Acapulco, la tragedia
La bahía es un montón de escombros y silencio. Edificios desollados por el viento. La viva imagen de un apocalipsis que no se merecen los acapulqueños de ocasión, y menos los legítimos, que ya resistían de tiempos atrás vendavales de violencia, corrupción y terribles gobernantes
El sexenio de López Obrador no pudo escapar al sino de la tragedia que marca a toda presidencia mexicana. Acapulco, la arteria que refresca el cuerpo de los chilangos, ha quedado devastada este miércoles de madrugada por Otis, un huracán 5. La sensación al ver las imágenes sobrecoge porque no se necesita haber corrido en esas playas de niño o tener una foto de luna de miel ahí para sentir en la boca del estómago el puñetazo de viento que ha propinado Otis al puerto más famoso de México.
La bahía es un montón de escombros y silencio. Edificios desollados por el viento. La viva imagen de un apocalipsis que no se merecen los acapulqueños de ocasión, y menos los legítimos, que ya resistían de tiempos atrás vendavales de violencia, corrupción y terribles gobernantes.
Duele ver a Acapulco y escuece la duda. Por qué tenía que tocarles a ellos este castigo bíblico justo ahora, a final del sexenio que todo improvisa, que todo lo ajeno desdeña. Más allá de la física del golpe de agua y viento que ha lanzado colchones al vacío y autos a los lobbys de los hoteles, Acapulco resentirá la inventerada y totalmente predecible respuesta de un Gobierno sin motivos para merecer siquiera ese nombre a la hora de ejecutar algo que no sea acumular poder.
En la primera noche después de la tormenta, mientras se contenía la respiración a la espera del milagro de que no hubiera muertos ——a la mañana siguiente se confirmaron al menos 27 fallecidos y cuatro desaparecidos—, ya había víctimas: más de un millón de personas padecerán la negligencia de la administración incapaz de entender que esto tampoco se trata de su conspiracionismo.
AMLO no tiene capacidad para lidiar con esto. Porque carece del equipo necesario en su gabinete, porque no aceptará el giro del destino que reclama atención urgente, y dinero ingente por años, al puerto; porque primero se deja de llamar Andrés a claudicar en su agenda monotemática del yo en plural para por una vez cambiarlo por el ellos.
En el ánimo presidencial Acapulco no vale la misa de olvidar la agenda contra el Poder Judicial y menos reconfigurar el Gobierno en gabinete de emergencia que ejecute las labores de rescate, la construcción de albergues, la dotación de víveres y el recuento de los daños. Eso como primer paso.
En segundo, pero en realidad como acto paralelo, formar un equipo de alta capacidad y gran margen de maniobra para diseñar el socorro de mediano plazo y las tareas de reconstrucción para sacar muy pronto de la condición de damnificados al orgullo de los guerrerenses y de todo el país.
En vez de eso querrán montar la engañifa de la solidaridad. Que los mexicanos salven a los mexicanos, que le pongan musiquita a las escenas conmovedoras del pueblo mexicano al rescate de sus hermanos en desgracia, que la telenovela vuelva a ocurrir y distraiga la atención de lo que realmente habría de ocurrir: un golpe de timón para cambiar prioridades del Ejecutivo.
No va a ocurrir porque la resignación es concepto inexistente en la jerga de Palacio Nacional. ¿Cómo renunciar a forzar a todos los gobernadores a bajar la cifra de desaparecidos para invertir esa energía nacional en Acapulco? ¿De cuándo a acá tendremos que negociar con la oposición u otros sectores para que entre todos se emprenda la descomunal tarea de levantar los destrozos?
El calendario y la agenda del gobierno es inamovible. Primero el poder, y ya muy luego la gente. Acapulco será tratado con la displicencia con que ayer se diseñó la visita de AMLO a la zona de desastre. Querían una foto de zapatos enlodados así costara la vergüenza de ver al Ejército Mexicano, en mayúsculas, como un cuerpo incapaz de trasladar con eficacia al supremo comandante.
El presidente que cada quince días sobrevuela con la fascinación de un cartógrafo las vías de su tren en el sur, no quiso ver desde el cielo la dimensión del infierno. Tampoco quiso agotar en un cuarto de mando, con un equipo estratégico, horas para analizar reportes y diseñar escenarios.
Si eso fue el día uno de la tragedia, ya pueden calcular la indolencia al mes cumplido. Vamos bien en la atención de los damnificados y de la reconstrucción, ahora déjenme contarles por qué desde la Nao de China es importante Acapulco y luego pasamos a la sección de las mentiras.
López Obrador hizo ayer un De la Madrid perdido en la inmensidad del terremoto de 1985, un Salinas derrotado por Chiapas y el asesinato de Colosio, un Calderón culpando de su asesinato a los niños de Salvarcar e incapaz frente a los 72 ajusticiados en San Fernando, un Zedillo devaluándose al devaluar, un Y yo por qué de Fox y un Peña Nieto que quiso que el gobernador de Guerrero se ocupara de Ayotzinapa no estén molestando.
La tragedia sexenal no será Otis en su vertiginosa conversión en un meteoro del nivel máximo. Eso fue solo el principio. La calamidad de Acapulco, garantizada porque a esta administración solo le interesa ganar comicios y borrar voces discordantes, comienza este jueves, el día después del huracán.
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