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Columna
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El mundo de Metinides hoy

La mujer no tiene más dinero para el transporte y camina 12 kilómetros. Metinides la acompaña, toma varias fotos en blanco y negro de la mujer de espaldas, cargando el pequeño ataúd blanco

Una mujer sale de la morgue con el ataúd de su hija de dos años, en marzo de 1966.
Una mujer sale de la morgue con el ataúd de su hija de dos años, en marzo de 1966.ENRIQUE METINIDES
Brenda Lozano

Todos los días nos relacionamos con la violencia. De manera directa o de manera indirecta todos los días nos relacionamos con la violencia. En el lenguaje, en las expresiones que usamos, en las “groserías”, en lo que miramos, en las imágenes que consumimos, en las imágenes que vemos en los medios o en redes sociales, nuestra realidad está trenzada con la violencia, lo mismo que la ficción. No por nada son tan populares las series, las películas, los libros relacionadas al narco, lo mismo que circulan los periódicos de nota roja. Es decir, tanto la realidad como la ficción están relacionadas con la violencia y estamos acostumbrados, la hemos normalizado, pero pocas veces nos detenemos a pensar la violencia.

Cómo la contamos, por ejemplo, ¿desde qué ángulo? ¿Tomamos en consideración a la víctima o a las ventas y vistas que pueda tener? El caso del fotógrafo mexicano Enrique Metinides (1934-2022) es emblemático en este sentido, pues fue un punto de vista empático y fue uno siempre en el borde entre la realidad y la ficción. A un año de su muerte se inaugura una exposición retrospectiva en el Complejo Cultural Los Pinos, a la que seguramente seguirán otras, pues su obra tiene mucho aún que decir al presente.

Por acá, algunas de las imágenes de Metinides tomadas hace tanto tiempo que son actuales. A los feminicidios antes se les nombraba crímenes pasionales, hoy hay un promedio de 11 feminicidios diarios y Enrique Metinides fotografió varios casos de “crímenes pasionales” desde 1950, pero en uno, el 20 de noviembre de 1964, escogió retratar en blanco y negro otro ángulo: cuatro hermanos menores de edad, los grandes abrazando y conteniendo a los chicos, los cuatro abrazados en un nudo de brazos, manos, espanto, shock y dolor de ver a su madre muerta, asesinada por su padre. Metinides eligió no el cadáver, sino la tristeza de los hijos y el horror del asesinato en sus gestos.

Otra imagen que podría ser actual, el accidente en el metro en los 70. Es 1975 en la Ciudad de México en technicolor, es la hora pico en el tráfico, son las 8:00 am, el metro está rebasado de gente, y los vagones de la estación Viaducto están esperando que los pasajeros bajen y suban cuando otro vagón llega a toda velocidad y se impacta causando, al instante, la muerte de 30 personas y dejando gravemente a más de 150 heridos. Pero la imagen de Enrique Metinides muestra a los socorristas en los vagones.

O esta, en un país de muertes relacionadas a la pobreza, en 1966 una mujer de bajos recursos pierde a su hija. En la funeraria, al darse cuenta de que no tiene dinero suficiente para comprar un pequeño ataúd, rompe en llanto. Se va juntando alrededor de la mujer un grupo de gente, hacen una coperacha para ayudarla. La mujer no tiene más dinero para el transporte y camina 12 kilómetros. Metinides la acompaña, toma varias fotos en blanco y negro de la mujer de espaldas, cargando el pequeño ataúd blanco.

La narrativa de la violencia cambió con el neoliberalismo. El narcotráfico tiene hoy un léxico de violencia extremo, sin embargo, en el porqué siguen ocurriendo ciertos crímenes, como los feminicidios, los accidentes en el transporte público, las muertes relacionadas con las condiciones de pobreza, vemos que hay algunas cuestiones que se repiten en lo social y lo político, y por lo tanto, mirar el archivo Metinides es mirar también el presente de la violencia.

Su trabajo destaca por no haber estado al servicio de esos relatos oficiales del priísmo, sino de algo que todavía hoy tiene mucho que decir al periodismo y a la ficción sobre esa otra forma de mirar las cosas. En sus imágenes varias cosas suman: la curiosidad que nos despiertan las historias detrás de las tragedias, la posibilidad de componer dignamente, hermosamente esas imágenes terribles de las tragedias, la empatía enmarcando cualquier escena, esa delgada línea entre lo cinematográfico –la ficción– y la violenta realidad –las nota del día–, las fotografías que documentan momentos históricos, usualmente borrando al fotógrafo, pero, en este caso, estableciendo una nueva manera de mirar la violencia.

