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México envejece: ¿quién cuidará de sus ancianos?

El último censo recién publicado constata la tendencia sostenida de una edad mediana de la población cada vez mayor que ahora se sitúa en 29 años

Carmen Morán Breña
Mediana de edad en México 2020
Martina Guerrero a la izquierda, con cinco de sus hermanos y la madre de ellos.

La abuela Raquel parió en el rancho San Pablo a su primera hija con 18 años, después vendrían otros seis. La prole creció en una fea colonia de la capital que a Martina, la mayor, se le hacía muy penosa así que buscó en los estudios la vía de escape. Con 22 años nació su primer bebé y años después la segunda. Ahí cortó su historial de maternidad. Los dos hermanos dicen ahora que no piensan tener hijos. Así se está escribiendo la historia demográfica de México, un país que envejece: menos nacimientos y mayor esperanza de vida. El último censo se empeña en la misma tendencia, sostenida desde hace décadas: la edad mediana de la población era de 22 años en 2000, 26 en 2010 y 29 en la actualidad.

En los años setenta, el presidente mexicano Luis Echeverría comenzó su mandato con aquello de “gobernar es poblar”, pero cuando echó cuentas y vio la lana que iba a costar eso en colegios, centros de salud y demás, acabó diciendo que “la familia pequeña vive mejor”. Los mexicanos parecen coincidir con esto último, las familias se están achicando, con mayor incidencia en las grandes capitales, que añaden razones para ello: viviendas más costosas, trabajos alejados, el cuadro clásico que no deja mucho tiempo para la crianza.

“La disminución de la fecundidad que comenzó con Echeverría es ya irreversible, pero los indicadores parecen contradecir al presidente, la pobreza es muy alta así que puede que las familias pequeñas no vivan mejor ni la baja fecundidad contribuya al desarrollo del país”, afirma la demógrafa y presidenta del Colegio de México Silvia Giorguli. “Es frustrante”, añade, “que sabiendo desde hace décadas que el envejecimiento venía no se hayan tomado medidas adecuadas aún. La demografía cumplió, pero las políticas sociales y económicas, no”.

México tiene una esperanza de vida baja: cuando un bebé nace se espera que viva 75 años. Las personas que rondan esa edad tienen todavía una salud aceptable, fruto de una tradición agroalimentaria correcta que no han heredado sus hijos ni sus nietos. El país es ahora el segundo más obeso del mundo, tras Estados Unidos, de quien ha copiado las más nefastas costumbres gastronómicas, mucho azúcar y grasas trans, lo que se conoce como comida chatarra. Además, los guisos de la abuela Raquel ya no los repite su hija, que no tiene tiempo porque trabaja fuera de casa. Las próximas cohortes llegarán a la vejez con peor salud y eso requerirá un mayor esfuerzo de los servicios públicos. “Estamos a tiempo para trabajar modelos de envejecimiento saludable, si no hacemos algo, de aquí a nada será terrible”, advierte Verónica Montes de Oca, experta en demografía y envejecimiento del nonagenario Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM .

Los mayores de 60 años representan en México el 12% de la población, unos 15 millones, y las proyecciones demográficas elevan esa cifra a 33,4 millones para 2050. De los cuatro millones de personas que viven solas en casa, el 41%, es decir, 1.640.000, son mayores de 60 años, según los datos del Consejo Nacional de Población (Conapo). Algunos no tienen familia, pero otros tienen a sus hijos en el extranjero donde se cumple una de las correosas paradojas de estos tiempos: dejan a los suyos para ganarse la vida cuidando ancianos en los países ricos.

“Vivir solo no significa vivir aislado”, dice Montes de Oca y señala la solidaria red vecinal y familiar que forma parte de la cultura mexicana. “Desde la Secretaría de Bienestar se identifica a estas personas y hay profesionales de la gerontología que los visitan, que conocen el terreno, hacen un barrido comunitario, y en función de sus condiciones socioeconómicas reciben videollamadas, despensas, medicinas, se les monitorea”.

Silvia Giorguli no es, ni mucho menos, tan optimista como su colega demógrafa. Ella opina que las políticas sociales no están a la altura de lo que ya ocurre ni de lo que ocurrirá en unos años debido al envejecimiento de la población. La secretaria general de la Conapo, Gabriela Rodríguez, reconoce que “tiene que hacerse mucho más”, pero defiende el sistema de pensiones que ha generalizado esta Administración: “2.200 pesos es la diferencia entre comer o no comer, entre tener medicinas o no tenerlas”, afirma. Saluda también las becas otorgadas a los estudiantes, que les permitirán “continuar sus estudios” y caminar hacia una vida distinta y la “prioridad del Gobierno en la prevención de embarazos adolescentes”, que contribuirá, en la misma línea, a una vida y una vejez mejores, sostiene. Para Rodríguez, en todo caso, el envejecimiento de la población deja pendiente un asunto crucial: la salud. “La terrible pandemia ha tenido al menos una cosa buena: se ha multiplicado el número de camas en los hospitales”.

