Haiga sido como haiga sido: qué risa
Los expresidentes Calderón y Zedillo, con pocos avances en sus sexenios, dan ahora lecciones desde la barrera
Haiga sido como haiga sido, esta semana que pasó tampoco pudimos zafarnos de las opiniones de Felipe Calderón, allende los mares. Ni de las de Ernesto Zedillo, otro ilustre expresidente mexicano. Fue el español Felipe González quien dijo aquello de que los expresidentes son como los jarrones chinos, hermosos, pero nadie sabe dónde ponerlos. Cualquier rincón sería bueno, el problema es que los dichosos jarrones hablan. Si los colocas en la recámara no te dejan dormir, si en la cocina, te amargan el guiso, en la sala no permiten escuchar la televisión. Bla, bla, bla, bla, bla. ¿Cuándo se calla un jarrón, en qué excepcional circunstancia podemos contar con su silencio?
El panista y el priista alertaron en sendas charlas internacionales del peligro para la democracia que corre México en estos días en que ellos ya no gobiernan. Se referían a los ataques que el actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador, a punto de convertirse también en jarrón, dedica al Poder Judicial, y a los recientemente eliminados fideicomisos millonarios, que ahora se destinarán a paliar el desastre del huracán Otis sobre Acapulco. “Golpe directo a la democracia”, clamó Zedillo. “México está en peligro y es una democracia a punto de caer”, tronó Calderón. ¿Qué pensarán de España, donde el Consejo General del Poder Judicial está completamente bloqueado sin posibilidad de renovación de cargos tras el veto impuesto por el Partido Popular? Quizá la democracia española está a punto de caer y no nos habíamos dado cuenta. Si es así, Calderón debe hacer las maletas cuanto antes y volver a México. Las dictaduras son penosas.
Los choques entre poderes son de gravedad, sin duda, pero de un expresidente se espera un análisis más fino y, sobre todo, más desapasionado, habida cuenta de que ellos también sufrieron los sinsabores de la gobernanza, cuando los ataques son agrios. Y porque más vale no escupir hacia arriba por lo que pueda llover. Los sexenios que precedieron a este de López Obrador no son para echar cohetes verbeneros. La justicia ha sido un lodazal sin fin en México, todavía están las cárceles llenas de gente que no ha tenido un juicio y cuya inocencia se presume cierta en ocasiones. Y de la inseguridad de la que ahora se queja Calderón, ni hablemos. Bastaría pronunciar un solo nombre, Genaro García Luna, para que el expresidente enmudeciera para siempre. Y qué decir de la corrupción, ese inmenso cenagal heredado sexenio tras sexenio que ha dejado al país exhausto. De Enrique Peña Nieto, con un buen puñado de cargos de su Administración procesados por malversación, sobornos, tortura, crimen y otros enjuagues, se puede decir una cosa buena: que está calladito. Pero vean, sin embargo, a Vicente Fox, dale que dale con el dedito en Twitter, sonrojando más a los propios que a los ajenos.
Zedillo es el papá del Fobaproa, el rescate billonario a la banca privada con dinero público, una gran hazaña, que luego remató diciéndole a una artesana indígena que se le acercó con su mercancía: “No traigo cash”. Grandes frases para la historia. En su mandato se elevó el IVA del 10% al 15% sin que se lograra con ello recaudar más impuestos para beneficio de la ciudadanía. Y eso no fue lo peor. ¿En qué mejoró México en su sexenio? Habrá que esperar la verborrea de otro jarrón chino para que aporte algunas pistas. Profesor en Estados Unidos, el expresidente Zedillo da lecciones desde la barrera, el lugar donde más cómodos están los expresidentes. Ocurre que quizá desde fuera se ven las cosas con mayor dramatismo.
México tiene muchos problemas y graves. Pero quizá no es este el mejor momento para hablar de riesgo democrático, por lo menos, no más que en sexenios anteriores, donde las instituciones no gozaban de mayor prestigio ni las elecciones, buen termómetro de la salud democrática, eran más limpias. “Haiga sido como haiga sido” no es una salida honrosa, ni siquiera para un jarrón hablador.
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