Jaralambos Enrique Metinides Tsironides nació en la Ciudad de México en 1934. Sus padres eran griegos, llegaron a México a celebrar su luna de miel cuando estalló la Guerra. Hicieron casa en el centro de la Ciudad de México, pero hablaban griego en el desayuno. Su padre trabajaba en un local en la planta baja del Hotel Regis en el centro, mismo que en 1985, Metinides fotografió derrumbado. En ese mismo local, su padre vendía cámaras y se le ocurrió regalarle a su hijo de 9 años, una cámara Brownie Junior que podía sacar hasta 8 fotos en blanco y negro. A esa edad, al niño Metinides le gustaba ver películas de gangsters y de cine noir en los cines del centro. Comenzó a llevar su cámara a las películas para fotografiar los crímenes, las explosiones, las persecuciones policiacas. Pero, cuenta más tarde, con resultados algo desastrosos a la hora de revelar.

Un periodista mira al niño fotógrafo y le propone que lo acompañe a cubrir una nota. A los 13 años, Enrique Metinides ya tenía varias fotografías publicadas en la primera plana de La Prensa, periódico en el que laboró más de cincuenta años. Le gustaba bromear que tenía más vidas que un gato, en varias ocasiones, por elegir los encuadres de sus fotografías. Por esa forma de ser empática que tenía, en más de una ocasión terminó ayudando a las familias de las víctimas que retrataba o a las víctimas así fuera un animal, como en el caso de una leona que escapó de un circo y luego de fotografiarla para la primera plana del periódico, se las arregló para llevarla al zoológico. Desde su primera fotografía que tomó de niño de un descabezado para aquel reportaje que lo llevó a La Prensa hasta sus últimos días, acumuló y coleccionó todo tipo de imágenes de las tragedias.

¿Cómo Enrique Metinides logró documentar la violencia, los desastres, los accidentes de tal manera que vemos la muerte y la vida, el horror y la belleza, el pasado y el presente ahí, en una imagen? Hay una anécdota que la escritora Fernanda Melchor, quien tuvo oportunidad de conocerlo, describe en un texto sobre el fotógrafo de nota roja, en un momento en el que su trabajo pasó por el mundo del arte: “La tarde que pasé con Metinides no se mencionó ni una sola vez el término “arte”. Las preguntas filosóficas en general lo desconciertan. Pero algunas semanas antes de mi visita a su casa, lo vi dar una charla en el Museo de Arte Moderno. Con la sala abarrotada, Metinides contó historias que el público escuchó con fervor, especialmente los fotógrafos presentes.”

Alguien en el público preguntó a Metinides cómo lograba mostrar de forma tan original la unión del eros y tánatos: “Mire, le dijo al jovenzuelo, quien asentía tanto y tan rápido que pensé que la cabeza se le caería. Yo lo único que quería era llevar al público al lugar de los hechos. Todo lo que yo quería decir tenía que caber en una sola foto. Se siente horrible ver cómo muere gente, sobre todo cuando son niños. Diariamente iba yo a treinta, cuarenta accidentes, no crea que nada más a dos. En las noches hasta lloraba. Luego me acostumbré. A eso me ayudaron las películas. Todas mis fotos yo las he copiado de las películas. Eso es todo, no hay ciencia, ese es el chiste.”

Enrique Metinides era un archivista nato, coleccionaba no solo imágenes sino algunas cosas que significaban para él, desde ranitas de la suerte –con la superstición de que gracias a una ranita que llevaba consigo, volvía a casa con bien–, algunas Vírgenes de Guadalupe, juguetes –cochecitos de bomberos, carros de policía, ambulancias– entre tantas cosas más, pero dedicó su vida a coleccionar fotografías. Las suyas son en sí una colección. También coleccionaba noticias internacionales –incendios, explosiones, asesinatos políticos, terremotos, etcétera– y tenía una aún más modesta colección de las notas que salían sobre su trabajo y persona en aquel periodo corto en el que el arte lo acogió. Esta gran frase de Susan Sontag lo dice inmejorable: “Coleccionar fotografías es coleccionar el mundo.” Ese mundo, el de Enrique Metinides, ese mundo pasado que también es nuestro. Hoy.

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