé cómo esté organizada la administración internamente, pero sí me parece que muchas cosas se pierden en la burocracia. Yo lo he hablado muy claro y me parece que una parte importante para mejorar en el sector cultural es quitar mucha de la burocracia para que se pueda hacer más ágil el proceso, que los accesos a los apoyos y a los recursos sean más transparentes. Curiosamente no se ha hablado de excelencia artística en mucho tiempo, ni de lo que conlleva crear artistas excelentes, porque un artista no se hace en seis años ni con una beca simbólica. Se necesita tiempo, se necesita una estructura real de seguridad y de oportunidades.

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Sobre la firma

Carlos S. Maldonado
Redactor de la edición América del diario EL PAÍS. Durante once años se encargó de la cobertura de Nicaragua, desde Managua. Ahora, en la redacción de Ciudad de México, cubre la actualidad de Centroamérica y temas de educación y medio ambiente.
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