López Obrador, ¿qué hay detrás de la provocación?
Asumir que todos vivíamos más felices con presidentes que no polarizaban esconde una simulación, un artificio de ocultamiento. Y en efecto, no polarizaban porque no lo necesitaban; simplemente gobernaban de espaldas al interés de las mayorías.
¿Que un presidente debería serlo de todos los mexicanos y no dividir ni polarizar? En un mundo ideal, sin duda. Pero para empezar habría que preguntarse si los Calderón o los Peña Nieto eran presidentes de todos los mexicanos o solo del tercio más próspero de la población. Para efectos prácticos, y más allá del discurso oficial, no gobernaron para los zacatecanos o los oaxaqueños empobrecidos, sino en favor de las regiones y sectores sociales vinculados al modelo económico vigente. Se dirá que a través del crecimiento intentaban irradiar los beneficios a las grandes mayorías, y eso los convertía en presidentes de todos los mexicanos, pero habría que insistir que tal crecimiento fue un magro 2% promedio anual durante tres sexenios; un promedio que en realidad escondía enormes disparidades: el norte del país y los sectores punta crecían con tasas superiores al 10% anual mientras que las actividades tradicionales se desplomaban condenando a la pobreza a millones de mexicanos. La disminución del poder adquisitivo de los salarios o del ingreso de los sectores populares no se tradujo en una expansión del empleo, como se prometió, sino en ganancias adicionales para el empresariado. Y nada refleja mejor esta realidad que el hecho de que la proporción del empleo ocupada en el sector informal creció sexenio tras sexenio hasta llegar al 56% de la masa laboral. Es decir, la mayoría de los mexicanos no han tenido cabida en el modelo impulsado por el PRI y el PAN.
Asumir que todos vivíamos más felices con presidentes que no polarizaban esconde una simulación, un artificio de ocultamiento. Y en efecto, no polarizaban porque no lo necesitaban; simplemente gobernaban de espaldas al interés de las mayorías. El problema es que no se puede vivir eternamente sobre esa premisa ni ocultar bajo el tapete a la mitad de la población o gobernar a un país con estos niveles de pobreza y desigualdad como si se tratase de una sociedad de clases medias y altas. O, mejor dicho, sí se puede, hasta que esas mayorías deciden optar por un cambio, como sucedió en 2018.
¿Cómo hacer un cambio en favor de los sectores desprotegidos sin polarizar con los intereses que se han visto beneficiados durante tanto tiempo? Empresarios con ganancias extraordinarias, enjambres de contratistas del sector público, intermediarios políticos, medios de comunicación (propietarios, directivos, columnistas), enriquecidos por el gobierno, intelectuales y académicos convertidos en protagonistas y reclutados en organismos autónomos.
Si por un momento olvidamos el verbo confrontador de López Obrador (volveremos a ello) y nos concentramos en los hechos, observaremos que sus acciones han sido poco invasivas con relación a los grupos favorecidos. No ha habido aumento en los impuestos, ni expropiaciones o acosos a la propiedad privada, castigos penales o endurecimiento en contra del gran capital. Por el contrario, el manejo de las finanzas públicas ha sido conservador, la estabilidad del peso y la inversión extranjera no se han visto afectadas, la actitud hacia Estados Unidos y las relaciones comerciales han sido prudentes.
Y por lo demás la confrontación entre López Obrador y sus adversarios es tan añeja que acaba siendo bizantina; determinar quién comenzó la polémica remite al debate entre el huevo y la gallina. El tabasqueño ha sido un opositor del sistema y el sistema ha confrontado a este opositor con buenas y malas artimañas, desde el intento de desafuero hasta las campañas bien financiadas para ensuciar su imagen; agresiones que son un reflejo inverso de las acusaciones del presidente contra la mafia en el poder o mandar al diablo las instituciones.
Se dirá que, incluso si eso es cierto, López Obrador tendría que haber dejado atrás la polarización una vez convertido en soberano. Quizá esa era su intención inicial, a juzgar por su discurso de toma de posesión. En ocasiones nos hemos preguntado si tal cambio de actitud obedece a un rasgo de personalidad o a una estrategia política, aunque sabemos la respuesta que ofrecería Palacio Nacional.
La tesis central es que la correlación de fuerzas resultó sumamente desfavorable al gobierno del cambio: las élites políticas, económicas, eclesiásticas, los intelectuales y los medios de comunicación desde el inicio operaron en su contra. En teoría es un presidente de todos los mexicanos, pero los mexicanos más poderosos nunca lo consideraron su presidente y actuaron en consecuencia. La única defensa contra la fuerza de sus adversarios, asumió AMLO, consistía en mantener el apoyo popular y, en su momento, el voto mayoritario. Y para mantener viva esta aprobación y contrarrestar el impacto del bombardeo que busca quebrar ese apoyo, el presidente se ha entregado a la tarea de exhibir lo que está en juego y demostrar que el gobierno está del lado de las mayorías y en contra de los que se oponen a las causas populares.
Al ser tan beligerante en términos discursivos, pero moderado en términos de política económica, el presidente buscó maximizar sus ventajas políticas y mantener el fervor popular sin poner en riesgo la estabilidad económica. No estoy seguro de que era la única posible, pero es una estrategia que tiene una racionalidad que va más allá de explicaciones de ego y personalidad o de ser fruto de la ocurrencia. Políticamente AMLO ha borrado a la oposición, mantenido altos niveles de aprobación y prácticamente asegurado la continuidad de su proyecto otros seis años, lo cual no es poca cosa. Pero económicamente terminó generando un clima menos favorable al crecimiento económico y los negocios, lo cual afecta la prosperidad para las mayorías. Para bien y para mal, la percepción es que se trata de un régimen más radical de lo que en realidad es. La mejor constatación de lo anterior es que la inversión extranjera prospera mientras que la inversión privada local languidece, resultado en buena medida de que en el exterior ignoran la mañanera y la polémica de cada semana y se concentran en los datos duros: estabilidad, responsabilidad financiera, moderación del gobierno del cambio.
Lo cierto es que la polémica y la confrontación discursiva ha sido parte esencial de la estrategia política. Y López Obrador está convencido de que lo seguirá siendo mientras los números le sean favorables. Para efectos políticos, la polarización, como las movilizaciones, terminan siendo un asunto aritmético. Si la marcha para “defender al INE” pretendía exhibir el repudio de la sociedad al gobierno de la 4T, este pondrá las cosas en perspectiva movilizando a su favor tres o cuatro veces ese contingente. Igual la polarización; políticamente seguirá dando dividendos en tanto él siga demostrando que no es una división entre dos mitades, sino entre una mayoría popular y una minoría descontenta.
Twitter: @jorgezepedap
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