El filo de las filas
Temo la llegada de guardianes de las filas con bastones electrificados y me aterra el regaño la próxima vez que no repare en la calcomanía que indica el círculo exacto donde he de pararme en la fila de los postres
En el otro mundo había una rara propensión a pegar hombro, torso o cuerpo completo a la espalda de quien precedía en las filas. Aquí y ahora, esa nefanda costumbre es aviso de posible contagio y se supone que hemos de habitar un planeta donde incluso en pareja tendremos que defender recelosamente por lo menos dos metros de espacio libre de contactos. Si ha de quedar en el pasado como olvido ese roce incómodo del menda que embarraba su periódico al cuello de enfrente, o la incomodísima y distraída insinuación del seno izquierdo de una gordi somnolienta a la altura del omóplato, celebremos la distancia… pero si la nueva cuadrícula ha de ser pretexto para la impostada perfección de los geómetras neuróticos y autoritarios ya nos cayó encima una nueva onda para posible reprimenda o abierta represión.
Temo la llegada de guardianes de las filas con bastones electrificados o paletas de madera para enderezar los hombros o corvas de los enfilados y me aterra el regaño en potencia la próxima vez que no repare en la calcomanía que indica el círculo exacto donde he de pararme en la fila de los postres. Me inquieta el recuerdo de las filas escolares donde se tomaba distancia colocando la punta del índice sobre el hombro del de enfrente y esa casi fascista manía de hilarnos por estaturas, marcando no tan involuntariamente un rasero par diversas formas del abuso.
En la fila de la ignorancia global se agolpan en el imaginario colectivo los millones de incautos que se engañan con explicaciones infundadas y en la fila de los sabihondos parecen marchar a paso de ganso quienes creen que entienden lo que en el fondo no entienden y en la fila del silencio se van alineando con mesura los dolientes y deudos, los que llevan luto de estos meses en que se repite majaderamente la costumbre de sumar a todos los muertos sin nombres ni apellidos, sin velorios ni flores. No hablemos de la fila de los bancos, sus ganancias e inversiones ni la fila de las aulas sin alumnos o el lento rellenado de los vacíos en los museos o la fila de los enfermos, asintomáticos o diagnosticados como tales ni de la fila de las mascotas adormiladas y las especies en peligro de extinción.
Por supuesto que no consideren pasarela como fila ni peregrinación como hilera garantizada para todo tipo de salvación, pero reparemos en la fila callada donde uno camina como si fuera plural, con callada intención de seguir un destino no exento de azar y coincidencia… fila solitaria de una voluntad con la mirada fija en el párrafo que sigue sobre una línea de tinta que va uniendo por sílabas las palabras para una posible aventura que podría quedar en cuento, con la ilusión de volverse novela o el singular verso de extensión indefinida donde se pueda congelar ya para siempre la mirada intacta de unos labios entreabiertos que se dibujaron intactos, sin palabras, en el rostro entre tantas caras, de una persona por siempre anónima entre tanta gente conocida… en la fila de mis recuerdos.
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