El 25N: en el mes de la remembranza trans
México es una de las sociedades más violentas en contra de las mujeres trans y no brinda espacios seguros, por lo que urgen políticas públicas pensadas a favor del derecho a la vida y los derechos laborales de este colectivo
¿Qué es un cuerpo trans? Lo mejor es dejar la pregunta abierta, lo más abierta posible. En su etimología latina, trans es lo que atraviesa, lo que va más allá. Cercarla, delimitarla sería ir en contra de su naturaleza. En parte, por eso resulta de no creerse que dentro de algunos feminismos haya discursos y prácticas transodiantes. El 25 de noviembre, Día internacional de la no violencia en contra de la mujer, se cruza con el mes de la remembranza trans que hace pensar en la importancia de recargar el peso en este tema, en el odio en contra de las mujeres trans. Los discursos de transodio han permeado en algunos feminismos que buscan la no violencia en contra de la mujer, me pregunto cómo eso es posible.
¿En qué momento los discursos biologicistas –qué es o debe ser una mujer, qué es o debe ser un hombre– se filtraron en las luchas feministas que buscan precisamente la libertad? Pareciera que un discurso anula al otro cuando se trata de la lucha común por los derechos humanos, la libertad de decidir sobre los cuerpos es una búsqueda común. Por otro lado, cómo puede ser que discursos de derecha –como en el fascismo– decida quién sí y quién no tiene derecho a la vida. Ahora que está a la vuelta el cierre de año, son tiempos importantes para recordar a todas las personas que han sido víctimas del transodio, la transfobia, y el transfeminicidio.
El Observatorio de Personas Trans Asesinadas que se dedica a recabar, monitorear y analizar reportes a nivel global, arroja un contexto terrible: desde 2016, México fue señalado como uno de los países de América Latina más violentos contra las mujeres trans. Hay otro dato que suma información necesaria para comprender la dimensión del problema: el sector más vulnerado de las mujeres trans son las trabajadoras sexuales; el segundo, son las mujeres trans migrantes en su paso de Centroamérica a Estados Unidos; el tercero, son las activistas más conocidas, más visibles.
Esto habla mucho de una sociedad que no brinda espacios seguros, dignos para las mujeres trans, de lo tanto que urgen políticas públicas pensadas a favor del derecho a la vida y los derechos laborales en una de las sociedades más violentas en contra de las mujeres trans. ¿Por qué no abrimos plazas, iniciativas, espacios laborales para las mujeres trans y de géneros diversos? ¿Por qué no hay programas en las escuelas que normalicen esta inclusión desde edades tempranas? Quizás sea buen momento para preguntarnos cómo nos relacionamos con un cuerpo trans. Estos tiempos nos ponen de frente a un espejo en el que debemos pasar revista.
Con este espíritu, me gustaría también hacer un recuento de los grandes logros que la comunidad trans ha conseguido desde los activismos, uno de sus sectores más vulnerados, también con mayor fuerza. En 2015 entró en vigor la ley de identidad de género que permitía tramitar un acta de nacimiento reconociendo el nombre elegido y el género a partir de los 18 años. Para ello, se llevaba a cabo un juicio –me pregunto quiénes eran los jueces, y cómo podían emitir juicios con perspectiva de género en un sistema no pensado desde la perspectiva de género– y dictaminaban mediante peritajes médicos, psicológicos, psiquiátricos y testigos que la persona solicitando el reconocimiento de su identidad, la mereciera. Los juicios eran costosos, estaban sujetos a lo que dictaminaran los jueces, pero existía la posibilidad de que legalmente fuera reconocida la identidad de una persona, ese principio básico de vida.
Hace un par de meses esa ley tuvo una dichosa modificación en la que ya no es solo a partir de los 18, sino a partir de los 12 años. El ideal, ojalá cercano, sería que la ley defendiera a las infancias trans, que en América Latina solo existe en Argentina. Jorge Volpi escribió una hermosa columna sobre el acompañamiento que hizo a su hija adolescente para realizar este trámite en fechas recientes. Quiero pensar que para Violeta, la hija de Volpi, en este primer paso, le espera un futuro más brillante: que nuestro reconocimiento como sociedad a las adolescencias trans va a la par de las políticas públicas. Que su desarrollo, como el de tantas y tantos adolescentes trans que ahora pueden reconocerse, puede ocurrir en una sociedad que les respeta desde el afecto.
Otro de los logros conseguidos este año es la Clínica Trans que atiende integralmente a las personas trans en la Ciudad de México, desde los tratamientos hormonales hasta el acompañamiento psicológico, un asunto de salud pública que urgía cubrir y que idealmente debería existir en otros estados y municipios. Pero ningún cambio en las políticas públicas garantizan los cambios en lo cultural, en las artes, en lo social. Este tema empuja aún más la problemática: que las y los adolescentes trans puedan desempeñarse en la cultura, en las artes, sin prejuicios de cómo nos relacionamos con una actriz, una escritora o un músico trans. Que jóvenes como Violeta tengan la oportunidad de ejercer no solo su libertad física sino también su libertad creativa en espacios libres de violencia.
Sobre este tema, Lía García, escritora mexicana trans, opina: “Creo que es importante que las personas trans escritoras y artistas nos visibilicemos y que hablemos de que nuestros procesos creativos son una extensión de nuestra propia vida. Creamos con y desde el cuerpo y así transgredimos los cánones normativos del arte y la literatura donde no hemos estado representadas por mucho tiempo. Esto ha sido gracias a todas nuestras hermanas que nos acompañan y que nos han dado espacio para visibilizar nuestras propuestas y crear nuevas formas de existencia, de afectos, de cuerpos y de construir la identidad. La creatividad es un remanso en medio de tanta violencia y tanto dolor que nos permite trasladarnos a otras realidades donde las posibilidades de ejercer el derecho humano a la existencia se multiplican y se encarnan.”
Camila Sosa Villada, escritora merecedora del premio Sor Juana por su bellísima novela Las malas, desde Argentina, agrega sobre estos tiempos: “El mes de la memoria trans no tiene un significado especial porque el ejercicio de mi memoria es un ejercicio del día a día, lo que nosotras las travestis tenemos que hacer es que signifique algo para el resto de la sociedad, de lo que son capaces de hacernos todavía. Yo tengo una particular posición tomada hacia la palabra trans y travesti, creo que nos higienizaron con la palabra trans, nos dieron esa palabra desde regiones en las que no entendieron el travestismo en Latinoamérica, de lo que fuimos capaces de hacer las travestis en medio de las matanzas. Yo diría que es la memoria travesti la que tenemos que rescatar, porque son mujeres grandes, que ya superaron su expectativa de vida. Yo le pondría el mes de la memoria travesti”.
Pero cómo son estos tiempos también desde las comunidades originarias en las que históricamente ha habido otras formas de nombrar a la diversidad, Daniel Nizcub, escritor trans de la comunidad zapoteca en Zoochila, cierra: “El caso de la muxeidad, en una zona zapoteca, igual que en Zoochila, es lo que más se ha conocido. Y no vamos a decir que esa región es un paraíso porque en nuestras comunidades existe el machismo. Para mí es muy importante al ser justo desde una comunidad originaria como Zoochila, a 15 kilómetros de la ciudad de Oaxaca, decir que la memoria no es solo pararse el cuello diciendo somos la última capital zapoteca, sino que en las comunidades estamos y existimos las personas trans y de la diversidad. Hay voltear hacia las raíces, las personas trans hemos existido siempre. Hay que voltear hacia esos pueblos que previos a la colonización tenían maneras de nombrar a otros géneros.”
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