La violencia del colonialismo se abre paso en la memoria colectiva de Europa

Países como Francia y Alemania cambian su política hacia el pasado imperial y la esclavitud arrastrados por la denuncia del racismo estructural de Black Lives Matter

Estatua ecuestre del rey Leopoldo II vandalizada en Bruselas en junio de 2020.Delmi Álvarez

El Estado francés tardó 50 años en reconocer que fueron sus fuerzas policiales, y no los nazis, los que ejecutaron las deportaciones masivas de judíos en Francia. Jacques Chirac rompió aquel tabú en 1995. “Existen momentos en la vida de una nación”, exclamó el entonces presidente conservador francés, “que hieren la memoria y la idea que un país se hace de sí mismo”. Sin embargo, tuvieron que pasar otros seis años para que Francia reconociese un crimen que había cometido mucho antes: no fue hasta el siglo XXI...

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El Estado francés tardó 50 años en reconocer que fueron sus fuerzas policiales, y no los nazis, los que ejecutaron las deportaciones masivas de judíos en Francia. Jacques Chirac rompió aquel tabú en 1995. “Existen momentos en la vida de una nación”, exclamó el entonces presidente conservador francés, “que hieren la memoria y la idea que un país se hace de sí mismo”. Sin embargo, tuvieron que pasar otros seis años para que Francia reconociese un crimen que había cometido mucho antes: no fue hasta el siglo XXI cuando, gracias a la Ley Taubira, el Estado, a través del Parlamento, pidió perdón por la esclavitud, abolida en 1848.

La norma lleva el nombre de la diputada de Guayana Christiane Taubira, que en 1999 presentó un proyecto de ley para que la Asamblea Nacional reconociese como un crimen contra la humanidad “la trata transatlántica de esclavos y la esclavitud, perpetradas a partir del siglo XV por las potencias europeas contra las poblaciones africanas deportadas a Europa, América y el océano Índico”. Se aprobó en 2001, siglo y medio después de la abolición.

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Mientras que el debate sobre la responsabilidad en los horrores de la II Guerra Mundial vivió un cambio importante a finales de los años sesenta ―el canciller alemán Willy Brandt se arrodilló ante el monumento a las víctimas del Gueto de Varsovia el 7 de diciembre de 1970 en un gesto que simboliza ese proceso―, la discusión abierta sobre los crímenes de la colonización ha tardado más tiempo en llegar, impulsada, entre otras cosas, por el movimiento Black Lives Matter (las vidas negras importan) en Estados Unidos, pero también por la necesidad de establecer una nueva relación con las antiguas colonias.

Alemania acaba de reconocer como genocidio el asesinato masivo, entre 1904 y 1908, de los hereros y los namas en la actual Namibia y ha prometido unas reparaciones de 1.100 millones de euros, anuncio que ha sido recibido con bastante escepticismo en este país de la costa oeste africana. Casi al mismo tiempo, el presidente francés, Emmanuel Macron, reconoció el siniestro papel que su país desempeñó en el genocidio ruandés de 1994, bajo el presidente socialista François Mitterrand. Habló de “responsabilidad abrumadora” en un crimen contra la humanidad, cuyos ejecutores recibieron el silencio, cuando no el apoyo, del Estado francés, que se movió por antiguos reflejos coloniales.

José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, explica que “se trata de un movimiento de calado, un cambio de rumbo”. Villacañas ha estudiado el imperio colonial de España, un país que perdió sus principales territorios de ultramar mucho antes que el resto de las potencias europeas. “El colonialismo europeo ha sido objeto de una profunda crítica intelectual por el eurocentrismo y el imperialismo. En estas condiciones, no superar esa etapa en la que Europa era el centro del mundo tiene como consecuencia una política exterior no demasiado operativa en zonas en las que ha entrado China, que se presenta como un país no imperialista. Si Europa quiere ganar soft power [poder blando, la capacidad de influencia en otros países por medios culturales o ideológicos], tiene que quitarse de encima ese pasado colonial, contra el que han luchado los actuales dirigentes africanos”.

Un grupo de hereros y namas en Namibia, custodiados por un soldado alemán a principios del siglo XX.HANDOUT (AFP)

Celeste Muñoz Martínez, profesora de historia de África en la Universidad de Barcelona, que forma parte del Observatorio Europeo de Memorias, en el que se ocupa del área de la esclavitud y del colonialismo, relaciona este giro de muchos países con la sacudida que representó el movimiento Black Lives Matter. Desatado en Estados Unidos por la violencia policial contra los negros, visibilizó el racismo que todavía existe en muchas sociedades occidentales como un resto nunca digerido de las ideologías que provocaron el colonialismo y la esclavitud.

