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La tierra de la amapola se extingue bajo las balas

Las Fuerzas Armadas mexicanas desplazadas a la montaña de Guerrero se enfrentan a tiros contra los sicarios mientras el presidente visita la Costa Chica sin mencionar el asunto

Guerrero campos de amapola
Un grupo de policías comunitarios custodian un plantío de amapola en la montaña de Guerrero, el 28 de septiembre de 2019.Pedro Pardo (AFP)
Carmen Morán Breña

Y llegó el Ejército. Y la Guardia Nacional y la policía estatal. Pero ya los tiros se habían acabado en la montaña de Guerrero. Cuatro días de balacera entre los ejidatarios de Los Guajes de Ayala y los sicarios han acabado con un número de muertos indefinido aún y dos agentes heridos. En la mañana de este viernes, cuando los uniformados arribaron a Tierra Caliente se desataron de nuevo los tiroteos, al mismo tiempo que un helicóptero aterrizaba al secretario de Seguridad del Estado, David Portillo Menchaca, mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador visitaba la Costa Chica. Entre la playa y la montaña se anuda el problema.

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Del lado del pueblo no ha caído nadie en la refriega, pero esta mañana han enterrado a un hombre con discapacidad intelectual, de unos 50 años, que vivía entre la aldea y la sierra. “Lo agarraron y lo mataron como a un niño”, dice el secretario del comisariado ejidal, Javier Hernández. El cadáver, con agujeros en el torso y en la cabeza “a quemarropa”. Del lado de los sicarios, “más muertos”, asegura el secretario. Normalmente, las aldeas que se defienden de los sicarios dan cifras que resultan inverosímiles. ¿Cómo es posible que el crimen organizado, que ataca con ametralladoras y armas de alto calibre, cuenten más bajas que las autodefensas civiles, que se defienden con escopetas de segunda mano? Hernández ofrece esta explicación: “El crimen organizado recluta a chamacos que vienen bien drogados y nosotros nos atrincheramos en parapetos, es imposible que nos saquen de ahí con cualquier arma que usen. Ni con ametralladoras. Estamos bien organizados”.

Así han pasado cuatro días, desde el lunes, a tiro limpio sin salir a contar las bajas. Las mujeres se encerraron en una clínica local con los niños, y desde ahí lanzaron videos pidiendo ayuda al Gobierno. Algunos agentes trataron de abrirse paso, pero los caminos estaban bloqueados con troncos. Hoy, por fin, los helicópteros han sobrevolado la zona y el Ejército, la Guardia Nacional y policías estatales han tenido la oportunidad de comprobar que aquello no era una broma. Desde la Gubernatura se transmitió, horas antes, que la zona estaba en calma y eso desató la ira de los lugareños, hartos de pasar miedo. La balacera tuvo esta mañana dos tiempos. Agentes y sicarios dejaron oír los tiros a eso de las nueve de la mañana y alrededor del mediodía. “Un helicóptero se ha llevado a dos miembros de la Guardia Nacional heridos”, asegura Hernández.

El secretario del ejido ha podido charlar brevemente con el responsable de Seguridad de Guerrero, al que le ha entregado un pliego con peticiones: que se establezca en la zona una base mixta de la Defensa Nacional, la policía del Estado y la Guardia Nacional; que llegue personal federal de los Derechos Humanos para dar cuenta de lo que ocurre y de las carencias que tienen por el asedio al que les somete el narco; y que el Ministerio Público investigue lo sucedido. “El secretario solo ha dicho que transmitirá lo que reclamamos, que él no puede hacer más”, afirma Hernández.