México no tiene un sistema público de residencias geriátricas al estilo de Europa, por ejemplo. Y la palabra asilo todavía pone los pelos de punta a la población. No va con la cultura de acá, dicen. A sus 72 años, la abuela Raquel, con la que se inició esta nota, vive rodeada de seis hijos y nueve nietos en una de esas viviendas extensas tan comunes en el país. Ese es el modelo todavía, en efecto. Pero Martina Guerrero, la hija mayor, que salió de la UNAM con su título de Derecho y trabaja en el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, rompió ese modelo. Ella vive en otra zona de la ciudad con su familia, mucho más corta que la de su infancia.

Luis (esposo de Martina), Celeste (su hija), Martina y Luis (su hijo).
Luis (esposo de Martina), Celeste (su hija), Martina y Luis (su hijo).

Estos cambios sugieren que en algún momento el país tendrá que pensar, si no en residencias geriátricas, en algún modelo de asistencia para los ancianos. El crecimiento de la esperanza de vida tiene un lado amargo, la salud se resiente, las situaciones de dependencia son más largas. Y la extensión de los estudios y la salida de las mujeres al mercado laboral dejarán un panorama muy distinto al actual, donde millones de mujeres se encargan a diario de los cuidados de niños y ancianos en casa. “Los modelos institucionales no están previstos en México, no pertenecen a nuestra cultura”, señala Montes de Oca. Ella se decanta por las redes sociales de apoyo y por un envejecimiento saludable que permita la autonomía de las personas todo lo posible. “El 70% de los mayores de 60 años son funcionales en la actualidad”, dice. Pero sabe que a edades más altas la cosa cambia y que las mujeres están sufriendo la carga de los cuidados en casa casi en exclusividad. A pesar de todo, afirma: “Ojalá nunca haya residencias como en Europa”.

España ilustra bien el tránsito, en unas pocas décadas, de asistir a los ancianos en casa a demandar residencias a gritos. Las extensas familias de antaño, donde unos se cuidaban a los otros (es decir, las mujeres a los demás) y donde las redes vecinales prestaban apoyo para cualquier necesidad, han ido desapareciendo. La universalización de los estudios impulsó a millones de mujeres al mercado laboral y ahora no pueden cuidar ancianos ni tener hijos, porque los Gobiernos no implementan las medidas adecuadas para conciliar empleo y vida familiar. Así que las plazas en las residencias geriátricas siempre son pocas y la fecundidad está hundida. A pesar de ello, miles de mujeres doblan su jornada para cuidar ancianos. Antes lo hacían porque la cultura familiar, como la mexicana, veía indeseable la sola idea de llevar a un anciano a la residencia. Ahora, porque no hay plazas disponibles.

“La cultura mexicana es muy de cuidar a los abuelos en casa y a ellos no les gusta ir a residencias, y ya veremos si los jóvenes de ahora querrán ir a esos centros”, insiste la responsable de Conapo. El tiempo lo dirá, efectivamente.

Si se necesitan hijos para cuidar a los ancianos, México no está tampoco en la dirección correcta, porque el envejecimiento que constata el censo es imparable y la cada vez menor fecundidad tiene mucho que ver en ello, si bien todavía es un fenómeno más urbano que rural y muy dispar entre Estados. “En las zonas urbanas se tienen un mayor acceso a servicios de salud reproductiva y las tasas de escolarización superan las del ámbito rural, eso baja la fecundidad. Pero la elección de la maternidad se está uniformando, hay una tendencia a la convergencia demográfica en este terreno”, señala Giorguli. No siempre tiene que ver con la pobreza. “En países como El Salvador u Honduras, más pobres que México, también avanza el envejecimiento de la población”, afirma la demógrafa.

Martina no quiso repetir el ejemplo de su madre, Raquel. Aunque su maternidad fue temprana, su elección fue una familia corta, solo dos hijos. Así lo eligió. “Pobre mi mamá, no sé ni cómo hacía para atender a tanto niño, con las comidas, la ropa…”, dice. Martina solo tiene dos, y sus hermanos, el que más tuvo tres. “Cuando mis hijos nacieron no teníamos mucho dinero, mi esposo era pasante y mi mamá nos ayudaba con los niños, al principio nos vimos un poco apretados”, dice. Ahora, sin embargo, pertenecen a esa clase media mexicana que va cambiando los modelos familiares y que quizá no tenga nietos para alegrar su jubilación.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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