Olimpia Coral Melo: “Facebook, Twitter e Instagram participan en la violencia digital contra las mujeres”
La impulsora de la ley que pena con seis años de cárcel la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento en México insiste en que el ciberacoso puede llevar “hasta la muerte”
Olimpia Coral Melo dejó Huauchinango, Puebla, hace alrededor de una década y no ha vuelto. Ahora está lista para hacerlo, después de que el pasado 5 de noviembre el Senado aprobara por unanimidad la ley que lleva su nombre, la Ley Olimpia, que castiga con hasta seis años de cárcel la difusión de imágenes con contenido íntimo y sexual sin el consentimiento de la implicada y reconoce la violencia mediática. Volverá a su ciudad, en el Estado mexicano de Puebla, donde la llamaron “puta”, “zorra”, “estúpida” cuando se viralizó un vídeo en el que tiene sexo con quien entonces era su novio. Un periódico local mostró las imágenes y Melo intentó suicidarse tres veces hasta que su mamá le dijo las palabras justas: “Mi amor, no hiciste nada malo”.
“Ahora sé que no soy culpable por haber vivido mi sexualidad”, dice a EL PAÍS por videoconferencia después de años de terapia y activismo feminista. “Culpable es quien lo difunde”. Entonces, fundó el Frente por la Sororidad y escribió un proyecto de ley. Al menos 28 de los 32 Estados mexicanos ya han reconocido la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento como un delito. Más de 2.000 mujeres han denunciado desde 2018 que lo han sufrido, según una investigación del colectivo Luchadoras publicada este lunes. Durante la pandemia, los casos de violencia digital que el Frente por la Sororidad atiende diariamente han pasado de tres a ocho.
Pregunta. Usted sufrió violencia digital. ¿Cómo es esa violencia?
Respuesta. Es un tipo de violencia sexual, a través de un medio muy específico, que es el espacio digitalizado. Cuando yo lo viví, para las personas eso no existía porque era virtual. No era real, porque en este país pareciera que tienes que llegar golpeada a un Ministerio Público para que vean que es algo real, y aun así hay impunidad, te revictimizan y no te creen. Cuando yo lo viví realmente sentía que me golpeaban, sentía dolor, sentía que me violaban cada vez que difundían este video sexual sin mi consentimiento. Todos los días, por todas las personas, en todos los momentos. Es una violencia que muchas veces es infinita y que es casi imposible de borrarla.
P. ¿Todavía siente esa violencia?
R. Ya no me da miedo. Sé que si lo vuelven a publicar solo es mi cuerpo desnudo. La última vez que lo publicaron fue hace cuatro o cinco meses, cuando se aprobó la reforma en Quintana Roo. En las noticias adjuntaron el vídeo. Esa noche volví a llorar, incluso se me olvidaron todos los protocolos que yo hice. Ahora sé que no soy culpable, y no es algo que diga yo, nos dio la razón el Estado.
P. ¿Cómo se siente de que finalmente se apruebe la norma que tipifica esta violencia en el Código Penal Federal?
R. No sabes lo que se siente ser víctima y que te digan que tienes razón. Hay que saber que todavía faltan la ratificación en la Cámara de Diputados y que el presidente de la República la promulgue. Pero que la Cámara alta aprobara por unanimidad algo que me habían dicho que no se podía porque estábamos locas es increíble. El primer legislador al que le hice esta propuesta, en Puebla en 2013, me dijo que no podía hacer eso porque no podía avalar la “putería” de las mujeres. Hemos puesto a la violencia digital a la misma altura que el acoso sexual, la violencia obstétrica, y la violencia feminicida.
P. ¿Está conforme con las penas de hasta seis años?
R. Como víctima, claro que quisiera todo. La Ley Olimpia no es la panacea, es apenas la punta del iceberg. Es la visibilización de una problemática de la que nadie hablaba.
P. ¿Qué diferencia hay entre el acoso que sucede en Internet y el que pasa cara a cara?
R. Para nosotras no hay espacio virtual y espacio real, ambos espacios son reales. Son solo espacios online y offline. En el espacio offline permea de manera viralizada y con mucho mayor alcance que un acoso callejero, por ejemplo, que no es mínimo, pero se queda en la calle, en la víctima y el agresor, y a lo mejor en las personas que lo presenciaron. Pero si ese mismo acoso se sube a la web, se traspasa a un tipo de violencia comunitaria, en donde participan millones de personas. Se perpetúa y se agrava a partir de la iniciativa privada, hablo de Facebook, Twitter e Instagram, que tienen participación y corresponsabilidad. Ellos ayudan a perpetuar este tipo de agresiones.
P. ¿Hasta qué niveles puede llegar el ciberacoso?
R. Hasta la muerte. Cuando se suicidó Julissa Jaqueline [Martínez], del Estado de Coahuila, con el cable de teléfono porque difundieron un pack [una serie de imágenes íntimas] de ella sin su consentimiento, para la gente fue un suicidio porque no aguantó el acoso. Para nosotras fue un feminicidio, porque fue un suicidio inducido por cada like, por cada comentario, por cada interacción que le dieron a ese contenido sexual.
La gente todavía no entiende que es un todo de violencia. Miles y millones de personas te buscan. Cuando difundieron mi vídeo un tipo me pidió dinero, otro me pidió más fotografías de mi mamá y hermana, y otro me pidió tener sexo con un perro para bajar mi vídeo sexual. Una víctima de violencia digital sufre exclusión virtual, vive insultos, vive violaciones de sus datos personales, y en algunos casos puede llegar a trata virtual con fines de explotación sexual. Ya no es necesario tener nuestros cuerpos físicos para explotar sexualmente a las mujeres en este país.
P. Este 25-N, ¿en qué punto cree que está el feminismo en México?
R. Está pasando muchas crisis. Crisis porque nos han intentado separar. Crisis en las que sentíamos, por la pandemia, que ya no podíamos más. Creo que el feminismo en México está forjando una gran revolución no solo territorial, sino de ideas y de raíz. Las mexicanas seguimos luchando. El feminismo en México es único contrapeso que tiene el Estado. Falta mucho. Falta que le pierdan el miedo los más conservadores y las más conservadoras a llamarse feministas. Hace falta teoría, porque el feminismo no es solo ponerse un pañuelo morado. Hacia adentro, nos estamos deconstruyendo y estamos aprendiendo. No hay ni buenas ni malas feministas. Simplemente somos mujeres que nos estamos entendiendo en un mundo en el que nos dijeron que “estar juntas, ni difuntas”, y que dijimos “pues juntas hasta difuntas”. Creo que es una cuestión de encontrarnos desde nuestras diversidades. El feminismo es amor. El feminismo es una chinga.
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