Mientras los agentes ponían en peligro sus vidas en la montaña, el presidente Andrés Manuel López Obrador visitaba la Costa Chica, como tenía previsto, junto al gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo Flores. Ni una palabra de lo que ocurre tierra adentro. “Exigimos al presidente que le pida cuentas al gobernador, que ha estado minimizando y ocultando lo que ha pasado. Lamentamos mucho que los agentes puedan perder sus vidas mientras los funcionarios del Estado protegen a los sicarios”, decía en video uno de los habitantes del ejido. Y lanzaban el mismo mensaje que se escucha en esa zona desde hace tiempo: “Que se entere el mundo entero de lo que está pasando aquí”.

En Los Guajes de Ayala, el ruido de la metralla empezó en febrero, aunque la Tierra Caliente, entre Guerrero y Michoacán, lleva ardiendo hace años. La Familia Michoacana “ha hecho nexos con los grupos de la Costa Grande, de Chano Arriola y otros”. Y Los Guajes han tenido el infortunio de quedar en medio de la ruta del narco, un territorio ganadero, agrícola, donde el mercado de la amapola, en declive, ha dado paso a la explotación maderera, un negocio donde ha posado sus garras el crimen organizado. Apenas son ya una comunidad de 400 personas, que este viernes respiraba, de vuelta en sus casas, mientras los agentes y los sicarios se intercambiaban balas.

El ejido lo componen 32 rancherías, pero apenas siete quedan habitadas, el resto ha sido desplazado por la fuerza. La aldea de El Pescado es ahora un lugar aislado del mundo. El que se atreve a poner un pie fuera se juega la vida. “Desde febrero nos escasea todo, los enseres básicos, la alimentación, los productos de higiene personal. Teníamos un doctor y después un enfermero, pero se fueron por la inseguridad. De vez en cuando vienen brigadas de Médicos Sin Fronteras para aliviar este yugo”, relata Hernández. ¿De vez en cuando? “Cada mes o mes y medio”. Si algo grave pasara, las puertas del cementerio están abiertas, viene a decir el secretario.

La vida de Hernández es ilustrativa de lo que le ocurre a quien tiene por destino nacer en Tierra Caliente. Se casó con 24 años, ahora tiene 37 y cinco hijos. “Dos de ellos son ciudadanos estadounidenses”, dice, como quien muestra un visado al paraíso. Allí nacieron mientras el padre trabajaba en un hipódromo de Lexington. “Kentucky es la tierra de los caballos pura sangre. Antes de venirme a México vendieron allí un potrillo por 16 millones de dólares. Van muchos árabes allá”, cuenta.

Hace unos años, esa montaña guerrerense a la que Hernández ve “mucho potencial” se dedicaba a la amapola. La droga dejaba dinero y cierta estabilidad social. Él mismo se dedicaba a su cultivo para el mejor postor. Todo se fue complicando y hoy no es rentable, asegura el secretario. Pero la cocaína entra de Centroamérica por la costa y se abre paso al interior por esta geografía agreste donde se necesitan horas a pie para alcanzar algunas rancherías. Una ruta que los criminales quieren expedita a como dé lugar. Si tiene que ser a tiros, será a tiros.

En febrero comenzó el primer ataque que conocía Hernández en su tierra. Hubo muertos y el miedo se instaló en los humildes hogares donde se crían familias numerosas que duermen con un petate extendido en el piso. “Yo creo que ahora que han venido las fuerzas federales cambiará la moneda y habrá más patrullajes y podremos descansar un poco, pero si no se instala aquí una base militar esto seguirá ocurriendo. No se van a rendir. A ellos los chavos que mandan no les duelen. Si matamos a diez, reclutan a otros diez”.

Los desplazamientos de población avanzan al mismo ritmo que se tala el bosque y mientras Guerrero celebra elecciones sin que se mencione la guerra abierta en la montaña. Allí no llegan los mítines, ni las urnas. Muchos lugareños aguardan en Tijuana una mano que les cruce la frontera. Hernández espera la paz para sus hijos. “Hay que construirla”, dice. “Mi ilusión es que estudien y terminen alguna carrera, o que nos apoyen en el pueblo, pero que estén preparados para lo que la vida les ponga en el camino”.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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