“Black Lives Matter ha impulsado una reflexión sobre el origen de ese racismo”, señala Muñoz Martínez. “La reacción principal fue atacar monumentos del colonialismo, apelando al lugar que esa memoria colonial y esclavista ocupa en el espacio público”; prosigue esta investigadora que señala, por ejemplo, la retirada de la estatua del Marqués de Comillas en Barcelona. En otros casos, como ocurrió con las estatuas del rey Leopoldo en Bélgica, fueron vandalizadas. “En Europa los temas más importantes son ahora las compensaciones, aunque aún no se ha completado cómo serán. No sabemos a quién se van a distribuir, ni con qué criterio. Otro asunto es el retorno del patrimonio expoliado”, prosigue esta investigadora.

La esclavitud y el colonialismo son dos procesos conectados y, a la vez, diferentes. En América están muy relacionados porque entre los siglos XV y XIX este territorio recibió millones de seres humanos arrancados de África para trabajar hasta morir en sus plantaciones. Sin embargo, el colonialismo de los siglos XIX y XX tuvo lugar cuando la esclavitud ya estaba abolida, aunque estaba impulsado por un pensamiento racista (como puede verse con claridad en el primer álbum de Hergé, Tintín en el Congo). Muñoz Martínez explica: “Se basa en ideologías de la deshumanización y de la civilización, que sostenían que se realizaba en beneficio de las poblaciones que estaban colonizadas. Es un discurso que permitió establecer jerarquías raciales”.

Retratos de Marten Soolmans y Oopjen Coppit, de Rembrandt, un joven matrimonio cuya familia tenía una refinería de azúcar recogida en Brasil por esclavos. Forman parte de la muestra sobre la esclavitud en el Rijksmuseum holandés.RIJKSMUSEUM

Bélgica, con el reconocimiento de los crímenes del rey Leopoldo en Congo ―que inspiraron la gran novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas―, fue la pionera, con un cambio de actitud hacia el pasado, simbolizado en la transformación radical que vivió el Real Museo Africano convertido en AfrikaMuseum: de un museo puramente colonial pasó a ser una exposición sobre el colonialismo. Un libro, El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild, que fue rechazado por 10 editores antes de convertirse en un éxito internacional a principios del siglo XXI, ayudó a desencadenar este cambio. Países Bajos, Reino Unido y Estados Unidos están inmersos en procesos similares de reflexión sobre el pasado. Empiezan a aparecer placas en los puertos donde se produjo el comercio de esclavos, como en La Rochelle (Francia), cambia la narrativa de los museos o se inauguran nuevos y se ha abierto un debate sobre la restitución de objetos fruto del saqueo colonial (Alemania se ha comprometido a devolver los llamados Bronces de Benin, mientras que un informe encargado por Macron se pronunció a favor de retornar el arte africano).

Sin embargo, todavía es necesario recorrer un largo camino, como queda claro por el auge de partidos de ultraderecha que exhiben sin complejos discursos claramente racistas. La profesora Muñoz Martínez recuerda el escándalo que se produjo en Reino Unido cuando se supo que en 2015 se terminaron de pagar finalmente compensaciones a los dueños de esclavos por la abolición de 1835, mientras que nunca se han contemplado reparaciones para los descendientes de esclavos (que habían contribuido con sus impuestos a pagar aquellas reparaciones a las familias de los que pudieron esclavizar sus antepasados).

Muchos descendientes de los que sufrieron el colonialismo (y que en muchos casos sufren todavía el racismo) creen que este proceso no ha hecho más que empezar. El cineasta de origen haitiano y residente en Francia Raoul Peck, que acaba de estrenar en HBO la serie Exterminad a todos los salvajes sobre los horrores del colonialismo, señalaba recientemente en una entrevista con este diario: “Europa está todavía en fase de negación. No pondría a todos los países europeos en el mismo saco, pero está claro que cuando vemos la televisión, cuando leemos los periódicos, tengo la clara impresión de que una gran parte de Europa está en fase de negación. Cuando nos permitimos criticar una parte de este pasado, se hace siempre con ciertos matices, reconocemos que sí, que es verdad, que lo hicimos, pero nos vemos obligados a explicarlo. Y pensamos que eso no da derecho a hacer esto o a quemar los guetos. Así que no hay un verdadero análisis profundo de la colonización”.

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