50 conversaciones (im)posibles
“Al habla… con Warkentin llega a su episodio 50. Carajo, suena a poquito, pero es un chingo”
Hoy quiero invitarlos a que, si aún no lo hacen, se atrevan a escuchar.
O me acompañen a hacerlo.
Solía escribir en EL PAÍS hasta que me entró el síndrome de la página en blanco. En plena pandemia, acababa de pasar un (primer) contagio de Covid y no hubo manera de que ligara teclas seguidas para armar una página inteligible. Ya se escribirá más al respecto, eso espero, porque todavía no logramos entender hasta dónde el bicho nos modificó el ABC más básico en el que nos creíamos formadas.
Como además me dedico también a la radio, pues se me ocurrió, en lugar de escribir y para salir del atolladero, narrar mi experiencia con lo desconocido. Así nació ‘Superar el virus, una historia personal’, mi primera incursión sonora en EL PAÍS. Implicó muchísimas cosas: ir más allá de la barrera subjetiva y defender que sí se debía contar una historia en primera persona; entender cómo utilizar el persistente Zoom para tener voces desde diferentes partes del país que no sonaran metalizadas ni se cortaran cada que el Internet se caía, resolver con pocas manos lo que parece simple y nunca lo es: contar una historia.
Lo hice.
Y se me instaló el gusanito de la curiosidad: ¿y si nos dedicamos a hablar? ¿A escuchar las voces en sus tonos, silencios, dudas, reflexiones? ¿Y si le damos espacio, sobre todo, a las mujeres para abrir el espectro de miradas sobre los sucesos que importan? ¿Y si nos atrevemos a volver a hacer sonora la palabra?
Así, algunos tequilas de por medio, nació Al habla… con Warkentin que esta semana llega a su episodio 50.
Carajo, suena a poquito, pero es un chingo.
50 conversaciones que parecían imposibles porque no sabíamos bien a bien cómo hacerlas, cómo superar las barreras tecnológicas, cómo convencer a los de las letras de que el sonido también importa.
Pero aquí estamos.
50 episodios después hemos hablado de justicia (con Ana Laura Magaloni, Janine Otálora, Norma Piña, Olga Sánchez Cordero), de las formas de entender la política (con María de Jesús Patricio, Beatriz Paredes, Patricia Mercado, Citlali Hernández, Xóchitl Gálvez, Martha Tagle), de lecturas sobre la “cuarta transformación” (con Blanca Heredia), de los feminicidios y la violencia contra las mujeres (con Laura Castellanos, María Elena Ríos, Frida Guerrera, Alicia Leal, Mariana Limón), de triunfos feministas (con Leticia Bonifaz, Martha Lamas, Ana Pecova, Ophelia Pastrana, Rebeca Ramos, Nayeli Roldán, Claudia Ramos, Ivonne Melgar), de la literatura como espacio de libertad (con Alma Delia Murillo), del abuso sexual infantil en las escuelas mexicanas (con Denise Dresser y Margarita Griesbach), de las redes sociales como campos de batalla (con Rossana Reguillo), de la desaparición de personas en México (con Karla Quintana) y de los esfuerzos por crear centros de identificación (con Yezka Garza), de la economía de los cuidados (con Alexandra Haas) y también de lo que significó la escuela en tiempos Covid (con maestras y madres de familia), de la emergencia climática (con clásicas como Julia Carabias y voces emergentes como Xiye Bastida y Nora Cabrera), de las agresiones a periodistas (con Pedro Vaca, Leopoldo Maldonado, Adela Navarro y Javier Garza), de la revocación de mandato (con Carlos Bravo Regidor y Viri Ríos). Pero también hablamos de deporte olímpico y futbol femenil (con Ana Gabriela Guevara, Mariana Gutiérrez, Briseida Acosta, Marion Reimers), del muy necesario humor (con Herly RG), de la gastronomía y sus infinitos placeres (con Pati Jinich, Enrique Olvera, Paco Ruano, Édgar Núñez), del lenguaje incluyente (con Paulina Chavira), de la divulgación de la ciencia (con Julieta Fierro, Leonora Millán, Alejandra Ortiz). Y por ahí nos dejamos enamorar de la música con Julieta Venegas, de la nostalgia mediática con Lolita Ayala, de Vicente Fernández con Olga Wornat, del análisis sobre el populismo con Diego Fonseca, de la aviación femenina con Betsy González y de los murciélagos con Rodrigo Medellín, nuestro Batman mexicano.
Entre muchas voces más.
Celebro que EL PAÍS me haya abierto las puertas a estas formas de expresión y a reconocer que la voz importa. Agradezco a mi productor sonoro, Leonardo Luna, que es el mago de que todo suene. Abrazo a Salvador Zaragoza y a Diego Martínez que, en sus momentos, han sido eslabones para hacer posibles las conversaciones. Y me aplaudo por haber aprendido a conectar micrófonos, verificar cables, incorporar los ladridos de mis perros a las grabaciones y seguir gozando del poder de la conversación.
De la voz que se escucha y no solo se lee.
Vamos por muchos episodios más y por apostarle a que en el diálogo se conjura todo, incluso la polarización.
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